Mi vida en Puerto Casado, un dia cualquiera.
En los dos próximos post voy a contar cómo era mi vida, en aquel pueblecito en medio de la selva chaqueña, donde cuatro españoles habíamos ido a intentar transformar un trozo de aquella enorme selva y palmares en una plantación de arroz ecológico-orgánico en un intento de la empresa Carlos Casado en buscarle una salida viable a la empresa y al pueblo cuyo único sustento era el trabajo que la fábrica les había dado a lo largo de sus cien añs de vida.
Mi contrato y compromiso de liderar la transformación incluía la condicición de volver a España cada tres o cuatro meses a pasar unos días con mi familia y en uno de aquellos viajes fui a visitar a mi tía Carmen, viuda de mi tío Miguel, hermano de mi padre. Cuando le conté que había estado en medio de la selva chaqueña, primero se le humedecieron los ojos y siguió con llanto desconsolado,- cuántas necesidades y angustias habrá pasado mi Pepito; decía-. Ella recordaba la triste experiencia que había pasado en las Marismas a primeros de los años cincuenta, cuando emigraron desde Valencia al Puntal.
Vivieron unos cuantos años en una choza con techo de castañuela a unos dos km del pueblo, que tampoco era un lugar muy acogedor. Ella, me imaginaba a mi allí solo y pasando el calvario que ella pasó allí con las cuatro niñas en medio de las Marismas, que si en verano son duras,- por las nubes de mosquitos que nublaban el sol, la falta de luz eléctrica y de agua potable-, los inviernos son peores pues a esa carencias se une la incomunicación por falta de caminos transitables, sin servicios médicos asequibles (mi tío Miguel murió a causa de una úlcera de estómago perforada)todo ello agravado por las necesidades de cuatro niñas pequeñas. Ella no podía imaginar las comodidades que yo disfruté en el Chaco, por la casa donde vivía y los servicios que disponía, aunque tenía una carencia insustituible que era la falta de la familia y muy especialemente me afectaba la lejanía de mi hijo Pepito, cuya niñez me estaba perdiendo.
Pero a pesar de todo, aquellos años fueron para mi la liberación de la enorme tensión psíquica que estaba atravesando. Aquel proyecto, casi imposible, absorbía todo mi tiempo y mis energías. Disfruté enormemente del amable trato que aquel pueblo me dispensó y especialmente hubo dos lapsos especialemente felices: En Agosto del 94 cuando tuve un mes de tranquilidad y pudimos celebrar, con retraso mis bodas de plata y el verano boreal del 95 cuando junto con Maricarmen vino Pepito a pasar las vacaciones escolares conmigo en Paraguay.
Pues los dos siguiente capítulos van a estar destinados a contar cuál era el día a día en aquel lugar, donde si no estás debidamente preparado es peor que las Marismas del Guadalquivir.
El Teresita. Travesía desde Puerto Casado a Vallemí. |
Para llegar a Puerto Casado teníamos tres opciones. Por el río Paraguay en el Teresita, el Cacique o el Aquidabán, un viaje que nunca llegué a realizar ya que la higiene de los camarotes y de los baños no compensaba lo que podía ser un agradable viaje. Sólo había un barco crucero paraguayo presentable, el Carlos Antonio López, que aunque nunca lo visité, si tenía la apariencia de ser un barco confortable. Recuerdo una vez que lo vi pasar frente a la Casa. Venía del Gran Pantanal, los grandes humedales que conectan las aguas del río Paraguay con las del Amazonas cuando llegan las grandes lluvias. El crucero venía desde allí, traía a los miembros de la Ruta Quetzal, comandados por de la Cuadra Salcedo. Me perdí esa visita que estaba deseando hacer y que posiblemente si hubiese estado en Puerto Casado cuando subían, los habría recibido al bajar y con una paella y un poco de coba, lo mismo me hubieran hecho un sitio. Sólo puede hablar con ellos a la vuelta, que comuniqué por radio, con el barco y no pude contactar con de la Cuadra porque me dijeron que en ese momento estaba dándose un masaje para aliviar una contractura muscular. El resto de barcos, que por allí pasaban, eran de una presencia deprimente. Los camarotes, por lo menos el que yo visité, tendrían dos por tres metros y había dos literas en cada uno. Primero se tendría que acostar uno y después el otro. Pero lo que me hizo desistir fue la visita a los baños. Inexplicable la falta de higiene, valía más usar un cubo y tirar los restos por la borda, siempre que fuera a favor del viento de lo contrario podías tomar cerveza caliente con tapa ecológica y orgánica.
Pues aquellos barcos eran, hasta hacía muy poco tiempo, la única linea de aprovisionamiento del Pueblo y por eso los hermanos Sorrentino les llamaban el barco de Macao, pues tenían la misma presencia exterior e interior. Pero era una visita que nos gustaba realizar cuando llegaba, ya que con las latas, las frutas y las verduras venían personas nuevas y muchas veces te alegraba la mañana contemplar las chicas y mujeres que allí bajaban o pasaban. Pues Puerto Casado es un pueblo con un nivel muy alto en porcentaje de mujeres bellas y bien proporcionadas. Es increíble que pueda haber tantas mujeres guapas en un pueblo tan pequeño y es que la mezcla de razas y colores del último siglo es un crisol con un resultado espectacular. Siempre he dicho y lo mantengo, que se pueden ver más mujeres guapas en Casado, sentado al puerta de cualquier barito, que otra tarde paseando por Manhattan. Allí, en medio de Nueva York, yo me preguntaba: ¿dónde está la multitud de mujeres bellas que se ven en las películas americanas? y me respondía: en Miami y en Hollywood.
Cerca del muelle donde paraban los barcos de aprovisionamiento había unas cuantas casitas de pescadores. A veces, la pesca era impresionante. A las puertas había unos grandes palos de cuatro metros de altura con cuerdas amarradas entre ellos. Los zurubís que allí colgaban casi llegaban al suelo. Durante los primeros años de nuestra estancia eran normales estos pescados entre dos y tres metros, ahora hace tiempo que no se ven. La pesca de tipo industrial empleada por los brasileños ha esquilmadol pesca del río Paraguay. Dentro de la casa tenían unos grandes congeladores de baúl, donde guardaban los más normalitos. De vez en cuando compraba un pacú de unos tres o cuatro kilos y llamaba a mi amigo Alejandro Herrera, tornero en la fábrica y por tanto siempre dispuesto, y lo preparaba asado con madera de quebracho. Tres kilos; pues tres horas a las brasas, que al inicio eran tremendamente caloríficas y había que preparar el fuego un poco antes de colocar el pescado, abierto por el centro, primero asándolo por la parte de la piel donde tenía la mayor parte de su grasa, regándolo de vez en cuando con la salsa preparada, al gusto, y al final asándolo un poco por la parte limpia para que se tostase, sin quemarse. Tomarse un pacú, es un lujo que sólo se puede uno permitir en aquellas latitudes.
Esperando el vuelo con el DC 3 en la pista de Casado. |
Cuando el camino estaba intransitable la alternativa era el avión. En el capítulo 2 de LAS AVENTURAS DEL CHACO, cuento con todo género de detalles como fue el desarrollo de las lineas internas TAM (Trasnportes Aéreos Militaes), de cómo nos trataban a los pasajeros y de los desastres que tuvimos que soportar. De los cuatro aviones DC 3 que empezaron en el 55, sólo quedaba uno vivo en el 96, cuando nos vinimos, y dos de ellos se habían estrellado en la pista de Casado. Afortunadamente sin víctimas humanas ni animales.
La pista terriza de Puerto Casado termino cerrándose, por falta de seguridad, y para volar, en vuelos públicos, hay que desplazarse a Vallemi, unos diez o doce kilómetros río arriba. Precisamente en la foto del Teresita voy a Vallemí, pues la pista de Casado estaba cerrada por lluvia, pero lo normal es que esa travesía la hiciéramos con una pequeña lanchita fuera borda donde entrábamos, apretándonos, unos cinco o seis. Cuando estabas sentado en la lancha podías sacar la mano fuera de la borda e ir tocando el agua, sino tenías miedo a que te mordiera una piraña o un pacú que pensara que los dedos, que apenas distinguiría en aquellas aguas marrones, eran frutas colgando de alguna rama.
Esto, que parece broma, no le pareció tan gracioso a Antonio Meseguer cuando le pasó un caso similar . Estaba lavándose las manos en el canal, junto al arrozal, y de pronto algún bicho le mordió en el dedo gordo dejándole la señal de dos colmillos clavados unos milímetros. Se aterrorizo, pensando que podía ser una yarará, o cualquiera otra de las decenas de serpientes venenosas que por allí pululan e inmediatamente se hizo un torniquete en el dedo con el pañuelo, con la navaja se hizo un corte junto a la mordedura para que sangrara y envió al hijo corriendo con el tractor al pueblo para buscarme. Nosotros teníamos en la casa una dosis de antídoto para las mordeduras de serpiente pero el tema es bastante más complicado de lo que parece pues según la especie podía servir o empeorar. Así que salimos a escape con el coche lo recogimos y lo llevamos al IPS, donde no fiándose que fuera una mordedura de pacú, como creían que era, le inyectaron el antídoto y se quedó allí a pasar la noche, atendido por médicos y enfermeras. Tuvo un poco de fiebre, pero bien pudo ser provacada por el suero anti-ofídico. Pero la anécdota quedó en eso en anécdota y al otro día Antonio estaba ya perfectamente. Asi que lo pensábamos dos veces antes de ir con la mano deslizándola sobre el agua.
Agosto del 94. Primer viaje por el camino que hizo Maricarmen y la primera vez que iba a Puerto Casado. |
Era el primer viaje y lo sé porque hay otra foto, en el mismo lugar, en la que estamos nosotros dos con Pepe Sorrentino, que la haría Antonio, y que se correspondía también con su primera visita a Puerto Casado. Ese fue el día que al llegar a la zona desmontada, donde íbamos a sembrar el arroz, yo entré confiadamente en la parte limpia para comprobar la calidad de la tierra. Lo único que comprobé fue la calidad de las espinas del algarrobo. Arbusto leñoso cuya ramas están cubiertas de espinas, de ocho a diez centímetros, conque la naturaleza lo ha dotado para defenderse de los équidos y rumiantes y que, además, tienen la característica especial de ser venenosas. Total que esa vez, fue a mi, al que tocó ir al IPS para que me inocularon la anti-tetánica, que al poco tiempo tuve que repetir para conservar la inmunidad durante cinco años.
Pero he escogido esta foto porque al fondo se ve una pequeña caseta sonde vive el guarda que controla la entrada, que aunque era de libre paso, había que vigilar el abigeato que es costumbre muy arraigada en la zona. Pues en aquella casita-mirador, pues estaba abierta los cuatro vientos, vivía un paraguayo de unos cincuenta años, moreno, alto, fornido, con cara de pocos amigos y con un vocabulario suficiente para que entendiesen que no se podía robar y un intelecto justito para el trabajo que tenía que realizar. Este relato viene al caso al recordar el día que contemplé un eclipse total de sol estando en la oficina de Casado en Asunción. Estaba en la terraza del edificio, junto al cuartito de lavadero, común en las terrazas, que allí estaba ocupado por el equipo de radio que le permitía a Casado estar comunicados con Puerto Casado, Buenso Aires, algunas estancias e incluso con el coche de Ángel que llevaba montado en su todo terreno un potente radio emisor-receptor. Poco a poco la luna fue tapando el sol, hasta situarse justo en el centro de nuestro astro vital, con lo que sólo se podía mirar la corona solar, a través de los cristales oscuros que nos habíamos agenciado para contemplar el rarísimo fenómeno astral. Mirar directamente a un eclipse total de sol puede dañar la vista de forma irreversible ya que puedes soportar la visión directa del sol, pero los rayos ultravioleta te dañan los ojos exactamente igual que si te llegase la luz solar directa. Es inenarrable la sensación que te aturde, cuanto menos la primera vez como me ocurrió a mí, pues la luz solar cambia totalmente y el ambiente fantasmagórico que se produce me recordaba la luz emitida por el arco voltáico. No oscureció del todo pero si lo suficiente para que se encendiese el alumbrado público. En aquellos momentos, se recibió la llamada urgente del guarda de la entrada preguntándonos ansioso por el extraño fenómeno que estaba en ese momento. El, no podía entender cómo a media mañana empezaba a oscurecer y las gallinas se estaban acostando nuevamente. El hombre estaba desconcertado y asustado. No sabía qué hacer ni cómo reaccionar, por fortuna tenía radio y el operador le explicó lo que estaba pasando y lo tranquilizo asegurándole que a los pocos minutos volvería la normalidad.
Yacarés durmiendo en el camino, junto a la estancia Machete. |
Este zorro recorrió varios kilómetros delante de nuestro coche sin apartarse. Todavía era un ignorante de la maldad de algunos humanos.. |
Este era el preciosos camino de los años noventa cuando estábamos en la temporada seca, desde Junio a Septiembre. Como no estaba muy transitado, sólo los carriles estaban limpios de hierba, pues las máquinas motoniveladoras y las traillas trabajaban poco arreglando el camino, tras las lluvias, ya que no tenía mucho paso de vehículos. Ir desde la Transchaco hasta Puerto Casado, pasando por las tierras de los menonitas, con los caminos perfectamente cuidados, las granjas lecheras junto al camino con sus muelles de carga preparadas para que el chófer del camión no tuviese que levantar las cántaras, ya que estaban situadas al mismo nivel que la caja del vehículo, le bastaba con acular y traspasar. Más adelante, al llegar a las tierras de Casado, a unos 160 km del pueblo aquello era otra cosa. En invierno bien, pero en verano era muy complicado y a veces imposible de atravesar debido a los barrizales que se formaban con la lluvia y el paso de los vehículos. Entre los menos y la finca había unos cuantos kms, tierra de nadie,- en cuanto a conservación-, que estaban peor que el resto.
Pero atravesar la selva chaqueña siempre fue para mi una auténtica gozada. Hasta en los peores momentos de las travesías que se complicaban me gustaba pasar por allí. Cuando el tiempo era bueno y el camino también, me resultaba tan agradable que me cambió el hábito de conducir. Ir de Sevilla a Valencia por la autopista, 780 km, era para mi una paliza, un día aburrido. En cambio, el viaje por el Chaco, con los cuatrocientos km de carretera asfaltada, buenos de transitar sólo los primeros años, luego llenos de baches, no era muy descansado pero a mi me encantaba los lugares por los que cruzábamos y mucho más me agradaba al llegar a los caminos de tierra, donde la selva casi rozaba los laterales de los coches y que nunca sabías cómo iba a terminar aquella travesía. Por eso cuando le contaba a mi familia aquellos viajes, a través de la selva, los denominé LA AVENTURA DEL CHACO y en este blog las podéis seguir detalladamente en los capítulos 3 y 4, que seguro es lo más distraido que he escrito hasta el momento.
http://pepehermano.blogspot.com/2012/06/la-aventura-del-chaco-4-la-selva.html
Preparado para salir a inspeccionar los terrenos buscando el mejor sitio para la ampliación. |
Este lugar, al que llaman km 11, porque desde allí a donde nacen las vías del ferrocarril hay exactamente esos km, era el principal centro parra realizar la inspección de los terrenos circundantes, porque era le lugar más cercano, al Pueblo, donde teníamos equipo y monturas para salir y en segundo lugar porque era el sitio de ampliación lógico, a partir de lo que ya estaba iniciado y que había que enlazar con el resto del proyecto. Diez, quince, veinte veces saldría desde este lugar hacia los cuatro puntos cardinales inspeccionando unos diez kms en todas las direcciones pasando cada vez por un lugar distinto y haciendo croquis con la situación de los palmares, la calidad de las tierras y la facilidad de nivelación, sin perder de vista las posibilidades de enlace con la infraestructura ya construida y poder conectar el riego y el desagüe.
A última hora de la mañana cuando ya apretaba el calor solía decir: me retiro a Europa. Quería decir que me iba a la ducha y luego me quedaba en la Casa directorio hasta las cinco y media o las seis que salía de mi fresquito cubil a pasar el resto del calor diurno que quedaba y que todavía gozábamos en el pueblo, casi tropical.
Preparando mi desayuno, bajo la dirección de Ortiz |
No tuve mucha suerte con el revelado de esta foto, pero se adivina a Ortiz de pie dándome instrucciones y yo, que siempre llevaba un machete en la cintura cuando salía al bosque ya que con Ortiz no me hacía falta el revólver,- él llevaba uno y además sabía manejarlo, no como yo que no le daba a tres arriba de un burro-, estoy cortando una palma muy tierna para comerme el cogollo. Ese era mi desayuno preferido cuando salíamos de recorrido de inspección, donde invariablemente tropezábamos con miles de palmeras jóvenes y que muchas de ellas ya las habían aprovechado los indígenas para la misma función que yo les daba, alimentación. Pero no creáis que aquello afectaba al normal desarrollo de los palmares, más bien era beneficioso aclarar un poco la enorme cantidad de palmas de todas las primeras nacidas. A mi me recordaba los palmitos que de pequeño comía en Valencia, aunque en el sabor nada tenían que ver. Mientras aquel era un palmito áspero y dificultoso que teníamos que comer hoja por hoja, éstos se pelaban y quedaba un tallo dulce y agradable y precísamente por eso se han montado las empresas manufactureras de palmitos en lata que tomamos por Europa. Pues, ese mismo palmito, que tan bueno está en conserva, mucho más me gusta al natural.
Sobre las doce, de la mañana, procuraba dar por terminada la inspección diaria, pues ya el calor era agobiante. Bien es cierto que también solía llevarme una lata de budweiser, metida dentro de una funda térmica y colgada del cinto, que le permitía llegar al final de la mañana a una temperatura aceptable. Al llegar a la casa completaba la ración con otra cerveza nacional, rubia, y estilo Pilsen, como la Cruz Campo, y que tomaba en una jarra térmica, es decir con doble pared de cristal y en medio un producto que se congela y mantiene la cerveza fría mientras te la tomas. La ducha de las doce o la una y la cervecita fría estaba entre las cosas más agradables y placenteras que podía hacer en todo el día.
Pero con la ducha tenía que espabilarme o de lo contrario terminaba quemándome con el agua. El depósito de agua lo teníamos en el techo, sobre la chapa y al sol, por lo que el agua se calentaba al extremo de molestar. Para evitarlo, me mojaba, cerraba el agua, me enjabonaba totalmente y rápidamente me enjuagaba y si me descuidaba un poco terminaba medio asado.
Cuarto de baño de los maskoy del km 11. |
Qué suerte tenían los indígenas,- allá prefieren llamarlos pueblos originarios-, cuando las lluvias mantenían el agua limpia y en movimiento en esta pequeña poza, tras un puente del camino. Era prácticamente potable, pues eran aguas de escorrentía de los palmares entre el km 11 y el 20, de unos campos limpios, llenos de hierba fresca. No había ni ganado, por lo que aquella agua, que se mantenía fresca bajo los camalotes, estaba clarita y ellos la usaban para todo, como nuestros grifos de agua potable.
En la foto anterior a la de los palmitos se ve la vivienda de los maskoy, hecha con troncos de palmera caranday, unos junto a otros sin ligazón y sin tapar las grietas naturales que quedan entre ellos. También las tejas son algo especiales. Han cortado el tronco de la palmera por la mitad y han vaciado toda la parte central del semicírculo, quedando en forma de teja alargada. Los colocan, boca arriba, uno junto a otro y luego tapan las grietas entre ellos con otro tronco, hueco, boca abajo. Como hacemos los tejados de teja de barro cocido acanalada, pero de troncos de caranday de todo el largo de un lateral y que si no llueve no se moja el interior.
Todas las cabañas tiene la misma estructura, sean indígenas, paraguayas, de madera o de ladrillos. Están formadas por una nave larga de unos doce por cinco metros y dividida en tres partes, más o menos iguales. La parte Central está abierta a los dos lados y sirve de comedor-sala de estar, lugar donde hacen la vida, cuando llueve, de lo contrario viven bajo el árbol grande junto al que han cronstruído la casa o cabaña y los dos cuartos laterales, cerrados, son los dormitorios. Todo el suelo es de tierra pisada y normalmente no tienen para dormir más que algún saco grande de hierba seca. También son parcos en batería de cocina, cubertería, cristalería, mesas y sillas, no tienen más útiles que el trípode para colgar la olla donde harán los guisos y nada de fritos. Asado al fuego directo de las brasas. De pan usan la mandioca, que además de nutritiva y rica en vitaminas, es su tradicional acompañamiento, que les agrada muchísimo y es fácil de cultivar cerca de la casa, donde puede que algunos tengan también maiz.
Fin de semana maskoy. |
Tuve la suerte que Hermosa nos llevara a Maricarmen y a mi a ver el interminable baile de los maskoy que, a pesar que yo conocía algunos, o mejor ellos me conocían a mí, yo no me atrevía a inmiscuirme en sus reuniones privadas. Desde lejos te daba la impresión que te ibas a encontrar con una tribui comanche pues la cadencia del tambor es muy parecida a la qie oímos en las películas del Oeste Americano. Estaban todos rodeando al "tío del Tambor" que se distingue perfectamente en la foto de las chicas. Imagino que se irían turnando pues empezaban por la tarde del viernes y continuaban bailando hasta la tarde del Domingo de forma ininterrumpida. Este coro que vemos estaba en el km 11 e imagino que allí se reunían chicos y chicas de diversos sitios para encontrar pareja, para una noche o mientras durara.
Las chicas eligen pareja. |
Esto era en los inicios del baile, con su tam-tam que recordaba la música apache y con connotaciones de música tribal africana. Era los mismos golpes de tambor, repetidos cuarenta y ocho horas continuas. Observamos a todas las chicas juntas, igual que los chicos. Era éste uno más de los bailes interminable de los fines de semana, antes de iniciar su ritual sexual. Simplemente estaban calentando motores, ya que poco a poco las chicas se colocaban para elegir su pareja, pues cuando querían "retirarse al monte" con uno de los jóvenes, se colocaban a bailar a su derecha, con la clara intención de "beneficiárselo". Eso al menos es lo que recuerdo que me contó Hermosa con el que fuimos y nos permitieron ver y fotografiar su ritual. Imagino que en los "descansos del arduo trabajo reproductor" comerían algo, pero lo que sí sé es que el ron que habían podido prever no llegaba nunca hasta el final de la fiesta. Bebían hasta terminar el caldo o caer en coma etílico y menos mal que no me echaban la culpa a mi porque yo los habría provisto de alguna de las botellas a cambio de alguna orquídea.
Eduardo estanciero del km 20 |
La próxima estancia estaba situada en el km 20, siempre contando desde el origen del ferrocarril en la fábrica y allí fui muchísimas veces para controlar los caudales de Cañadón Reservista, con el fin de aprovechar el agua de lluvia, con nivel suficiente para poder tener riegos por gravedad y algunas veces daba alguna visita de inspección a lo largo del Cañadón para el estudio del sitio idóneo donde instalar la represa reguladora. Como ya he contado en el capítulo anterior estaba convencido que allí podíamos obtener agua para complementar el riego de miles de has por gravedad o con muy poca reelevación.
Precisamente en una de las "entradas" que hice al Cañadón, hasta llegar cerca de la estancia Güajho, pasando por un pequeño pasillo que los animales habían abierto entre los árboles y matorrales leñosos y espinosos, me dejé parte de la piel de los brazos y un trozo de pantalón vaquero con su corres-pondiente desgarro en la pierna. Caballos y toros pasaban perfectamente por aquellos pasillos-túnel, pero lo que sobresalía sobre su lomo ya no pasaba por todos sitios y el caballo que me llevaba aquel día era más cabezón que mi mula Francis. Para minimizar daños en esos roces obligados, me mandé (ésta es una expresión muy paraguaya) confeccionar un poncho con tela de toldo que es la prenda verde y blanca que me cubre y no es que yo sea bético. Era el color que había y yo soy poco exigente con los colores, siempre y cuando no se asemejen demasiado a la vestimenta de algunos payasos, -que no saben que lo son-, ya que después haría el ridículo al no poder llegar a su altura haciendo payasadas
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Picada desde el km 8 hasta Casilda para pasar la linea de alta tensión de Vallemí a Filadelfia. |
Esta picada me trae dos recuerdos imborrables:
El primero era una cruz que había cerca de la entrada desde el km 8 donde había enterrado un joven cuyo nombre no recuerdo. Pregunté qué había pasado y porqué estaba allí enterrado. Lo había matado, en ese mismo lugar, su mejor amigo de un tiro, tras una pelea por algo que había ocurrido la noche anterior relacionado con una chica. Me impactó mucho este hecho que te enseña que el paraguayo, que es una persona amable, atenta y servicial con los amigos y con los desconocidos, cuando se enfada es tremendamente visceral y puede fácilmente perder el control. Estas personas afables, cuando están en su coche hay que tener cuidado en no irritarlos, con razón o sin ella, pues pueden reaccionar de una forma violenta. Imagino que los cientos de años de férreo control político, por un poder absoluto, ha creado un efecto de acción-reacción que se produce cuando ellos están en su territorio,- su casa, su coche-, donde mandan ellos y no admiten injerencias ni altenerías de nadie. De todas formas éstas son apreciaciones personales, - a las que llegué tras ver o eludir varios casos de violencia innecesaria-, y que no tienen el más mínimo valor a la hora de catalogar el carácter paraguayo. Pero así me pareció a mi en muchos casos.
El segundo, que tal vez ocurriese el mismo día, puesto que iba caminando por la misma picada descrita antriormente,- por un senderito que no tendría más de treinta centímetros de anchura-, hacia el interior para ver el suelo y disfrutar del maravilloso bosque que vemos en la foto. De `pronto, a menos de un metro de distancia, casi tropiezo de cara con un cervatillo joven que caminaba tan ensimismado como yo. Ambos nos llevamos un susto fenomenal y dimos un salto hacia atrás ¡poca vida nos queda por delante a los dos si continuamos caminando por la selva sin ver lo que tenemos por delante!, le dije al cervatillo que ya había salido corriendo despavorido.
Exactamente igual de despiestado, me hubiera acercado a un puma o a un yaguareté. No me hubiese enterado sino después de tenerlo encima y con un poco de suerte estos bichos te hacen sufrir poco pues se tiran a la yugular. ¡Valiente chaqueño de las narices estaba yo! Pero aquella experiencia me sirvió para que nunca más, mis pensamientos, me distrajeran de la atenta mirada periférica y, a la vez, caminar siempre mirando donde pisaba y los alrededores inmediatos.
Recuerdo el "cangelo" que pasaba cuando entraba, de noche, en el recinto de la Casa Directorio sin llevar linterna, pues no había luces exteriores en ese lugar, Tenía que atravesar unos cincuenta metros de césped y hierbas muy altas. Podías pisar cualquier cosa, lo malo es que esa cosa fuera una víbora, una yarará o una coral o Dios sabe qué otro regalito. Así que procuraba, cuando salía paseando llevar siempre encima la linterna para alumbrar mi camino.
Pepito con la familia Ortiz. |
Ortiz era otro de los capataces y hombre de total confianza de Hermosa. Es una persona agradable en el trato, atento a las necesidades ajenas y un gran conocedor del Chaco en todas sus particularidades, naturales y animales. Ciento de cosas y casos me contó a lo largo de las grandes cabalgadas que hicimos por todo el terreno aledaño al proyecto inicial. Me enseñó qué comer y qué evitar, algo tan simple pero que puede salvar la vida evitando un estúpido despiste. Una de sus anécdotas favoritas era la de la pareja de españoles recién casados, que le pidieron que les hiciera una foto. Se habían colocado sobre un enorme hormiguero de las terribles hormigas rojas. "comebolas". Él sonrió y se hizo el "ñembotaí",- en guaraní, algo asi como tontón o despistado-. Antes de que apretase el disparador de la cámara ya estaban los dos chillando y dando botes, pues las hormigas ya habían avanzado bastante en su camino hasta las partes nobles y pudendas. El les dijo, ¡rápido, hay que quitarse toda la ropa si no queréis que os muerdan y os vuelvan locos! Y que remedio, se quitaron la ropa, y aunque nunca me contó hasta que punto de desnudez llegó la chica, hace veinte años que me lo contó y todavía se ríe cuando se acuerda.
Aquí lo vemos con toda su familia: la esposa, dos hijas y una nieta. Todos son morochos excepto la nieta que es rubia casi pelirroja. En Paraguay, y especialmente en Puerto Casado, esto no tiene nada de excepcional. A la chica le gustó un menonita pelirrojo y sin ningún tipo de problema moral, social, religioso o familiar se quedó embarazada y, no lo sé, pero entra dentro de la normalidad que nunca más se acordase del donante de semen de su hija.
Aunque parezca extraño, la religión católica, muy severa con los paraguayos en algunos aspectos, siempre ha sido tolerante con la "poligamia encubierta", -no es extraño encontrarte con gente bien situada que tiene esposa, amante y novia, todos en perfecta convivencia y, si son prudentes, nadie se escandalizará-, y esta tolerancia se demuestra con el halago del Papa Francisco que, siendo Obispo de Bs.As., hizo en Caacupé a la mujer paraguaya, y aunque él no lo mencionara es una alabanza a la madre soltera que tenía que rehacer la población de su patria.
“Ustedes saben que en toda América la mujer paraguaya es la mujer más gloriosa, no porque haya estudiado más que otra; porque esa mujer, la mujer del Paraguay que está acá supo asumir un país derrotado por la injusticia y los intereses internacionales, y ante esa derrota llevó adelante la Patria, la lengua y la fe”.
Para entender el calado de estas palabras hay que conocer la historia del Paraguay Contemporáneo y la situación de mutilación en la que quedó el país tras la Guerra de la Triple Alianza. Entre argentinos y brasileños mataron, en guerra, o pasaron a cuchillo tras su victoria, a todos los varones en edad de procrear, dejando sólo a niños, ancianos y tullidos. Las mujeres fértiles tenían una cartilla señalada con sus días fértiles para que se le asignase un varón que las embarazara. Conociendo ésto se puede percibir el valor real de esas palabras del Nuevo Papa,- ante las que me inclino y quito el sombrero-, en cuanto que está alabando a la madre soltera paraguaya como la principal artífice de la repoblación, pasando por encima de la unidad familiar cristiana. Estas palabras son de tal calado que yo diría que es un "aviso para navegantes" dirigido a los doctos Cardenales de la Curia Ultra-Conservadora.
La Montero de Angel Cávanagh tras el fallido intento de pasar por el hueco dejado al quitar la tierra para elevar el camino. |
Este día de la foto, habíamos salido muy temprano de Puerto Casado, pues Ángel tenía una comida prevista con el Presidente Wasmosy, a las dos de la tarde. Así que antes de hacerse de día allí estaba Marcial con los desayunos preparados y los zapatos relucientes. ¡como está mandado!
Pero había llovido los días anteriores y el camino estaba infernal y no por el fuego sino por el barrizal y los profundos carriles de camiones y tractores donde los coches no tenían defensa ya que se quedaban "colgados". En el punto que se encuentra el todo terreno, ya fuera del atasco, lo había dejado la pala cargadora que nos había remolcado desde el agujero del prétamo, que habíamos intentado atravesar y que nos habíamos quedado en el intento. Podéis imaginarse en que estado se encontraría el camino cuando tomamos la decisión de atravesar la cuneta e intentar pasar por el pozo del sacatierras que habían dejado las traillas sacando tierra para elevar el camino. No importaba demasiado el medio metro de agua allí acumulada, lo malo era el barro que se había formado a lo largo de las diversas épocas de seca e inundación de aquel hoyo había soportado repetidas veces. Afortunadamente aquel día no pasamos la noche en la selva, pero desde luego, Ángel no llegó a la hora de comer. Así es la selva y así hay que tomarla. El hombre propones y el innombrable dispone.
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