domingo, 8 de enero de 2012

HISTORIA DE LA MONJA ALFEREZ


  


El Quetzal

CAPITULO  I

Nace Catalina de Erauso, la Monja Alférez  en la villa de San Sebastián en el año de 1585 (1), hija de Don Miguel de Erauso y de Doña María Pérez de Galárraga y Arce, vecinos de esta villa. Sus padres la educaron en su casa con sus otros hermanos, 3 varones  y 3 hembras, hasta la edad de cuatro años, a la que fue ingresada en un convento.
El convento de San Sebastián el Antiguo se encuentra en dicha villa y la Madre Superiora era su tía Doña Ursula de Unzá y Sagasti, prima hermana de la madre. A la edad de quince años, estando ya cerca del fin de noviciado sufrió, según nos cuenta ella en su biografía, malos tratos por parte de una monja profesa, llamada Catalina de Alizi (2) y ésta posiblemente sea una de las razones por las que escapó del convento la víspera de  San José. La noche del 18 de marzo, levantado todo el convento para maitines, al entrar en el coro su tía le pidió que fuera a su celda a traerle el Breviario. Catalina obediente fue a por él, y en la pared de la celda de la Madre Superiora vio colgadas las llaves del convento. Sin cerrar la celda fue a darle a su tía el librito, le pidió permiso para retirarse a su aposento con la excusa de estar enferma, y volviendo a la celda cogió las llaves, “unos reales de a ocho que allí estaban”, hilo, aguja, tijeras y unas telas, y salió dejando todas las puertas emparejadas. En la última dejó su escapulario y abandonando el convento se escondió en un castañar que había frente al mismo. Estuvo allí tres días, confeccionándose unas vestimentas masculinas que cambió por sus hábitos, y después partió para Vitoria andando y comiendo las hierbas que pillaba por el camino.

A los pocos días de estar allí, la acogió Don Francisco de Cerralta, catedrático de dicha villa que quiso darle estudios, ofrecimiento que ella rechazó y éste no aceptando la negativa insistió. No encontrándose ya cómoda en esta situación de enfrentamiento, le robó algunos cuartos al catedrático e hizo un acuerdo con un arriero, para que por doce reales la llevara a Valladolid (3).

Allí, con el nombre de Francisco de Loyola, trabajó como paje para Don Juan de Idiáquez, caballero de La Orden de Santiago que fue secretario de Felipe II y de Felipe III. Pasados siete meses llegó una noche su padre estando ella en la puerta  con otro paje. Les preguntó si estaba el señor Don Juan a lo que respondieron afirmativamente, y D. Miguel le pidió al otro paje que fuera a buscarlo. Catalina, con sus nuevas vestimentas de varón, se quedó a solas unos minutos con su padre, que no se percató de quién era ella, a pesar de que estuvieron  a solas un rato hasta que volvió su compañero. Don Miguel subió y le contó a Don Juan la pena que le había producido la fuga de su hija del convento. Este le manifestó su pesar por lo ocurrido. Ella, oyendo la conversación tomó los ocho doblones que tenía y se fue a dormir a un mesón aquella noche. Acordando en este mesón con un arriero un viaje a Bilbao, que era el lugar al que éste se dirigía.



Al entrar en la ciudad tuvo problemas con unos muchachos que la molestaron, y cogiendo unas piedras se las lanzó, con la mala suerte de que una de ellas abrió una brecha a uno de ellos, por lo que estuvo presa en la cárcel más de un mes y no la dejaron salir hasta que el herido no hubo sanado.

Partió para Estela de Navarra, donde ejerció como paje de Don Carlos de Arellano, caballero de La Orden de Santiago. Estuvo dos años bien tratada y vestida. Pasado ese tiempo y “sin más gusto que el de ella misma”  partió de nuevo a San Sebastián, su ciudad natal.

Allí, a pesar de su disfraz estuvo a punto de ser descubierta. Un día coincidió con su madre en una misa de su convento y a pesar de ir vestida de varón, ésta se le quedo mirando por lo que Catalina sospechó que la podían haber descubierto. Terminada la misa unas monjas la llamaron al coro, pero haciéndose la desentendida se fue sin pararse a averiguar si alguien había sospechado de su verdadera identidad.

En el año 1603, ya con dieciocho años, su alma aventurera le pedía “hacer las Indias”  y con esas miras fue al puerto de Pasages donde encontró un navío que partía hacia Sevilla. Negoció por cuarenta reales el precio de su pasaje con el capitán D. Miguel de Berroiz. Desembarcada en Sanlúcar partió hacia Sevilla donde estuvo dos días, visitando la ciudad y probablemente intentando aclarar cuál iba a ser su objetivo una vez llegada a las Indias. Volvió a Sanlúcar y encontró una armada que partía para Punta de Araya y sentó plaza de grumete en el navío San José, del cual era capitán D. Estevan Eguiño, primo hermano de su madre y por tanto tío suyo. La armada partió de Sanlúcar lunes santo de 1603, con destino a punta de Araya. 


1.-          Según la partida de bautismo del convento de San Sebastián el Antiguo, nació en 1592. (Apéndice Nº 1) Por lo que las fechas dadas en el escrito son fieles a su autobiografía edición de Ángel Esteban.
Corroborando la fecha de nacimiento de 1592 están las Partidas Compulsadas del convento de S. Sebastián (Apéndice Nº 2) en las que consta una partida de 880 reales por la manutención de Isabel y Catalina de Erauso  pagados en Abril de 1605. Existe constancia de otro pago en 1606 por el mismo concepto, por lo que si se escapó con 15 años no pudo haber nacido en 1585 como ella asegura en su autobiografía.
Al final de la obra veremos que los datos existentes en el Archivo de Indias de Sevilla también corroboran el nacimiento de Catalina en 1595.
2.-          Esto podría ser  un fallo del copista puesto que en el libro de profesiones del convento consta como Catalina de Aliri. Esta monja murió en el año 1657, Habiendo sido priora durante quince años.
3.-          Aquí tenemos un dato que afirma la teoría de que nació en el año de 1585, puesto que refiere en su autobiografía que la corte está en Valladolid, la corte la trasladó aquí Felipe III pero por las dificultades que esto suponía sólo estuvo allí cinco años (1601-1606). Esto hace presuponer que estuvo en esta ciudad en el año de 1601, lo cual apoyaría la teoría que ella sostiene que nació en 1585.



CAPITULO  II

Su tío Estevan Eguiño la convirtió en su ayudante, mientras duró la escaramuza de la Punta de Araya. Al llegar a Cartagena de Indias después de pasar varios incidentes desagradables cargaron la plata para llevarla a España, y harta ya de ser su ayudante y no apeteciéndole volver a su país le cogió quinientos pesos y se escapó del barco momentos antes de zarpar.
               
Llegó a la ciudad de Panamá donde gastó el dinero que tenía. Buscando trabajo encontró a Juan de Urquiza, mercader de Trujillo, con el que se colocó de dependiente. Desde Panamá salieron hacia el puerto de Paita a recoger una carga de mercaderías con la mala fortuna de que naufragaron en la travesía. Ya en Paita su amo le encargó que le enviase a Saña la carga debidamente ordenada donde él la recibiría. Tarea que desarrolló con total satisfacción de su amo.

Fue a la ciudad de Saña, donde entró a trabajar como vendedor en una tienda de su amo Juan de Urquiza, que le demostró una gran confianza ya que le dejó una parte de las mercaderías a su cargo para que las vendiese y cobrase, y recogiendo él el resto, partió hacia la ciudad de Trujillo donde tenía otra tienda.

 Pero una desgraciada tarde, estando ella en un patio de comedias, un tal Reyes vino y se le puso delante molestando su visión. Ella le pidió que se apartara, y él le respondió desabridamente que no se apartaba a lo que ella le contestó en el mismo tono. Reyes le retó a que se fuera de allí o le haría un tajo (1) en la cara. Ella, viéndose desarmada y en inferioridad se fue del patio de comedias, rumiando la venganza. A la mañana siguiente estando ella en su tienda vio pasar repetidas veces al pendenciero Reyes. Incapaz de soportar estoicamente la provocación se fue a un barbero e hizo amolar y convertir su daga en una sierra, y volviendo a su tienda se ciñó la espada, por primera vez en su vida, y salió a la calle en busca de su provocador. Lo encontró con un compañero en la puerta de la iglesia, se le acercó y le dio un tajo en plena cara que le valió diez puntos dejársela como la original. Reyes se echó mano a la herida mientras su camarada desenvainado la espada entrándole a Catalina con una punta. Esta logró esquivarla realizando una finta y entrándole al otro por el lado izquierdo consiguiendo darle una estocada  que lo atravesó y cayó. Viendo el peligro que corría rápidamente entró en la iglesia para “acogerse a sagrado” (2). Al poco tiempo vino el corregidor Don Mendo de Quiñones que no respetó el derecho de estar en sagrado, la llevó presa cargada de cepos y la metió en la cárcel. (3) Ella escribió a su jefe que inmediatamente habló con el corregidor y con el Obispo. La presión del obispo que había visto como el poder civil se había impuesto sobre el eclesiástico, vulnerando el derecho del reo a no ser detenido mientras estuviese bajo la protección de la iglesia, y tras tres meses de forcejeo, obligó al Corregidor a dejarla libre por haber sido apresada estando en una iglesia.

Juan de Urquiza habló con ella y le dijo que para arreglar este asunto sería conveniente que se casara con la señora Doña Beatriz de Cárdenas,  tía de la esposa del tal Reyes y “protegida” de su amo. Catalina rehusó al considerar que el lo que pretendía con esta unión era continuar beneficiándose de ambos (4). Viendo que no podía convencerla y que tampoco podía quedarse allí, su amo, la envió a Trujillo a atender la tienda que allí tenía y ella aceptó.

 Pasados dos meses en los que todo estuvo tranquilo, una tarde, un esclavo le avisó de que en la puerta había unos hombres que parecía que traían broqueles y estaban esperando a que ella  saliera. Sospechando alguna nueva celada hizo llamar a Francisco Zerain, que al entrar vio que eran tres los que estaban esperando. Los tres rufianes, Reyes, el compañero al que ella hirió en la puerta de la iglesia y otro rufián mas, esperaban su salida para matarla, por lo que inmediatamente salieron desenvainando sus espadas y empezaron a batirse. Pasado un rato, Catalina, que ya debía de ser muy diestra en el manejo de la espada, le entró una punta a uno de ellos que cayó muerto al suelo quedando el duelo igualado a dos. Estando ya heridos por ambas partes llegó el Corregidor con dos Ministros y la llevó detenida mientras su amigo Zerain entraba en sagrado. El Corregidor, que era vizcaíno y que sabía que ella también  lo era, le dijo en vascuence que al pasar por la puerta de la iglesia soltase la pletina que había dejado mal amarrada y que entrase en sagrado. Esta así lo hizo, y consiguió aferrarse a al mandato. Una vez dentro llamó de nuevo a su amo que apareció e intentó que le suprimieran las acusaciones pero fue imposible porque a la acusación de asesinato se habían añadido otras faltas graves. Viendo que no podía seguir allí decidieron que se fuera a Lima por lo que esta vez le dio mil doscientos pesos y una carta de recomendación con lo que partió cuando la vigilancia de la iglesia había desaparecido.

Llegó a Lima con las recomendaciones para Diego de Solarte, mercader muy rico y cónsul mayor de Lima, que la recibió con gran agrado y con el que estuvo nueve meses trabajando en su tienda con un magnífico sueldo. Un día la expulsó al  sorprenderla jugando muy cariñosamente con su cuñada, que trabajaba como doncella de su mujer, ya que a la vez que ésta la peinaba y le pedía que se casase con ella Catalina tenía las manos entre las piernas de la doncella.



1.-          Un tajo en la cara en aquella época        significaba, además de la herida, una señal de desprecio y afrenta entre marineros y truhanes.
2.-          Esta fórmula de “inmunidad eclesiástica” frente a la justicia ordinaria fue reiteradamente usada por Catalina a lo largo de su azarosa vida, llegando su osadía a utilizar La Sagrada Forma para salvar la vida como ya veremos más adelante.
3.-          Dice ella aquí que fue presa por primera vez en su vida sin embargo recordemos que la apresaron antes en Bilbao durante un mes mientras se curaba el muchacho a quien había herido.
4.- Aquí Catalina habla de no casarse con Beatriz por razones distintas a la que realmente impedía la boda ya que de realizarse ésta se destaparía la verdadera superchería en la que andaba metida.



CAPITULO III

 Aprovechó que estaban formando seis compañías para luchar contra los indios de Chile y se enroló como soldado con el nombre de Alonso Diez Ramírez de Guzmán (1). Su amo le pidió que olvidase el incidente, que devolviera el dinero recibido por el ejército y que volviera con él. Ella desoyó su petición, seguramente por el ansia de prestigio y riqueza que esperaban los soldados de la época, y partió para Concepción, en la compañía de Gonzalo Rodríguez en “tropa de mil seiscientos hombres”, de los cuales era Gran Maestre de Campo Don Diego Bravo de Sarabia.

Estando allí se encontró con su hermano Miguel de Erauso, al que no conocía ya que partió de España teniendo ella dos años y que por supuesto no la reconoció, ya que ella no usaba su verdadero nombre. Cuando se enteró que era de San Sebastián la abrazó y le preguntó por su familia a lo que ella respondió lo mejor que pudo. La invitó a comer y le dijo que el destino que llevaba a  Paicabí era muy peligroso por lo que hablaría con el Gobernador a fin de que le permitiese enrolarla en su compañía. Lo tuvo tres años como su capitán y comiendo en su mesa. Entre ellos se estableció una gran camaradería y solían realizar juntos algunas correrías en busca de juegos y mujeres. Catalina por supuesto vestida de varón, acompañaba a Miguel a casa de una señorita con la que éste se relacionaba. Pero no sólo iba con él, sino que algunas veces iba sola a visitarla por lo que su hermano, enterado de las visitas y posiblemente celoso, se lo reprochó, llegando a las armas con ventaja para Miguel que la llegó a herir. Enterado el Gobernador la desterró por tres años a Paicabí donde tuvieron infinidad de altercados con los indios.

El gobernador Alonso de Sarabia llegó a Paicabí con un nuevo ejército reunido en Chile para atacar a los araucanos y ella solicitó que le permitiese enrolarse en esa nueva tropa. Estando en esa campaña, y en un pueblecito llamado Valdivia, los indígenas atacaron dicho pueblo, arrasándolo. El ejército español los persiguió y masacró durante aproximadamente doce horas. Cuando la batalla  parecía totalmente decidida a favor de los españoles  apareció un refuerzo de más de cinco mil indios que inclinaron  la contienda a favor del bando contrario. Un momento de gran desconcierto fue cuando un cacique enemigo robó la bandera del rey. En un acto temerario, cercano al heroísmo, Catalina montó a caballo, junto con otros dos compañeros y fue a recuperarla. Uno a uno  cayeron  sus compañeros y los cerca de cuarenta indios que defendían a su jefe. Catalina herida, con tres flechas y un lanzazo en el hombro izquierdo, había conseguido matar al cacique, recuperando la bandera y devolviéndola a su portador. Este hecho  heroico y haber sido herida por ello le valió el titulo de Alférez. Durante cinco años sirvió como alférez al mando del capitán Gonzalo Rodríguez hasta que éste cayó muerto en la Batalla de Puren (2). Durante algún tiempo estuvo al mando de la compañía y entre otros peleó con un capitán de indios llamado Francisco de Quispiguancha, hombre rico, ya cristiano, el cual le causó tremendos problemas hasta que en una de las luchas consiguió rendirlo. En cuanto éste se entregó lo colgó inmediatamente. Esta acción irreflexiva y vengativa hizo que el Gobernador le retirase el mando de la compañía y no la nombrase capitán como todos estaban esperando.

Después de esa batalla y tras pasar por diversas compañías y capitanes volvió de nuevo a Concepción donde retomó su vida de jugadora y pendenciera. Como constante inevitable en su vida tuvo otro altercado en una casa de juego. Uno la llamó carnudo, y ella le dio una estocada en el pecho. El auditor general que andaba por allí la agarró y le pidió que hablara. Respondió que solamente hablaría delante del gobernador. Entró el hermano y le dijo en vascuence que intentase escapar para salvar su vida. Ella le soltó un tajo en la cara al Gobernador que le atravesó los dos carrillos. Durante esta pelea había matado al  alférez y al auditor, por lo que haciendo caso al consejo de su hermano salió corriendo y entró en sagrado.
 El Gobernador puso precio a su cabeza y cercó la iglesia donde permaneció seis meses.

Durante este tiempo se fue relajando la guardia que le tenían y la visitaban los amigos. Un día apareció su amigo Juan de Silva a contarle que había tenido unas palabras con don Francisco de Rojas, del hábito de Santiago y se habían retado en duelo para las once de esa noche y que necesitaba un padrino. Ella lo aceptó y permaneció en su casa escondida hasta la hora del duelo. Llegada la hora, Catalina y Juan de Silva se presentaron en el lugar elegido y una vez establecidas las reglas empezaron a pelear los desafiados, pero al cabo de un rato, herido su amigo Juan, ésta se puso a su lado. El compañero de D. Francisco también hizo lo mismo y pelearon dos a dos. El enemigo de Catalina, que ella desconocía pues la oscuridad era tal que no se distinguían las caras, esta vez no se lo había ganado ella, sino que se lo había proporcionado el azar, le lanzó un tajo a Catalina que esta esquivó y reaccionando con la rapidez que la caracterizaba lanzó una punta al contrincante que lo alcanzó de lleno debajo de la tetilla izquierda y cayó herido de muerte. Al caer y pedir auxilio se descubrió que era su hermano Miguel y pedía, al igual que los otros, confesión. Fue a buscar un cura y los confesaron. A Miguel se lo llevaron a casa del gobernador y allí expiró. Ella entró en un convento que el gobernador quiso tomar al asalto pero los monjes se opusieron tan rotundamente que le dijeron que si entraba sería fácil que no saliera con vida.  Desde el coro pudo ver el entierro de su hermano que le causó un gran dolor. Después de eso estuvo allí ocho meses hasta que Don Juan Ponce de León le dio caballo y armas y la preparó para salir a Valdivia y Tucumán.
               
Después de este incidente, anduvo sola por la cordillera de los Andes, encontrándose con otros dos soldados, fugitivos como ella, con los que compartió el viaje. Estuvo una semana andando por la cordillera, con gran frío y padecimientos que provocaron la muerte de sus dos compañeros de fatigas. Tuvieron que matar a los caballos para poder sobrevivir pero éstos no tenían más que hueso y pellejo. Llegó un momento en que se encontró derrotada, cansada, hambrienta, descalza y con los pies destrozados, se sentó contra un árbol y empezó a llorar. Pero sacando fuerzas de su flaqueza continuó andando y al poco el paisaje cambió totalmente. Había entrado en la ladera oriental de los Andes donde cambia radicalmente el clima y la vegetación. Entrada ya en la provincia de Tucumán, se encontró con dos hombres que la llevaron a una heredad donde estaba la señora de ambos.

Allí ésta mujer, que era una mestiza, viuda y bien situada le dio cobijo y le trató con gran deferencia y amabilidad y al poco tiempo le pidió que llevase su tierra y le propuso que se casase con su hija. La muchacha era negra y fea y no era del gusto de Catalina pero ella contemporizó y aceptó siguiendo la farsa y mientras, estuvo bien cuidada, vestida y agasajada. Llegado el momento de los esponsales y estando ya en Tucumán para celebrar la boda tuvo miedo de continuar con el engaño por más tiempo y partió hacia el Potosí.

En los dos meses que pasó en Tucumán tuvo otro lance curioso. Mientras cortejaba a la india, el canónigo de la iglesia también había puesto los ojos en aquel apuesto muchacho español (Catalina) para casarlo con su sobrina. Así se lo propuso y ésta  tampoco le hizo ningún asco a la propuesta, dejándose querer y aprovechando descaradamente los regalos que por esa parte le hicieron. Por supuesto aquella  aventura terminó en la misma escapada.
               
En el camino del Potosí, a donde se dirigió tras la escapada, se encontró con un soldado, con el que compartió el viaje y luego también la desventura. Les salieron al paso tres bandidos con montera y escopetas, diciéndoles que les entregaran todo. Catalina y su compañero se resistieron y aquel asalto terminó con dos muertos por parte de los asaltantes.

Ya en la ciudad, buscando trabajo, lo encontró con Juan López de Arguijo, natural de la ciudad de la Plata. Este le dio el puesto de mayordomo personal y juntos llevaron un gran cargamento para las Charcas. En esta ciudad su jefe tuvo problemas con otras personas y terminó en la cárcel por lo que no tuvo más remedio que retornar de nuevo a Potosí, donde en esos momentos se estaba produciendo el alzamiento de Alonso Ibáñez.

El corregidor, estaba juntando gente para ofrecer resistencia a ese intento de alzamiento de la ciudad  y ella estuvo entre los que lucharon a favor del rey de España. La revuelta terminó con nueve muertos y muchos heridos. Los detenidos fueron ahorcados en el plazo de quince días.  Como era habitual en ella, destacó en la lucha y en el apresamiento de los insurrectos y como premio por su valor la nombraron ayudante de sargento mayor y se mantuvo allí dos años con ese cargo. Esta etapa terminó cuando el gobernador don Pedro de Legui dio orden de marchar contra  los Chuncos y el Dorado (3), pueblos de indios que se habían levantado en armas. El Maestre de Campo fue Bartolomé de Alba, con todo preparado fueron a rendir a esos indios

Llegaron a un pueblo llamado Arzaga, de indios aliados, y estuvieron allí ocho meses.  Encontraron allí un gran llano sembrado de almendros y frutales como en España y el gobernador quiso cultivar la tierra para poder alimentar a la tropa, a lo que la infantería dijo que no, que el sustento ya lo buscarían, y que ellos habían ido allí a guerrear y a coger oro, y no a trabajar de labriegos. Llegaron a otro pueblo, en el cual los indios cogieron las armas, pero al oír el arcabuz salieron corriendo. El corregidor murió, porque al quitarse la celada “un demonio de niño” le dio un flechazo en un ojo. Al chaval lo hicieron mil pedazos y poco después vinieron unos diez mil indios a los cuales masacraron. Los persiguieron hasta pasar el río Dorado y entonces el gobernador ordenó la retirada. Eso les dio mucha pena a los soldados ya que allí se había descubierto una casa con mucho oro y la mayoría  pidió licencia para conquistar esa tierra y quedarse en ella a lo que el gobernador se negó y entonces una buena parte de la tropa desertó y con ellos Catalina.



1.-  Es muy posible que entonces empezase a usar el nombre de Alonso Diez Ramírez de Guzmán ya que en las certificaciones que acompañan a la petición al Rey de una “pensión de encomienda” y que constan en el Archivo de Indias de Sevilla, todas utilizan ese nombre para referirse a ella en la época de soldado.
2.-          Esta sin lugar a dudas debe ser la batalla de Puren que también destacan sus valedores en las certificaciones, que constan en el Apéndice Nº 3, por el valor que ella demostró durante la misma. Catalina pasa sobre ella sin darle mayor importancia y sin embargo fue el hecho que más destacaron sus jefes que por cierto no hablan de las luchas en Valdivia donde le conceden el grado de alférez por su comportamiento valeroso
3.-          Con este Dorado se referirá seguramente al río de San Juan del Oro que ya habían descubierto los españoles desertores de la tropa de Almagro y Pizarro y que se habían enriquecido con la gran cantidad de oro encontrada.



CAPITULO   IV

 Nuestra heroína se fue a Cenhiago para desde allí pasar a la Plata. Al llegar a esta ciudad se vio involucrada de nuevo en una disputa por cuestiones de honor. Ella se quedaba en casa de una señora llamada Catarina de Chaves, la cual por cuestiones de sitio en la iglesia se enfrentó con Dª Francisca Marmolejo, casada con el sobrino del conde de Lemos, que en la discusión llegó a pegarle con un chapín  en la cara, y se armó una gran algarabía. Catarina envió un negro para que le cortase la cara en cuanto saliese de la iglesia, cosa que el negro realizó a gusto de su jefa. Al tercer día el corregidor fue a casa de Catarina a preguntarle si sabía quién había sido y ella contestó que su mano. El corregidor siguió con la investigación e interrogando al negro con tortura, le hizo confesar que el agresor había sido Catalina disfrazada de indio y a continuación  detuvo también al barbero que debía conocer al agresor por haber afilado la navaja con la que habían herido a Dª Francisca. Los torturó a ambos (1) para ver si averiguaba la verdad y sólo los soltó tras leer una carta manuscrita de Catarina de Chaves donde seguramente reconocía su culpa.

Escapada ya de ese trance se fue a Charcas donde volvió a buscar a su antiguo amo Juan López de Arguijo que se alegró mucho de recuperar su empleado e inmediatamente le dio mil llamas de carga para que fuera a comprar trigo a los llanos de Cochabamba y los llevase al Potosí donde escaseaba ese cereal. Le sacó tal beneficio a este negocio que lo repitió varias veces llevando trigo a distintos lugares.

Estando en la Charcas, bien situada y disfrutando del lugar, un domingo  fue a jugar a casa del sobrino del obispo, con el arcediano, el provisor y un mercader de Sevilla que allí había casado y establecido. Mantuvieron una discusión. Al final no ocurrió nada pero al salir la Monja Alférez para ir a su casa, el mercader la estaba esperando. Sacaron las espadas y al final cayó el mercader. Advertida la justicia, fue a buscarla pero ofreció resistencia resultando herida en la refriega pero así y todo pudo refugiarse en sagrado. Estuvo allí unos  días advertida por su amo de que la estaban esperando. Aprovechando la oscuridad de la noche, ya cansada de estar escondida, partió para Piscobamba.

En Piscobamba se quedó en casa de un amigo. Un día se le ofreció juego, en la misma casa donde se hospedaba. Entre los jugadores había un portugués, que jugaba fuerte, al que iba ganando, por lo que se enfadó e insultándola se armó bronca en la que tuvieron que intervenir el resto de jugadores para calmarlos. La bronca finalizó sin más percances pero a los pocos días del suceso, al  doblar  una esquina, una sombra le atacó y reconociendo la voz del portugués al llamarle pícaro cornudo le tiró una estocada y lo mató. Nadie había visto nada, así que se fue y se acostó. A la mañana siguiente la prendieron y la metieron en la cárcel. La juzgaron por el asesinato y la sentenciaron a muerte. Recurrió la pena pero fue denegada su petición. Al entrar frailes a confesarla y no querer hacerlo, estos le pidieron al corregidor que la dejara ir. Pero no aceptó con la excusa de que si ella quería ir al infierno pues que se apañara. Esta vez estuvo muy cerca de la muerte pues llegaron a llevarla hasta la horca y le pusieron el “voletín” alrededor del cuello. Al borde del momento final llegó un correo mandado por el presidente D. Diego de Portugal donde se reclamaba el traspaso de Catalina y los autos a la Real Audiencia.  Se salvó porque los testigos que testificaron en su contra fueron acusados de un delito y al borde de la horca confesaron haber sido pagados para testificar en contra de Catalina.  Después de esto, fue a la ciudad de Cochabamba para aclarar unas cuentas que su amo Juan López de Arguijo  tenía con Pedro de Chavarría. Ajustadas ya las cuentas, don Pedro y su esposa la invitaron a comer y quedarse un par de días en su casa y la señora le pidió que al regresar a la Plata llevase  a su madre, monja en esa ciudad, un recado de su parte. Al pasar por la puerta  de don Pedro al día siguiente, vio un gran alboroto y entró para ver que ocurría. Este había sorprendido a su señora en la cama con el sobrino del obispo. A él lo mató y a ella no, porque se había escondido y ahora  pedía que se la dejaran. Dª María al ver a Catalina desde su ventana le rogó que la llevase con ella, puesto que iba a La Plata y tenía allí a su madre, en un convento. Esta accede a llevarla. En el camino encuentran un río que le cuesta cruzar. Lo cruzan y divisan sin mayor problema La Plata. Al llegar allí y después de dejar a la señora de Chavarría, doña María Dávalos, mientras paseaba por la calle se encuentra al señor don Pedro de Chavarría, que le ataca con la espada sin atender a razones. Nuestra “heroína” se ve obligada a defenderse. Se baten en la iglesia, y después de un rato su contrincante la hiere dos veces en el pecho. Le dolió bastante, pero a fuerza de mandobles consiguió hacerlo retroceder hasta el altar. En el altar, D. Pedro, le envió un gran golpe a la cabeza, lo consiguió esquivar y en un descuido de este le entró un palmo de espada por las costillas. Acudieron  los monjes al lugar de los hechos y la justicia. La justicia se los quería llevar, pero entre unos monjes y el alguacil, que era cuñado de su amo Juan de Arguijo, consiguieron esconderlos a ambos. Estuvieron tiempo curándose. En cuanto a la pelea entre el matrimonio, se resolvió que ambos entraran en la religión. Cuando se hubo curado estuvo un tiempo visitando a su monja Dª. María  y a la madre de ésta que estaba en el mismo convento y a otras muchas mujeres las cuales le dieron muchos regalos.

Fue a la ciudad de Mizque, y allí por medio de recomendación de algunas de esas señoras de La Plata, le  comisionaron para realizar una misión de justicia. Le asignaron un escribano y un alguacil y fue a Piscobamba a detener al alférez Francisco de Escobar, acusado de matar a dos indios para robarles. Encontró al alférez y también los cadáveres de los indios que éste había enterrado en su corral. Tras esto lo juzgó y condenó a muerte, pero el reo recurrió y ella le aceptó el recurso, llevándolo a la audiencia de La Plata que ratificó la sentencia y lo ejecutó .Después de haber cumplido esos encargos se fue a La Paz. (2)

Llega a la Paz, donde estuvo tranquila durante varios días, buscando trabajo y buscando a gente que conoció cuando era solado. Un buen día, en la puerta de su amigo don Antonio Barranza, se paró a hablar con su criado y en la conversación éste la desmintió y le dio con el sombrero en la cara lo que le hizo sacar la daga y meterle una puñalada. Inmediatamente se le echaron encima tan gran número de gente que la redujeron  y prendieron, dejándola mal herida. Mientras la curaban, le hicieron el juicio. Salió pena de muerte pues no sólo se la juzgaba por este crimen sino que había acumulado gran cantidad de méritos para la horca. Pero logró escapar utilizando una estratagema increíble, posiblemente pactada con anterioridad con el monje franciscano que la confesó. Después de confesar acudió a recibir los Ultimos Sacramentos y una vez recibida La Sagrada Forma en la boca la depositó sobre su mano y grito: “iglesia me llamo, iglesia me llamo”, nadie se atrevió a tocarla y llamaron al obispo que ordenó la trasladasen a la iglesia bajo palio con lo que con la Sagrada Forma en las manos entró a la iglesia y una vez más quedó bajo la protección de lugar sagrado. Allí la dejaron en la iglesia durante un mes, con la iglesia  cercada por el corregidor y sus hombres. Pero pasado ese tiempo, se levantó el cerco y pudo escapar con una mula y algún dinero que le había facilitado el obispo.


               
Llegó al  Cuzco. Ciudad importante que no desmerecía para nada a Lima y allí nuevamente la desgracia se ceba sobre ella. Asesinan a D. Luís Godoy corregidor del Cuzco y sin más pruebas que su abultado historial la prenden en medio de la calle y la acusan de haber matado al corregidor. Como no estaban seguros de su culpabilidad  la mantuvieron en la cárcel durante cinco meses, hasta que por fin se descubrió al culpable. Un tal Carranza. El nuevo corregidor le dejo ir cuando se descubrió su culpabilidad.

Siendo virrey del Perú don Juan de Mendoza Y Luna, Marqués de Montes Claros, Lima fue atacada por el Holandés con ocho bajeles. (3)  El Virrey contrarrestó el ataque con cinco naves españolas, más fuertes  y mejor armadas.  Nuestra armada estaba consiguiendo la victoria cuando todos los bajeles holandeses atacaron a la nave Almiranta, en la cual iba Catalina. Fue hundida y solo se salvaron ella, un monje franciscano y un soldado. Una nave enemiga los apresó. Los soltaron en la costa de Paita, a cien leguas de  Lima, maltrechos, hambrientos y casi desnudos. Un lugareño los vistió y socorrió y los encaminó hacia Lima. Llegó a la capital después de pasar muchas penurias. Pronto se cansó de estar allí, compró un caballo y partió para el Cuzco.

Mientras cabalgaba hacia la salida de la ciudad, se encontró con el alguacil diciéndole que el corregidor la quería  ver. Allí unos fulanos la acusaron de haberles robado el caballo y ella en un acto reflejo le tapó la cara con la capa y les preguntó cuál era el ojo tuerto del animal. Ellos contestaron de distinta forma, lo que ya extrañó al corregidor. Seguidamente corrigieron su error y testificaron ambos que la ceguera era del ojo izquierdo. Una vez realizadas estas aclaraciones ella levantó la capa y vieron como el caballo estaba sano. Los mandó prender y ella partió feliz para  Cuzco.

Llegada a  Cuzco fue a jugar a las cartas a casa de un amigo. Allí se le arrimó un hombre alto, velloso, imponente al que llamaban el Nuevo Cid. Este, cuando Catalina más distraída estaba en el juego, le metió la mano desde atrás repetidas veces al montón de monedas, hasta que ésta cansada ya del desparpajo de aquel truhán lo esperó con la daga en la mano y cuando él entró la suya para llevarse las monedas se la dejó clavada en la mesa. Enseguida se le echaron encima muchos amigos del Nuevo Cid que lograron herirla repetidas veces antes que ella lograse escapar a la puerta, pero estos la siguieron a la calle. Se batieron en mitad de la calle, y a eso que pasaban dos conocidos vizcaínos que se pusieron de su parte, pero eran cinco contra tres, lo quedaba una clara ventaja a sus enemigos. En la refriega el Nuevo Cid le clavó una daga por la espalda que le atravesó el hombro de parte a parte. Y recibió otra estocada que la dejó mal herida y tirada por los suelos, con un gran charco de sangre. Se fueron todos pensando que estaba muerta, pero ella, con ansias de venganza, logró reponerse, levantarse y buscar al Cid al que encontró a la puerta de la iglesia. Se fue hacia él, que sorprendido por verla viva se rehízo y sacó la espada para rematarla. Ella desvió la estocada con la daga y le atravesó la espada a la altura de la boca del estómago. Cayeron los dos, y al caer pidieron confesión. Para entonces ya había acudido muchísima gente. Les dieron confesión a ambos con la venia del corregidor don Pedro de Córdoba. Aquí Catalina viéndose morir reveló al padre Fray Luis de Ferrer su verdadera identidad pero bajo el secreto de confesión por lo que siguió manteniéndose el fraude de su sexo. La pasaron a la celda de don Martín de Aróstegui donde permaneció cuatro meses convaleciente, mientras tanto el corregidor tenía la iglesia cercada. En esos cuatro meses la ayudaron a hacer el plan de escape don Gaspar de Carranza, con mil pesos, don Lope de Alcedo, con tres mulas y armas, y don Francisco de Arzaga, que le dio tres esclavos. Partió con dos amigos vizcaínos, que le habían ayudado.


De camino hacia Guamanga, tuvo una reyerta con los amigos del Cid que habían acudido con uno de los ministros del corregidor para prenderla. Ella sólo tenía que cruzar el puente para salir de la jurisdicción del Cuzco, puesto que ese ministro no podía seguirla más allá de ese puente. Así que en cuanto se armó la reyerta y cayeron dos de sus esclavos disparó al corregidor, derribándolo, y en cuanto sus enemigos vieron que estaba armada con pistolas salieron huyendo de allí. Al pasar el puente los amigos que la acompañaban y que la ayudaron a resistir la acometida relatada anteriormente, le desearon suerte y marcharon. Al llegar a la población de Andahualinas, el corregidor le ofrece quedarse en su casa. Pero a ella no le gusto la idea por temerse una emboscada y fue a comprar otro caballo, porque del suyo se había encaprichado un soldado y se lo había vendido y partió para Guamanga.
El camino hacia Guamanga lo realizó pasando por Guancavélica, dando un gran rodeo para evitar posibles persecuciones. A pesar de las precauciones, al llegar al pueblo se dio cuenta que el alguacil tenía un pasquín donde se reclamaba su captura  por lo que salió rápidamente. El alguacil y un negro intentaron detenerla y ella descerrajó un tiro al primero y atravesó con la espada al segundo. Siguió camino  a Guamanga y al llegar a un río de Balsas, mientras cruzaba, observó que unos soldados la seguían por lo que al llegar a la orilla sacó las pistolas y los advirtió que si lo intentaban los mataría. Viendo que los había convencido con sus elocuentes pistolones les dejó tres doblones sobre una piedra y siguió su camino.

Al llegar a la ciudad buscó una posada y volvió a vender el caballo por doscientos pesos. Le pareció la ciudad con las casas más bonitas que nunca había visto en las Indias. Estaba situada en un valle de temperatura templada y tenía una agricultura floreciente. Pasaron varios días en los que solía frecuentar una sala de juegos. Quiso su mala suerte que un día se le acercara el corregidor don Baltasar de Quiñones, y la intentara prender. Ella sacó su espada y la pistola de tres cañones y huyó a la casa de un amigo. Después de un mes de estar escondida y viendo que la causa no prosperaba, pero que no debía permanecer allí, decidió partir. Mientras salía de la ciudad, de noche, unos alguaciles de ronda, le salieron al paso y al ver quién era, como viene siendo habitual en su vida,  quisieron  prenderla. Como se resistía y no podían prenderla llamaron al corregidor, que estaba en casa del obispo, y  este ordenó a la gente que la matara. En esto el señor obispo don Agustín de Carvajal y su secretario don Juan de Bautista intercedieron por ella y pidiéndole las armas el obispo se comprometió a mantenerla a salvo de la justicia. La llevaron a casa el obispo donde éste, le mandó descansar. A la mañana siguiente el obispo fue a su celda y le ordenó que le refiriera su vida. Ella primero le contó su vida pero omitiendo su feminidad, pero después de escuchar los consejos de aquel santo varón su admiración fue tal que decidió contarle toda la verdad. En muy pocas palabras hizo un resumen tan completo de su vida que es interesante trascribirlo: “que soy una mujer, que nací en tal parte, hija de fulano y zutana: que me entraron con tal edad en tal convento, con fulana mi tía, que allí me crié, que tomé el hábito: que tuve noviciado: que estando para profesar, por tal ocasión me salí: que me fui a tal parte, me desnudé, me vestí, me corté el cabello: partí allí y acullá, me embarqué, aporté, trajiné, maté, herí, maleé, correteé, hasta venir a parar en lo presente y á los pies de su Señoría  Ilustrísima.”   El obispo, después de escucharla en silencio se emocionó con su relato y le saltaron las lágrimas. Terminado éste le pidió que se fuera a dormir y descansar.

 A la mañana siguiente fue y le pregunto acerca de la veracidad de los hechos referidos por ella el día anterior. Ella contestó afirmativamente y pidió al obispo que mandara a dos matronas a examinarla. Este así lo creyó conveniente y después de comer y de ella echar la siesta, vinieron las comadres. El obispo al corroborar su virginidad le dijo que era gran persona para él y que estaría encantado de darle todo favor que ella pidiera. Desde ese momento dejó de ser un secreto el sexo de la Monja Alférez. El Obispo dispuso que entrara a profesar en el convento de Santa Clara de Guamanga. Desde el obispado hasta el convento fue acompañada por el obispo y la expectación era tal que las calles estaban llenas de gente que quería conocer a la Monja Alférez y la iglesia estaba totalmente llena. Entró al convento y el obispo le dijo que se dedicara a la oración.  La mala suerte proverbial que la acompañó durante su vida  le repetía nuevamente, pues pasados cinco meses moría el señor obispo Don Agustín de Carvajal y nuestra monja quedó sola en el mundo.

El arzobispo de Lima la mandó llamar. El camino lo realizó en litera y con una fuerte escolta. Al llegar a la capital la expectación fue similar a la de Guamanga. El arzobispo la recibió en su casa donde la alojó y  al día siguiente la llevó a visitar al Virrey D. Francisco de Borja, Príncipe de Esquilache, que la invitó a comer a su mesa.  El Arzobispo le permitió elegir convento donde debería permanecer hasta que llegasen los informes de España en los que se confirmase que  Catalina de Erauso no había llegado a recibir los hábitos.  Los probó todos y eligió el de La Trinidad en Lima. Allí llegó razón de que nunca fue monja profesa, y partió para la ciudad de Santa Fe de Bogotá. Allí vio al nuevo obispo don Julio de Cortázar, el cual le pidió con bastante énfasis que se quedara a profesar en el convento de su orden. Ella le contestó: “que no tenía orden ni religión”, y partió para la ciudad de Tenerife provincia de Santa María en la orilla oriental del río Magdalena.

1.- Durante el tormento llegó un procurador y pidió cesase la tortura sobre Catalina por privilegio, ya que era vizcaíno. Es notable la justicia de esa época absolutista en que la Ley hacia distingos de privilegios por razones de nobleza, hidalguía o pertenencia a la iglesia y en este caso al estar en Las Indias por razón de ser vizcaíno.

2.- Hasta para esta mujer y estos tiempos parece un poco extraño que le encarguen una misión de este calado a un personaje que estaría declarado “en fuga” de casi todas las audiencias del Perú y Chile.

3.- Esta Lima no es la actual capital que queda muy retirada del mar, sino que era el pueblo de Callao de Lima que estaba junto al puerto y que desapareció del mapa tras un gran Tsunami del siglo XVIII.




CAPITULO  V

Allí embarcó en la armada del Almirante Tomás de Laraspurru, de partida para España (1)  El Almirante le dio un tratamiento preferencial mientras estuvo en la nave Capitana, teniéndola incluso invitada a su mesa. Estuvo sin meterse en líos hasta que pasando el canal de Bahama, se armó juego y hubo de darle a un fulano una cuchillada en la cara. Viendo que no era conveniente que continuase allí, el Almirante le propuso pasase a la nave Almiranta a lo que dijo que no, por hallarse en esa nave paisanos de ella. Catalina propuso el paso al patache San Telmo, capitaneada por D. Andrés de Otón, que hacia agua, por lo que se paso achicando agua hasta el primero de noviembre de 1624 que llegó a Cádiz.

 Al llegar a la capital procuró pasar desapercibida, cosa que haría en otras ciudades (Sevilla, Madrid), porque para la gente del lugar resultaba una atracción ver a una mujer vestida de hombre. Va a la ciudad de Sevilla, donde encuentra al conde de Javier, al que sirve. Parte con él hacia Pamplona. Después de servir esos dos meses al conde de Javier, decide ir a Roma a conseguir el jubileo y a hablar con el Papa.

 Parte con dos amigos por el camino de Francia, pero teniendo la mala suerte de sucesos que siempre vemos en la vida de esta mujer. Pasado el Piamonte, cerca de Turín, la detiene una tropa de soldados franceses que la acusan de espía. (2). La retienen cincuenta días,  le quitan todo lo que llevaba y la obligan a volver a España, so pena de galeras. No devolviéndole lo arrebatado ha de volver a España mendigando. En Toulouse se encuentra con un viejo amigo, al que anteriormente le había entregado correo, cuando venía desde Madrid, el Conde de Agramante, gobernador de Bayona, virrey de Pau, que la ayuda dándole cien escudos y un caballo. Parte para Madrid.

En Madrid se presenta a S.M., el Rey Felipe IV, con una petición de pensión y éste la remitió al Consejo de Indias que la aceptó y aprobó su petición concediéndole ochocientos reales de por vida.

 Va a Barcelona, y llegando a Velpuche con dos amigos más, unos bandidos les salen al paso y les roban todo, excepto los papeles. Llegan a Barcelona a pie, desnudos y avergonzados la noche del Sábado Santo de 1626. Pidiendo por las casas consigue ropa vieja y una capilla y se va a dormir a los soportales junto con otros mendigos. Al ver tantos mendigos cae en la cuenta de que de que está el rey en Barcelona, y que le sirve el Marqués de Montes-Claros. Fue a visitarle y la recibió con agrado. La vistió y le preparó una audiencia con S.M. Este la recibió y después de escuchar su historia y recibir el memorial que llevaba en las manos la despidió con la promesa de ver su caso. Al salir un funcionario la llama y le dan cuatro raciones de alférez reformado y treinta ducados de ayudante de costa.

Después de agradecer al Marqués su deferencia con ella, se embarca para Génova, en la galera San Martín. Llega en poco tiempo a Génova, donde sin saber en qué matar el tiempo, decide ir a ver a don Pedro de Chavarría, veedor general. Cuando llegó a su casa la encontró cerrada y decide esperar. Llegó un soldado italiano con el que entabla conversación y que la ofende, insultando a los españoles. La disputa verbal termina en duelo a espada. Lo hiere y acude tanta gente a batirse a favor de uno u otro, que en el barullo general de la pelea puede escapar sin inconvenientes y se esconde en la galera, donde se recupera de una pequeña herida en la mano.
 De allí parte hacia Roma, donde solicita y le conceden una audiencia son Su Santidad el Papa, Urbano VIII, al que le cuenta toda su vida y peripecias. Le dice que es mujer y virgen pero que desea continuar vistiendo de varón, petición que acepta el Papa y le da licencia para continuar vistiendo ropas masculinas. La alta aristocracia de  Roma se rifaba su presencia. Así que no faltaba el día y la noche que  no tenía cenas, banquetes y meriendas con multitud de personajes importantes de la corte del Papa. Al contarle su historia a un grupo de cardenales, uno de ellos hace un comentario diciéndole que el único fallo que se le veía era “el ser español”. A lo que ella contesta que a su parecer era lo único bueno que tenia. La hacen ciudadano romano, y al día siguiente viaja a Nápoles. Allí dos “señoritas” acompañadas por dos hombres empiezan a mirarla y a sonreírse y una de ellas le pregunta: “Sra. Catalina, ¿dónde es el camino?, y ella les responde: Sras. Putas, a darles a vds. cien pescozadas, y cien cuchilladas a quien las quiera defender. Callaron y se fueron de allí.”  (3)

Desde esta discusión que ocurre en Nápoles en Julio de 1626 se le pierde la pista y, parece, que su vida discurre entre Nápoles y Madrid. Reaparece en 1630, año en que el pintor Pedro Pacheco pinta un retrato suyo, que se puede contemplar en la Galería Shepeler de Aquisgran, y ese mismo año hay constancia de su embarque hacia Nueva España y se pierde nuevamente su pista y reaparece en 1635 al desembarcar en Veracruz. Esta reseña tomada de un trabajo de Ricardo Ibáñez, bajado de Internet, finaliza diciendo que “poco más se sabe de ella, aunque se cree que murió en  1656”.

En Las grandes Biografías de la Historia de Chile se dice que Catalina de Erauso nació en 1592 en San Sebastián y murió en 1650 en Guitlaxtla. En este trabajo hay que destacar que parece ser que desde 1630, que volvió a América, hasta 1635 su vida fue igual a la de su primera estadía y que de ese año en adelante no hay claridad de su destino.

Sin embargo existe constancia que en 1645 estuvo en Veracruz: En el manuscrito de Cándido M. Trigueros consta una referencia de que el día 4 de Julio la Monja Alférez estuvo en la Iglesia Mayor de Veracruz.  En el trabajo de Luís Carandel Consta que el padre Fray Nicolás de Rentería declaró, que en 1645, encontró a Catalina varias veces en Veracruz, que entonces se hacía llamar Antonio de Erauso, acarreando ropa con una recua de mulos. Seguía vistiendo de hombre con espada y daga al cinto y que era muy apreciada en el lugar.

Hay por lo menos dos versiones más sobre la muerte de Catalina.
La primera, publicada en México tres años después de su fallecimiento, que sucedió en 1650 cuando iba por el camino nuevo de Vera Cruz con una carga de ropa. “Adoleció de mal de muerte y falleció como una mujer ejemplar y con general dolor de todos los circunstantes”.
La segunda la da D. Joaquín M. Ferrer en su libro: Catalina desapareció cuando, no pudiendo atracar su barco en el muelle e intentarlo con una pequeña lancha, ésta se hundió con todos sus ocupantes. “No se supo si había caído al agua, si se había suicidado o bien si había decidido ocultarse para proseguir en tierras de América sus descomunales aventuras”.

1.-          Existe en el Archivo de Indias de Sevilla una carta del Almirante Laraspurru,  al que Catalina en sus memorias le da el tratamiento de General, escrita en alta mar, durante esa travesía, que no la menciona sino que es relativa a una cuestión de supremacía en el mando de la nave Almiranta o de la Capitana.

2.-          El relato de este acontecimiento está perfectamente documentado ya que ella presenta la declaración de varios testigos como consta en el Apéndice Nº 3 relativo a los méritos y servicios de Dª Catalina de Erauso, que se encuentra en el Archivo de Indias de Sevilla y que no hemos incluido en el Apéndice porque todos vienen a coincidir en lo mismo. Que fue detenida por tropa de soldados que le pegaron, maltrataron  y encerraron. En el número de días que estuvo encerrada es en lo único que  no coinciden las declaraciones, ya que los testigos hablan de doce o catorce días y ella, como hemos leído, habla de cincuenta.

(3)          Y aquí termina la autobiografía recogida por Ángel Esteban en su libro Historia de la Monja Alférez, Catalina de Erauso, y también la Historia de la Monja Alférez D.ª Catalina de Erauso, escrita por ella misma, y editada en Barcelona por la imprenta de José Tauló y que se encuentra en la Biblioteca Americana de José Toribio Medina. El resumen anterior está recopilado tras el estudio de ambas obras.
Sin embargo aquí no termina su vida si bien existen muy pocos datos fidedignos de Catalina, que a partir de entonces pasó a llamarse Antonio de Erauso, y desde entonces prácticamente desaparece en el anonimato.



1 comentario:

  1. Esta historia es obra de mi hijo José Hermano Rivera y es un trabajo que presentó en el Instituto para poder optar a una plaza en la expedición Ruta Quetzal. No obtuvo el premio, pero el trabajo valió la pena y para mi es un orgullo. Era muy difícil, casi imposible, diría yo, tener la posibilidad de obtener la plaza dadas las circunstancias que rodean este evento.

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