Nace
Catalina de Erauso, la
Monja Alférez en la
villa de San Sebastián en el año de 1585 (1), hija de Don Miguel de Erauso y de
Doña María Pérez de Galárraga y Arce, vecinos de esta villa. Sus padres la
educaron en su casa con sus otros hermanos, 3 varones y 3 hembras, hasta la edad de cuatro años, a
la que fue ingresada en un convento.
El
convento de San Sebastián el Antiguo se encuentra en dicha villa y la Madre Superiora
era su tía Doña Ursula de Unzá y Sagasti, prima hermana de la madre. A la edad
de quince años, estando ya cerca del fin de noviciado sufrió, según nos cuenta
ella en su biografía, malos tratos por parte de una monja profesa, llamada
Catalina de Alizi (2) y ésta posiblemente sea una de las razones por las que
escapó del convento la víspera de San
José. La noche del 18 de marzo, levantado todo el convento para maitines, al
entrar en el coro su tía le pidió que fuera a su celda a traerle el Breviario.
Catalina obediente fue a por él, y en la pared de la celda de la Madre Superiora
vio colgadas las llaves del convento. Sin cerrar la celda fue a darle a su tía
el librito, le pidió permiso para retirarse a su aposento con la excusa de
estar enferma, y volviendo a la celda cogió las llaves, “unos reales de a ocho
que allí estaban”, hilo, aguja, tijeras y unas telas, y salió dejando todas las
puertas emparejadas. En la última dejó su escapulario y abandonando el convento
se escondió en un castañar que había frente al mismo. Estuvo allí tres días,
confeccionándose unas vestimentas masculinas que cambió por sus hábitos, y
después partió para Vitoria andando y comiendo las hierbas que pillaba por el
camino.
A
los pocos días de estar allí, la acogió Don Francisco de Cerralta, catedrático
de dicha villa que quiso darle estudios, ofrecimiento que ella rechazó y éste
no aceptando la negativa insistió. No encontrándose ya cómoda en esta situación
de enfrentamiento, le robó algunos cuartos al catedrático e hizo un acuerdo con
un arriero, para que por doce reales la llevara a Valladolid (3).
Allí,
con el nombre de Francisco de Loyola,
trabajó como paje para Don Juan de Idiáquez, caballero de La Orden de Santiago que fue
secretario de Felipe II y de Felipe III. Pasados siete meses llegó una noche su
padre estando ella en la puerta con otro
paje. Les preguntó si estaba el señor Don Juan a lo que respondieron afirmativamente,
y D. Miguel le pidió al otro paje que fuera a buscarlo. Catalina, con sus
nuevas vestimentas de varón, se quedó a solas unos minutos con su padre, que no
se percató de quién era ella, a pesar de que estuvieron a solas un rato hasta que volvió su
compañero. Don Miguel subió y le contó a Don Juan la pena que le había
producido la fuga de su hija del convento. Este le manifestó su pesar por lo
ocurrido. Ella, oyendo la conversación tomó los ocho doblones que tenía y se
fue a dormir a un mesón aquella noche. Acordando en este mesón con un arriero
un viaje a Bilbao, que era el lugar al que éste se dirigía.
Al
entrar en la ciudad tuvo problemas con unos muchachos que la molestaron, y
cogiendo unas piedras se las lanzó, con la mala suerte de que una de ellas
abrió una brecha a uno de ellos, por lo que estuvo presa en la cárcel más de un
mes y no la dejaron salir hasta que el herido no hubo sanado.
Partió
para Estela de Navarra, donde ejerció como paje de Don Carlos de Arellano,
caballero de La Orden
de Santiago. Estuvo dos años bien tratada y vestida. Pasado ese tiempo y “sin
más gusto que el de ella misma” partió
de nuevo a San Sebastián, su ciudad natal.
Allí,
a pesar de su disfraz estuvo a punto de ser descubierta. Un día coincidió con
su madre en una misa de su convento y a pesar de ir vestida de varón, ésta se
le quedo mirando por lo que Catalina sospechó que la podían haber descubierto.
Terminada la misa unas monjas la llamaron al coro, pero haciéndose la
desentendida se fue sin pararse a averiguar si alguien había sospechado de su
verdadera identidad.
En
el año 1603, ya con dieciocho años, su alma aventurera le pedía “hacer las
Indias” y con esas miras fue al puerto
de Pasages donde encontró un navío que partía hacia Sevilla. Negoció por
cuarenta reales el precio de su pasaje con el capitán D. Miguel de Berroiz.
Desembarcada en Sanlúcar partió hacia Sevilla donde estuvo dos días, visitando
la ciudad y probablemente intentando aclarar cuál iba a ser su objetivo una vez
llegada a las Indias. Volvió a Sanlúcar y encontró una armada que partía para
Punta de Araya y sentó plaza de grumete en el navío San José, del cual era
capitán D. Estevan Eguiño, primo hermano de su madre y por tanto tío suyo. La
armada partió de Sanlúcar lunes santo de 1603, con destino a punta de Araya.
1.- Según la partida de bautismo del
convento de San Sebastián el Antiguo, nació en 1592. (Apéndice Nº 1) Por lo que
las fechas dadas en el escrito son fieles a su autobiografía edición de Ángel
Esteban.
Corroborando
la fecha de nacimiento de 1592 están las Partidas Compulsadas del convento de
S. Sebastián (Apéndice Nº 2) en las que consta una partida de 880 reales por la
manutención de Isabel y Catalina de Erauso
pagados en Abril de 1605. Existe constancia de otro pago en 1606 por el
mismo concepto, por lo que si se escapó con 15 años no pudo haber nacido en
1585 como ella asegura en su autobiografía.
Al
final de la obra veremos que los datos existentes en el Archivo de Indias de
Sevilla también corroboran el nacimiento de Catalina en 1595.
2.- Esto podría ser un fallo del copista puesto que en el libro
de profesiones del convento consta como Catalina de Aliri. Esta monja murió en
el año 1657, Habiendo sido priora durante quince años.
3.- Aquí tenemos un dato que afirma la
teoría de que nació en el año de 1585, puesto que refiere en su autobiografía
que la corte está en Valladolid, la corte la trasladó aquí Felipe III pero por
las dificultades que esto suponía sólo estuvo allí cinco años (1601-1606). Esto
hace presuponer que estuvo en esta ciudad en el año de 1601, lo cual apoyaría
la teoría que ella sostiene que nació en 1585.
CAPITULO II
Su
tío Estevan Eguiño la convirtió en su ayudante, mientras duró la escaramuza de la Punta de Araya. Al llegar a
Cartagena de Indias después de pasar varios incidentes desagradables cargaron
la plata para llevarla a España, y harta ya de ser su ayudante y no
apeteciéndole volver a su país le cogió quinientos pesos y se escapó del barco
momentos antes de zarpar.
Llegó
a la ciudad de Panamá donde gastó el dinero que tenía. Buscando trabajo
encontró a Juan de Urquiza, mercader de Trujillo, con el que se colocó de
dependiente. Desde Panamá salieron hacia el puerto de Paita a recoger una carga
de mercaderías con la mala fortuna de que naufragaron en la travesía. Ya en
Paita su amo le encargó que le enviase a Saña la carga debidamente ordenada
donde él la recibiría. Tarea que desarrolló con total satisfacción de su amo.
Fue
a la ciudad de Saña, donde entró a trabajar como vendedor en una tienda de su
amo Juan de Urquiza, que le demostró una gran confianza ya que le dejó una
parte de las mercaderías a su cargo para que las vendiese y cobrase, y
recogiendo él el resto, partió hacia la ciudad de Trujillo donde tenía otra
tienda.
Pero una desgraciada tarde, estando ella en un
patio de comedias, un tal Reyes vino y se le puso delante molestando su visión.
Ella le pidió que se apartara, y él le respondió desabridamente que no se
apartaba a lo que ella le contestó en el mismo tono. Reyes le retó a que se
fuera de allí o le haría un tajo (1) en la cara. Ella, viéndose desarmada y en
inferioridad se fue del patio de comedias, rumiando la venganza. A la mañana
siguiente estando ella en su tienda vio pasar repetidas veces al pendenciero
Reyes. Incapaz de soportar estoicamente la provocación se fue a un barbero e
hizo amolar y convertir su daga en una sierra, y volviendo a su tienda se ciñó
la espada, por primera vez en su vida, y salió a la calle en busca de su
provocador. Lo encontró con un compañero en la puerta de la iglesia, se le
acercó y le dio un tajo en plena cara que le valió diez puntos dejársela como
la original. Reyes se echó mano a la herida mientras su camarada desenvainado
la espada entrándole a Catalina con una punta. Esta logró esquivarla realizando
una finta y entrándole al otro por el lado izquierdo consiguiendo darle una
estocada que lo atravesó y cayó. Viendo
el peligro que corría rápidamente entró en la iglesia para “acogerse a sagrado”
(2). Al poco tiempo vino el corregidor Don Mendo de Quiñones que no respetó el
derecho de estar en sagrado, la llevó presa cargada de cepos y la metió en la
cárcel. (3) Ella escribió a su jefe que inmediatamente habló con el corregidor
y con el Obispo. La presión del obispo que había visto como el poder civil se
había impuesto sobre el eclesiástico, vulnerando el derecho del reo a no ser
detenido mientras estuviese bajo la protección de la iglesia, y tras tres meses
de forcejeo, obligó al Corregidor a dejarla libre por haber sido apresada
estando en una iglesia.
Juan
de Urquiza habló con ella y le dijo que para arreglar este asunto sería
conveniente que se casara con la señora Doña Beatriz de Cárdenas, tía de la esposa del tal Reyes y “protegida”
de su amo. Catalina rehusó al considerar que el lo que pretendía con esta unión
era continuar beneficiándose de ambos (4). Viendo que no podía convencerla y
que tampoco podía quedarse allí, su amo, la envió a Trujillo a atender la
tienda que allí tenía y ella aceptó.
Pasados dos meses en los que todo estuvo
tranquilo, una tarde, un esclavo le avisó de que en la puerta había unos
hombres que parecía que traían broqueles y estaban esperando a que ella saliera. Sospechando alguna nueva celada hizo
llamar a Francisco Zerain, que al entrar vio que eran tres los que estaban
esperando. Los tres rufianes, Reyes, el compañero al que ella hirió en la
puerta de la iglesia y otro rufián mas, esperaban su salida para matarla, por
lo que inmediatamente salieron desenvainando sus espadas y empezaron a batirse.
Pasado un rato, Catalina, que ya debía de ser muy diestra en el manejo de la
espada, le entró una punta a uno de ellos que cayó muerto al suelo quedando el
duelo igualado a dos. Estando ya heridos por ambas partes llegó el Corregidor
con dos Ministros y la llevó detenida mientras su amigo Zerain entraba en
sagrado. El Corregidor, que era vizcaíno y que sabía que ella también lo era, le dijo en vascuence que al pasar por
la puerta de la iglesia soltase la pletina que había dejado mal amarrada y que
entrase en sagrado. Esta así lo hizo, y consiguió aferrarse a al mandato. Una
vez dentro llamó de nuevo a su amo que apareció e intentó que le suprimieran
las acusaciones pero fue imposible porque a la acusación de asesinato se habían
añadido otras faltas graves. Viendo que no podía seguir allí decidieron que se
fuera a Lima por lo que esta vez le dio mil doscientos pesos y una carta de
recomendación con lo que partió cuando la vigilancia de la iglesia había
desaparecido.
Llegó
a Lima con las recomendaciones para Diego de Solarte, mercader muy rico y cónsul mayor de Lima, que la recibió
con gran agrado y con el que estuvo nueve meses trabajando en su tienda con un
magnífico sueldo. Un día la expulsó al
sorprenderla jugando muy cariñosamente con su cuñada, que trabajaba como
doncella de su mujer, ya que a la vez que ésta la peinaba y le pedía que se
casase con ella Catalina tenía las manos entre las piernas de la doncella.
1.- Un tajo en la cara en aquella época significaba, además de la herida, una
señal de desprecio y afrenta entre marineros y truhanes.
2.- Esta fórmula de “inmunidad
eclesiástica” frente a la justicia ordinaria fue reiteradamente usada por
Catalina a lo largo de su azarosa vida, llegando su osadía a utilizar La Sagrada Forma para
salvar la vida como ya veremos más adelante.
3.- Dice ella aquí que fue presa por
primera vez en su vida sin embargo recordemos que la apresaron antes en Bilbao
durante un mes mientras se curaba el muchacho a quien había herido.
4.-
Aquí Catalina habla de no casarse con Beatriz por razones distintas a la que
realmente impedía la boda ya que de realizarse ésta se destaparía la verdadera
superchería en la que andaba metida.
CAPITULO III
Aprovechó que estaban formando seis compañías
para luchar contra los indios de Chile y se enroló como soldado con el nombre
de Alonso Diez Ramírez de Guzmán
(1). Su amo le pidió que olvidase el incidente, que devolviera el dinero
recibido por el ejército y que volviera con él. Ella desoyó su petición,
seguramente por el ansia de prestigio y riqueza que esperaban los soldados de
la época, y partió para Concepción, en la compañía de Gonzalo Rodríguez en
“tropa de mil seiscientos hombres”, de los cuales era Gran Maestre de Campo Don
Diego Bravo de Sarabia.
Estando
allí se encontró con su hermano Miguel de Erauso, al que no conocía ya que
partió de España teniendo ella dos años y que por supuesto no la reconoció, ya
que ella no usaba su verdadero nombre. Cuando se enteró que era de San
Sebastián la abrazó y le preguntó por su familia a lo que ella respondió lo
mejor que pudo. La invitó a comer y le dijo que el destino que llevaba a Paicabí era muy peligroso por lo que hablaría
con el Gobernador a fin de que le permitiese enrolarla en su compañía. Lo tuvo
tres años como su capitán y comiendo en su mesa. Entre ellos se estableció una
gran camaradería y solían realizar juntos algunas correrías en busca de juegos
y mujeres. Catalina por supuesto vestida de varón, acompañaba a Miguel a casa
de una señorita con la que éste se relacionaba. Pero no sólo iba con él, sino
que algunas veces iba sola a visitarla por lo que su hermano, enterado de las
visitas y posiblemente celoso, se lo reprochó, llegando a las armas con ventaja
para Miguel que la llegó a herir. Enterado el Gobernador la desterró por tres
años a Paicabí donde tuvieron infinidad de altercados con los indios.
El
gobernador Alonso de Sarabia llegó a Paicabí con un nuevo ejército reunido en
Chile para atacar a los araucanos y ella solicitó que le permitiese enrolarse
en esa nueva tropa. Estando en esa campaña, y en un pueblecito llamado
Valdivia, los indígenas atacaron dicho pueblo, arrasándolo. El ejército español
los persiguió y masacró durante aproximadamente doce horas. Cuando la
batalla parecía totalmente decidida a
favor de los españoles apareció un refuerzo
de más de cinco mil indios que inclinaron
la contienda a favor del bando contrario. Un momento de gran
desconcierto fue cuando un cacique enemigo robó la bandera del rey. En un acto
temerario, cercano al heroísmo,
Catalina montó a caballo, junto con otros dos compañeros y fue a recuperarla.
Uno a uno cayeron sus compañeros y los cerca de cuarenta indios
que defendían a su jefe. Catalina herida, con tres flechas y un lanzazo en el
hombro izquierdo, había conseguido matar al cacique, recuperando la bandera y
devolviéndola a su portador. Este hecho
heroico y haber sido herida por ello le valió el titulo de Alférez. Durante cinco años sirvió como
alférez al mando del capitán Gonzalo Rodríguez hasta que éste cayó muerto en la Batalla de Puren (2). Durante
algún tiempo estuvo al mando de la compañía y entre otros peleó con un capitán
de indios llamado Francisco de Quispiguancha, hombre rico, ya cristiano, el
cual le causó tremendos problemas hasta que en una de las luchas consiguió
rendirlo. En cuanto éste se entregó lo colgó inmediatamente. Esta acción
irreflexiva y vengativa hizo que el Gobernador le retirase el mando de la
compañía y no la nombrase capitán como todos estaban esperando.
Después
de esa batalla y tras pasar por diversas compañías y capitanes volvió de nuevo
a Concepción donde retomó su vida de jugadora y pendenciera. Como constante
inevitable en su vida tuvo otro altercado en una casa de juego. Uno la llamó
carnudo, y ella le dio una estocada en el pecho. El auditor general que andaba
por allí la agarró y le pidió que hablara. Respondió que solamente hablaría
delante del gobernador. Entró el hermano y le dijo en vascuence que intentase
escapar para salvar su vida. Ella le soltó un tajo en la cara al Gobernador que
le atravesó los dos carrillos. Durante esta pelea había matado al alférez y al auditor, por lo que haciendo
caso al consejo de su hermano salió corriendo y entró en sagrado.
El Gobernador puso precio a su cabeza y cercó
la iglesia donde permaneció seis meses.
Durante
este tiempo se fue relajando la guardia que le tenían y la visitaban los
amigos. Un día apareció su amigo Juan de Silva a contarle que había tenido unas
palabras con don Francisco de Rojas, del hábito de Santiago y se habían retado
en duelo para las once de esa noche y que necesitaba un padrino. Ella lo aceptó
y permaneció en su casa escondida hasta la hora del duelo. Llegada la hora,
Catalina y Juan de Silva se presentaron en el lugar elegido y una vez
establecidas las reglas empezaron a pelear los desafiados, pero al cabo de un
rato, herido su amigo Juan, ésta se puso a su lado. El compañero de D.
Francisco también hizo lo mismo y pelearon dos a dos. El enemigo de Catalina,
que ella desconocía pues la oscuridad era tal que no se distinguían las caras,
esta vez no se lo había ganado ella, sino que se lo había proporcionado el
azar, le lanzó un tajo a Catalina que esta esquivó y reaccionando con la
rapidez que la caracterizaba lanzó una punta al contrincante que lo alcanzó de
lleno debajo de la tetilla izquierda y cayó herido de muerte. Al caer y pedir
auxilio se descubrió que era su hermano Miguel y pedía, al igual que los otros,
confesión. Fue a buscar un cura y los confesaron. A Miguel se lo llevaron a
casa del gobernador y allí expiró. Ella entró en un convento que el gobernador
quiso tomar al asalto pero los monjes se opusieron tan rotundamente que le
dijeron que si entraba sería fácil que no saliera con vida. Desde el coro pudo ver el entierro de su
hermano que le causó un gran dolor. Después de eso estuvo allí ocho meses hasta
que Don Juan Ponce de León le dio caballo y armas y la preparó para salir a
Valdivia y Tucumán.
Después
de este incidente, anduvo sola por la cordillera de los Andes, encontrándose
con otros dos soldados, fugitivos como ella, con los que compartió el viaje.
Estuvo una semana andando por la cordillera, con gran frío y padecimientos que
provocaron la muerte de sus dos compañeros de fatigas. Tuvieron que matar a los
caballos para poder sobrevivir pero éstos no tenían más que hueso y pellejo.
Llegó un momento en que se encontró derrotada, cansada, hambrienta, descalza y
con los pies destrozados, se sentó contra un árbol y empezó a llorar. Pero
sacando fuerzas de su flaqueza continuó andando y al poco el paisaje cambió
totalmente. Había entrado en la ladera oriental de los Andes donde cambia
radicalmente el clima y la vegetación. Entrada ya en la provincia de Tucumán,
se encontró con dos hombres que la llevaron a una heredad donde estaba la
señora de ambos.
Allí
ésta mujer, que era una mestiza, viuda y bien situada le dio cobijo y le trató
con gran deferencia y amabilidad y al poco tiempo le pidió que llevase su
tierra y le propuso que se casase con su hija. La muchacha era negra y fea y no
era del gusto de Catalina pero ella contemporizó y aceptó siguiendo la farsa y
mientras, estuvo bien cuidada, vestida y agasajada. Llegado el momento de los
esponsales y estando ya en Tucumán para celebrar la boda tuvo miedo de
continuar con el engaño por más tiempo y partió hacia el Potosí.
En
los dos meses que pasó en Tucumán tuvo otro lance curioso. Mientras cortejaba a
la india, el canónigo de la iglesia también había puesto los ojos en aquel
apuesto muchacho español (Catalina) para casarlo con su sobrina. Así se lo
propuso y ésta tampoco le hizo ningún
asco a la propuesta, dejándose querer y aprovechando descaradamente los regalos
que por esa parte le hicieron. Por supuesto aquella aventura terminó en la misma escapada.
En
el camino del Potosí, a donde se dirigió tras la escapada, se encontró con un
soldado, con el que compartió el viaje y luego también la desventura. Les
salieron al paso tres bandidos con montera y escopetas, diciéndoles que les
entregaran todo. Catalina y su compañero se resistieron y aquel asalto terminó
con dos muertos por parte de los asaltantes.
Ya
en la ciudad, buscando trabajo, lo encontró con Juan López de Arguijo, natural
de la ciudad de la Plata.
Este le dio el puesto de mayordomo personal y juntos llevaron
un gran cargamento para las Charcas. En esta ciudad su jefe tuvo problemas con
otras personas y terminó en la cárcel por lo que no tuvo más remedio que
retornar de nuevo a Potosí, donde en esos momentos se estaba produciendo el
alzamiento de Alonso Ibáñez.
El
corregidor, estaba juntando gente para ofrecer resistencia a ese intento de
alzamiento de la ciudad y ella estuvo
entre los que lucharon a favor del rey de España. La revuelta terminó con nueve
muertos y muchos heridos. Los detenidos fueron ahorcados en el plazo de quince
días. Como era habitual en ella, destacó
en la lucha y en el apresamiento de los insurrectos y como premio por su valor
la nombraron ayudante de sargento mayor y se mantuvo allí dos años con ese
cargo. Esta etapa terminó cuando el gobernador don Pedro de Legui dio orden de
marchar contra los Chuncos y el Dorado
(3), pueblos de indios que se habían levantado en armas. El Maestre de Campo
fue Bartolomé de Alba, con todo preparado fueron a rendir a esos indios
Llegaron
a un pueblo llamado Arzaga, de indios aliados, y estuvieron allí ocho meses. Encontraron allí un gran llano sembrado de
almendros y frutales como en España y el gobernador quiso cultivar la tierra
para poder alimentar a la tropa, a lo que la infantería dijo que no, que el
sustento ya lo buscarían, y que ellos habían ido allí a guerrear y a coger oro,
y no a trabajar de labriegos. Llegaron a otro pueblo, en el cual los indios
cogieron las armas, pero al oír el arcabuz salieron corriendo. El corregidor
murió, porque al quitarse la celada “un demonio de niño” le dio un flechazo en un
ojo. Al chaval lo hicieron mil pedazos y poco después vinieron unos diez mil
indios a los cuales masacraron. Los persiguieron hasta pasar el río Dorado y
entonces el gobernador ordenó la retirada. Eso les dio mucha pena a los
soldados ya que allí se había descubierto una casa con mucho oro y la
mayoría pidió licencia para conquistar
esa tierra y quedarse en ella a lo que el gobernador se negó y entonces una
buena parte de la tropa desertó y con ellos Catalina.
1.- Es muy posible que entonces empezase a usar
el nombre de Alonso Diez Ramírez de Guzmán ya que en las certificaciones que
acompañan a la petición al Rey de una “pensión de encomienda” y que constan en
el Archivo de Indias de Sevilla, todas utilizan ese nombre para referirse a
ella en la época de soldado.
2.- Esta sin lugar a dudas debe ser la
batalla de Puren que también destacan sus valedores en las certificaciones, que
constan en el Apéndice Nº 3, por el valor que ella demostró durante la misma.
Catalina pasa sobre ella sin darle mayor importancia y sin embargo fue el hecho
que más destacaron sus jefes que por cierto no hablan de las luchas en Valdivia
donde le conceden el grado de alférez por su comportamiento valeroso
3.- Con este Dorado se referirá
seguramente al río de San Juan del Oro que ya habían descubierto los españoles
desertores de la tropa de Almagro y Pizarro y que se habían enriquecido con la
gran cantidad de oro encontrada.
CAPITULO IV
Nuestra heroína se fue a Cenhiago para desde
allí pasar a la Plata. Al
llegar a esta ciudad se vio involucrada de nuevo en una disputa por cuestiones
de honor. Ella se quedaba en casa de una señora llamada Catarina de Chaves, la
cual por cuestiones de sitio en la iglesia se enfrentó con Dª Francisca
Marmolejo, casada con el sobrino del conde de Lemos, que en la discusión llegó
a pegarle con un chapín en la cara, y se
armó una gran algarabía. Catarina envió un negro para que le cortase la cara en
cuanto saliese de la iglesia, cosa que el negro realizó a gusto de su jefa. Al
tercer día el corregidor fue a casa de Catarina a preguntarle si sabía quién
había sido y ella contestó que su mano. El corregidor siguió con la
investigación e interrogando al negro con tortura, le hizo confesar que el
agresor había sido Catalina disfrazada de indio y a continuación detuvo también al barbero que debía conocer
al agresor por haber afilado la navaja con la que habían herido a Dª Francisca.
Los torturó a ambos (1) para ver si averiguaba la verdad y sólo los soltó tras
leer una carta manuscrita de Catarina de Chaves donde seguramente reconocía su
culpa.
Escapada
ya de ese trance se fue a Charcas donde volvió a buscar a su antiguo amo Juan
López de Arguijo que se alegró mucho de recuperar su empleado e inmediatamente
le dio mil llamas de carga para que fuera a comprar trigo a los llanos de
Cochabamba y los llevase al Potosí donde escaseaba ese cereal. Le sacó tal
beneficio a este negocio que lo repitió varias veces llevando trigo a distintos
lugares.
Estando
en la Charcas ,
bien situada y disfrutando del lugar, un domingo fue a jugar a casa del sobrino del obispo,
con el arcediano, el provisor y un mercader de Sevilla que allí había casado y
establecido. Mantuvieron una discusión. Al final no ocurrió nada pero al salir la Monja Alférez para
ir a su casa, el mercader la estaba esperando. Sacaron las espadas y al final
cayó el mercader. Advertida la justicia, fue a buscarla pero ofreció
resistencia resultando herida en la refriega pero así y todo pudo refugiarse en
sagrado. Estuvo allí unos días advertida
por su amo de que la estaban esperando. Aprovechando la oscuridad de la noche,
ya cansada de estar escondida, partió para Piscobamba.
En
Piscobamba se quedó en casa de un amigo. Un día se le ofreció juego, en la
misma casa donde se hospedaba. Entre los jugadores había un portugués, que
jugaba fuerte, al que iba ganando, por lo que se enfadó e insultándola se armó
bronca en la que tuvieron que intervenir el resto de jugadores para calmarlos.
La bronca finalizó sin más percances pero a los pocos días del suceso, al doblar
una esquina, una sombra le atacó y reconociendo la voz del portugués al
llamarle pícaro cornudo le tiró una estocada y lo mató. Nadie había visto nada,
así que se fue y se acostó. A la mañana siguiente la prendieron y la metieron
en la cárcel. La juzgaron por el asesinato y la sentenciaron a muerte. Recurrió
la pena pero fue denegada su petición. Al entrar frailes a confesarla y no
querer hacerlo, estos le pidieron al corregidor que la dejara ir. Pero no aceptó con la excusa de que
si ella quería ir al infierno pues que se apañara. Esta vez estuvo muy cerca de
la muerte pues llegaron a llevarla hasta
la horca y le pusieron el “voletín” alrededor del cuello. Al borde del
momento final llegó un correo mandado por el presidente D. Diego de Portugal
donde se reclamaba el traspaso de Catalina y los autos a la Real Audiencia. Se salvó porque los testigos que testificaron
en su contra fueron acusados de un delito y al borde de la horca confesaron
haber sido pagados para testificar en contra de Catalina. Después de esto, fue a la ciudad de
Cochabamba para aclarar unas cuentas que su amo Juan López de Arguijo tenía con Pedro de Chavarría. Ajustadas ya
las cuentas, don Pedro y su esposa la invitaron a comer y quedarse un par de
días en su casa y la señora le pidió que al regresar a la Plata llevase a su madre, monja en esa ciudad, un recado de
su parte. Al pasar por la puerta de don
Pedro al día siguiente, vio un gran alboroto y entró para ver que ocurría. Este
había sorprendido a su señora en la cama con el sobrino del obispo. A él lo
mató y a ella no, porque se había escondido y ahora pedía que se la dejaran. Dª María al ver a
Catalina desde su ventana le rogó que la llevase con ella, puesto que iba a La
Plata y tenía allí a su madre, en un convento. Esta accede a llevarla. En el
camino encuentran un río que le cuesta cruzar. Lo cruzan y divisan sin mayor
problema La Plata. Al llegar allí y después de dejar a la señora de Chavarría,
doña María Dávalos, mientras paseaba por la calle se encuentra al señor don
Pedro de Chavarría, que le ataca con la espada sin atender a razones. Nuestra
“heroína” se ve obligada a defenderse. Se baten en la iglesia, y después de un
rato su contrincante la hiere dos veces en el pecho. Le dolió bastante, pero a
fuerza de mandobles consiguió hacerlo retroceder hasta el altar. En el altar,
D. Pedro, le envió un gran golpe a la cabeza, lo consiguió esquivar y en un
descuido de este le entró un palmo de espada por las costillas. Acudieron los monjes al lugar de los hechos y la
justicia. La justicia se los quería llevar, pero entre unos monjes y el
alguacil, que era cuñado de su amo Juan de Arguijo, consiguieron esconderlos a
ambos. Estuvieron tiempo curándose. En cuanto a la pelea entre el matrimonio,
se resolvió que ambos entraran en la religión. Cuando se hubo curado estuvo un
tiempo visitando a su monja Dª. María y
a la madre de ésta que estaba en el mismo convento y a otras muchas mujeres las
cuales le dieron muchos regalos.
Fue
a la ciudad de Mizque, y allí por medio de recomendación de algunas de esas
señoras de La Plata ,
le comisionaron para realizar una misión
de justicia. Le asignaron un escribano y un alguacil y fue a Piscobamba a
detener al alférez Francisco de Escobar, acusado de matar a dos indios para
robarles. Encontró al alférez y también los cadáveres de los indios que éste
había enterrado en su corral. Tras esto lo juzgó y condenó a muerte, pero el
reo recurrió y ella le aceptó el recurso, llevándolo a la audiencia de La Plata que ratificó la
sentencia y lo ejecutó .Después de haber cumplido esos encargos se fue a La Paz. (2)
Llega
a la Paz , donde
estuvo tranquila durante varios días, buscando trabajo y buscando a gente que
conoció cuando era solado. Un buen día, en la puerta de su amigo don Antonio
Barranza, se paró a hablar con su criado y en la conversación éste la desmintió
y le dio con el sombrero en la cara lo que le hizo sacar la daga y meterle una
puñalada. Inmediatamente se le echaron encima tan gran número de gente que la
redujeron y prendieron, dejándola mal
herida. Mientras la curaban, le hicieron el juicio. Salió pena de muerte pues
no sólo se la juzgaba por este crimen sino que había acumulado gran cantidad de
méritos para la horca. Pero logró escapar utilizando una estratagema increíble,
posiblemente pactada con anterioridad con el monje franciscano que la confesó.
Después de confesar acudió a recibir los Ultimos Sacramentos y una vez recibida
La Sagrada Forma
en la boca la depositó sobre su mano y grito: “iglesia me llamo, iglesia me
llamo”, nadie se atrevió a tocarla y llamaron al obispo que ordenó la
trasladasen a la iglesia bajo palio con lo que con la Sagrada Forma en las
manos entró a la iglesia y una vez más quedó bajo la protección de lugar
sagrado. Allí la dejaron en la iglesia durante un mes, con la iglesia cercada por el corregidor y sus hombres. Pero
pasado ese tiempo, se levantó el cerco y pudo escapar con una mula y algún
dinero que le había facilitado el obispo.
Llegó
al Cuzco. Ciudad importante que no
desmerecía para nada a Lima y allí nuevamente la desgracia se ceba sobre ella.
Asesinan a D. Luís Godoy corregidor del Cuzco y sin más pruebas que su abultado
historial la prenden en medio de la calle y la acusan de haber matado al
corregidor. Como no estaban seguros de su culpabilidad la mantuvieron en la cárcel durante cinco
meses, hasta que por fin se descubrió al culpable. Un tal Carranza. El nuevo
corregidor le dejo ir cuando se descubrió su culpabilidad.
Siendo
virrey del Perú don Juan de Mendoza Y Luna, Marqués de Montes Claros, Lima fue
atacada por el Holandés con ocho bajeles. (3)
El Virrey contrarrestó el ataque con cinco naves españolas, más
fuertes y mejor armadas. Nuestra armada estaba consiguiendo la
victoria cuando todos los bajeles holandeses atacaron a la nave Almiranta, en
la cual iba Catalina. Fue hundida y solo se salvaron ella, un monje franciscano
y un soldado. Una nave enemiga los apresó. Los soltaron en la costa de Paita, a
cien leguas de Lima, maltrechos,
hambrientos y casi desnudos. Un lugareño los vistió y socorrió y los encaminó
hacia Lima. Llegó a la capital después de pasar muchas penurias. Pronto se
cansó de estar allí, compró un caballo y partió para el Cuzco.
Mientras
cabalgaba hacia la salida de la ciudad, se encontró con el alguacil diciéndole
que el corregidor la quería ver. Allí
unos fulanos la acusaron de haberles robado el caballo y ella en un acto
reflejo le tapó la cara con la capa y les preguntó cuál era el ojo tuerto del
animal. Ellos contestaron de distinta forma, lo que ya extrañó al corregidor.
Seguidamente corrigieron su error y testificaron ambos que la ceguera era del
ojo izquierdo. Una vez realizadas estas aclaraciones ella levantó la capa y
vieron como el caballo estaba sano. Los mandó prender y ella partió feliz
para Cuzco.
Llegada
a Cuzco fue a jugar a las cartas a casa
de un amigo. Allí se le arrimó un hombre alto, velloso, imponente al que
llamaban el Nuevo Cid. Este, cuando Catalina más distraída estaba en el juego,
le metió la mano desde atrás repetidas veces al montón de monedas, hasta que
ésta cansada ya del desparpajo de aquel truhán lo esperó con la daga en la mano
y cuando él entró la suya para llevarse las monedas se la dejó clavada en la
mesa. Enseguida se le echaron encima muchos amigos del Nuevo Cid que lograron
herirla repetidas veces antes que ella lograse escapar a la puerta, pero estos
la siguieron a la calle. Se batieron en mitad de la calle, y a eso que pasaban
dos conocidos vizcaínos que se pusieron de su parte, pero eran cinco contra
tres, lo quedaba una clara ventaja a sus enemigos. En la refriega el Nuevo Cid
le clavó una daga por la espalda que le atravesó el hombro de parte a parte. Y
recibió otra estocada que la dejó mal herida y tirada por los suelos, con un
gran charco de sangre. Se fueron todos pensando que estaba muerta, pero ella,
con ansias de venganza, logró reponerse, levantarse y buscar al Cid al que
encontró a la puerta de la iglesia. Se fue hacia él, que sorprendido por verla
viva se rehízo y sacó la espada para rematarla. Ella desvió la estocada con la
daga y le atravesó la espada a la altura de la boca del estómago. Cayeron los
dos, y al caer pidieron confesión. Para entonces ya había acudido muchísima
gente. Les dieron confesión a ambos con la venia del corregidor don Pedro de
Córdoba. Aquí Catalina viéndose morir reveló al padre Fray Luis de Ferrer su
verdadera identidad pero bajo el secreto de confesión por lo que siguió
manteniéndose el fraude de su sexo. La pasaron a la celda de don Martín de
Aróstegui donde permaneció cuatro meses convaleciente, mientras tanto el
corregidor tenía la iglesia cercada. En esos cuatro meses la ayudaron a hacer
el plan de escape don Gaspar de Carranza, con mil pesos, don Lope de Alcedo,
con tres mulas y armas, y don Francisco de Arzaga, que le dio tres esclavos.
Partió con dos amigos vizcaínos, que le habían ayudado.
De
camino hacia Guamanga, tuvo una reyerta con los amigos del Cid que habían
acudido con uno de los ministros del corregidor para prenderla. Ella sólo tenía
que cruzar el puente para salir de la jurisdicción del Cuzco, puesto que ese
ministro no podía seguirla más allá de ese puente. Así que en cuanto se armó la
reyerta y cayeron dos de sus esclavos disparó al corregidor, derribándolo, y en
cuanto sus enemigos vieron que estaba armada con pistolas salieron huyendo de
allí. Al pasar el puente los amigos que la acompañaban y que la ayudaron a
resistir la acometida relatada anteriormente, le desearon suerte y marcharon.
Al llegar a la población de Andahualinas, el corregidor le ofrece quedarse en
su casa. Pero a ella no le gusto la idea por temerse una emboscada y fue a
comprar otro caballo, porque del suyo se había encaprichado un soldado y se lo
había vendido y partió para Guamanga.
El
camino hacia Guamanga lo realizó pasando por Guancavélica, dando un gran rodeo
para evitar posibles persecuciones. A pesar de las precauciones, al llegar al
pueblo se dio cuenta que el alguacil tenía un pasquín donde se reclamaba su
captura por lo que salió rápidamente. El
alguacil y un negro intentaron detenerla y ella descerrajó un tiro al primero y
atravesó con la espada al segundo. Siguió camino a Guamanga y al llegar a un río de Balsas,
mientras cruzaba, observó que unos soldados la seguían por lo que al llegar a
la orilla sacó las pistolas y los advirtió que si lo intentaban los mataría.
Viendo que los había convencido con sus elocuentes pistolones les dejó tres
doblones sobre una piedra y siguió su camino.
Al
llegar a la ciudad buscó una posada y volvió a vender el caballo por doscientos
pesos. Le pareció la ciudad con las casas más bonitas que nunca había visto en
las Indias. Estaba situada en un valle de temperatura templada y tenía una
agricultura floreciente. Pasaron varios días en los que solía frecuentar una
sala de juegos. Quiso su mala suerte que un día se le acercara el corregidor
don Baltasar de Quiñones, y la intentara prender. Ella sacó su espada y la
pistola de tres cañones y huyó a la casa de un amigo. Después de un mes de
estar escondida y viendo que la causa no prosperaba, pero que no debía
permanecer allí, decidió partir. Mientras salía de la ciudad, de noche, unos
alguaciles de ronda, le salieron al paso y al ver quién era, como viene siendo
habitual en su vida, quisieron prenderla. Como se resistía y no podían
prenderla llamaron al corregidor, que estaba en casa del obispo, y este ordenó a la gente que la matara. En esto
el señor obispo don Agustín de Carvajal y su secretario don Juan de Bautista
intercedieron por ella y pidiéndole las armas el obispo se comprometió a
mantenerla a salvo de la justicia. La llevaron a casa el obispo donde éste, le
mandó descansar. A la mañana siguiente el obispo fue a su celda y le ordenó que
le refiriera su vida. Ella primero le contó su vida pero omitiendo su
feminidad, pero después de escuchar los consejos de aquel santo varón su
admiración fue tal que decidió contarle toda la verdad. En muy pocas palabras
hizo un resumen tan completo de su vida que es interesante trascribirlo: “que
soy una mujer, que nací en tal parte, hija de fulano y zutana: que me entraron
con tal edad en tal convento, con fulana mi tía, que allí me crié, que tomé el
hábito: que tuve noviciado: que estando para profesar, por tal ocasión me salí:
que me fui a tal parte, me desnudé, me vestí, me corté el cabello: partí allí y
acullá, me embarqué, aporté, trajiné, maté, herí, maleé, correteé, hasta venir
a parar en lo presente y á los pies de su Señoría Ilustrísima.” El obispo, después de escucharla en silencio
se emocionó con su relato y le saltaron las lágrimas. Terminado éste le pidió
que se fuera a dormir y descansar.
A la mañana siguiente fue y le pregunto acerca
de la veracidad de los hechos referidos por ella el día anterior. Ella contestó
afirmativamente y pidió al obispo que mandara a dos matronas a examinarla. Este
así lo creyó conveniente y después de comer y de ella echar la siesta, vinieron
las comadres. El obispo al corroborar su virginidad le dijo que era gran
persona para él y que estaría encantado de darle todo favor que ella pidiera.
Desde ese momento dejó de ser un secreto el sexo de la Monja Alférez. El
Obispo dispuso que entrara a profesar en el convento de Santa Clara de
Guamanga. Desde el obispado hasta el convento fue acompañada por el obispo y la
expectación era tal que las calles estaban llenas de gente que quería conocer a
la Monja Alférez
y la iglesia estaba totalmente llena. Entró al convento y el obispo le dijo que
se dedicara a la oración. La mala suerte
proverbial que la acompañó durante su vida
le repetía nuevamente, pues pasados cinco meses moría el señor obispo
Don Agustín de Carvajal y nuestra monja quedó sola en el mundo.
El
arzobispo de Lima la mandó llamar. El camino lo realizó en litera y con una
fuerte escolta. Al llegar a la capital la expectación fue similar a la de
Guamanga. El arzobispo la recibió en su casa donde la alojó y al día siguiente la llevó a visitar al Virrey
D. Francisco de Borja, Príncipe de Esquilache, que la invitó a comer a su mesa. El Arzobispo le permitió elegir convento
donde debería permanecer hasta que llegasen los informes de España en los que
se confirmase que Catalina de Erauso no
había llegado a recibir los hábitos. Los
probó todos y eligió el de La
Trinidad en Lima. Allí llegó razón de que nunca fue monja
profesa, y partió para la ciudad de Santa Fe de Bogotá. Allí vio al nuevo
obispo don Julio de Cortázar, el cual le pidió con bastante énfasis que se
quedara a profesar en el convento de su orden. Ella le contestó: “que no tenía
orden ni religión”, y partió para la ciudad de Tenerife provincia de Santa
María en la orilla oriental del río Magdalena.
1.-
Durante el tormento llegó un procurador y pidió cesase la tortura sobre
Catalina por privilegio, ya que era vizcaíno. Es notable la justicia de esa
época absolutista en que la Ley
hacia distingos de privilegios por razones de nobleza, hidalguía o pertenencia
a la iglesia y en este caso al estar en Las Indias por razón de ser vizcaíno.
2.-
Hasta para esta mujer y estos tiempos parece un poco extraño que le encarguen
una misión de este calado a un personaje que estaría declarado “en fuga” de
casi todas las audiencias del Perú y Chile.
3.-
Esta Lima no es la actual capital que queda muy retirada del mar, sino que era
el pueblo de Callao de Lima que estaba junto al puerto y que desapareció del
mapa tras un gran Tsunami del siglo XVIII.
CAPITULO V
Allí
embarcó en la armada del Almirante Tomás de Laraspurru, de partida para España
(1) El Almirante le dio un tratamiento
preferencial mientras estuvo en la nave Capitana, teniéndola incluso invitada a
su mesa. Estuvo sin meterse en líos hasta que pasando el canal de Bahama, se
armó juego y hubo de darle a un fulano una cuchillada en la cara. Viendo que no
era conveniente que continuase allí, el Almirante le propuso pasase a la nave
Almiranta a lo que dijo que no, por hallarse en esa nave paisanos de ella.
Catalina propuso el paso al patache San Telmo, capitaneada por D. Andrés de
Otón, que hacia agua, por lo que se paso achicando agua hasta el primero de
noviembre de 1624 que llegó a Cádiz.
Al llegar a la capital procuró pasar
desapercibida, cosa que haría en otras ciudades (Sevilla, Madrid), porque para
la gente del lugar resultaba una atracción ver a una mujer vestida de hombre.
Va a la ciudad de Sevilla, donde encuentra al conde de Javier, al que sirve.
Parte con él hacia Pamplona. Después de servir esos dos meses al conde de
Javier, decide ir a Roma a conseguir el jubileo y a hablar con el Papa.
Parte con dos amigos por el camino de Francia,
pero teniendo la mala suerte de sucesos que siempre vemos en la vida de esta
mujer. Pasado el Piamonte, cerca de Turín, la detiene una tropa de soldados
franceses que la acusan de espía. (2). La retienen cincuenta días, le quitan todo lo que llevaba y la obligan a
volver a España, so pena de galeras. No devolviéndole lo arrebatado ha de
volver a España mendigando. En Toulouse se encuentra con un viejo amigo, al que
anteriormente le había entregado correo, cuando venía desde Madrid, el Conde de
Agramante, gobernador de Bayona, virrey de Pau, que la ayuda dándole cien
escudos y un caballo. Parte para Madrid.
En
Madrid se presenta a S.M., el Rey Felipe IV, con una petición de pensión y éste
la remitió al Consejo de Indias que la aceptó y aprobó su petición concediéndole
ochocientos reales de por vida.
Va a Barcelona, y llegando a Velpuche con dos
amigos más, unos bandidos les salen al paso y les roban todo, excepto los
papeles. Llegan a Barcelona a pie, desnudos y avergonzados la noche del Sábado
Santo de 1626. Pidiendo por las casas consigue ropa vieja y una capilla y se va
a dormir a los soportales junto con otros mendigos. Al ver tantos mendigos cae
en la cuenta de que de que está el rey en Barcelona, y que le sirve el Marqués
de Montes-Claros. Fue a visitarle y la recibió con agrado. La vistió y le
preparó una audiencia con S.M. Este la recibió y después de escuchar su
historia y recibir el memorial que llevaba en las manos la despidió con la
promesa de ver su caso. Al salir un funcionario la llama y le dan cuatro
raciones de alférez reformado y treinta ducados de ayudante de costa.
Después
de agradecer al Marqués su deferencia con ella, se embarca para Génova, en la
galera San Martín. Llega en poco tiempo a Génova, donde sin saber en qué matar
el tiempo, decide ir a ver a don Pedro de Chavarría, veedor general. Cuando
llegó a su casa la encontró cerrada y decide esperar. Llegó un soldado italiano
con el que entabla conversación y que la ofende, insultando a los españoles. La
disputa verbal termina en duelo a espada. Lo hiere y acude tanta gente a
batirse a favor de uno u otro, que en el barullo general de la pelea puede
escapar sin inconvenientes y se esconde en la galera, donde se recupera de una
pequeña herida en la mano.
De allí parte hacia Roma, donde solicita y le
conceden una audiencia son Su Santidad el Papa, Urbano VIII, al que le cuenta
toda su vida y peripecias. Le dice que es mujer y virgen pero que desea
continuar vistiendo de varón, petición que acepta el Papa y le da licencia para
continuar vistiendo ropas masculinas. La alta aristocracia de Roma se rifaba su presencia. Así que no
faltaba el día y la noche que no tenía
cenas, banquetes y meriendas con multitud de personajes importantes de la corte
del Papa. Al contarle su historia a un grupo de cardenales, uno de ellos hace
un comentario diciéndole que el único fallo que se le veía era “el ser
español”. A lo que ella contesta que a su parecer era lo único bueno que tenia.
La hacen ciudadano romano, y al día siguiente viaja a Nápoles. Allí dos “señoritas”
acompañadas por dos hombres empiezan a mirarla y a sonreírse y una de ellas le
pregunta: “Sra. Catalina, ¿dónde es el camino?, y ella les responde: Sras.
Putas, a darles a vds. cien pescozadas, y cien cuchilladas a quien las quiera
defender. Callaron y se fueron de allí.”
(3)
Desde
esta discusión que ocurre en Nápoles en Julio de 1626 se le pierde la pista y,
parece, que su vida discurre entre Nápoles y Madrid. Reaparece en 1630, año en
que el pintor Pedro Pacheco pinta un retrato suyo, que se puede contemplar en la Galería Shepeler
de Aquisgran, y ese mismo año hay constancia de su embarque hacia Nueva España
y se pierde nuevamente su pista y reaparece en 1635 al desembarcar en Veracruz.
Esta reseña tomada de un trabajo de Ricardo Ibáñez, bajado de Internet,
finaliza diciendo que “poco más se sabe de ella, aunque se cree que murió
en 1656” .
En
Las grandes Biografías de la
Historia de Chile se dice que Catalina de Erauso nació en
1592 en San Sebastián y murió en 1650 en Guitlaxtla. En este trabajo hay que
destacar que parece ser que desde 1630, que volvió a América, hasta 1635 su
vida fue igual a la de su primera estadía y que de ese año en adelante no hay
claridad de su destino.
Sin
embargo existe constancia que en 1645 estuvo en Veracruz: En el manuscrito de
Cándido M. Trigueros consta una referencia de que el día 4 de Julio la Monja Alférez estuvo
en la Iglesia Mayor
de Veracruz. En el trabajo de Luís
Carandel Consta que el padre Fray Nicolás de Rentería declaró, que en 1645,
encontró a Catalina varias veces en Veracruz, que entonces se hacía llamar Antonio de Erauso, acarreando ropa con
una recua de mulos. Seguía vistiendo de hombre con espada y daga al cinto y que
era muy apreciada en el lugar.
Hay
por lo menos dos versiones más sobre la muerte de Catalina.
La
primera, publicada en México tres años después de su fallecimiento, que sucedió
en 1650 cuando iba por el camino nuevo de Vera Cruz con una carga de ropa.
“Adoleció de mal de muerte y falleció como una mujer ejemplar y con general
dolor de todos los circunstantes”.
La
segunda la da D. Joaquín M. Ferrer en su libro: Catalina desapareció cuando, no
pudiendo atracar su barco en el muelle e intentarlo con una pequeña lancha,
ésta se hundió con todos sus ocupantes. “No se supo si había caído al agua, si
se había suicidado o bien si había decidido ocultarse para proseguir en tierras
de América sus descomunales aventuras”.
1.- Existe en el Archivo de Indias de
Sevilla una carta del Almirante Laraspurru,
al que Catalina en sus memorias le da el tratamiento de General, escrita
en alta mar, durante esa travesía, que no la menciona sino que es relativa a
una cuestión de supremacía en el mando de la nave Almiranta o de la Capitana.
2.- El relato de este acontecimiento está
perfectamente documentado ya que ella presenta la declaración de varios
testigos como consta en el Apéndice Nº 3 relativo a los méritos y servicios de
Dª Catalina de Erauso, que se encuentra en el Archivo de Indias de Sevilla y
que no hemos incluido en el Apéndice porque todos vienen a coincidir en lo
mismo. Que fue detenida por tropa de soldados que le pegaron, maltrataron y encerraron. En el número de días que estuvo
encerrada es en lo único que no
coinciden las declaraciones, ya que los testigos hablan de doce o catorce días
y ella, como hemos leído, habla de cincuenta.
(3) Y aquí termina la autobiografía
recogida por Ángel Esteban en su libro Historia de la Monja Alférez , Catalina de
Erauso, y también la Historia
de la Monja Alférez
D.ª Catalina de Erauso, escrita por ella misma, y editada en Barcelona por la
imprenta de José Tauló y que se encuentra en la Biblioteca Americana
de José Toribio Medina. El resumen anterior está recopilado tras el estudio de
ambas obras.
Sin
embargo aquí no termina su vida si bien existen muy pocos datos fidedignos de
Catalina, que a partir de entonces pasó a llamarse Antonio de Erauso, y desde entonces prácticamente desaparece en el
anonimato.
Esta historia es obra de mi hijo José Hermano Rivera y es un trabajo que presentó en el Instituto para poder optar a una plaza en la expedición Ruta Quetzal. No obtuvo el premio, pero el trabajo valió la pena y para mi es un orgullo. Era muy difícil, casi imposible, diría yo, tener la posibilidad de obtener la plaza dadas las circunstancias que rodean este evento.
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