miércoles, 3 de junio de 2015

LA ERMITA IV: ANÉCDOTAS. HISTORIA DEL ASOCIACIONISMO EN ISLA MAYOR (6)



LA ERMITA IV: ANÉCDOTAS.  

 HISTORIA DEL ASOCIACIONISMO EN ISLA MAYOR (6) 


Cuando entré como presidente en La Sociedad Cooperativa "La Ermita" no tenía ni la más minima idea del tiempo que iba a estar en ese cargo. Ni siquiera me había planteado el tema. Era mi primer cargo asociativo y tenía claro que había sido elegido: no por ser el adecuado, sino por ser el que "estaba a mano" 

Me considero un "creador de nuevas ideas" y una vez logrado mi objetivo mi interés por ese tema o trabajo desaparece. Y una vez abandonado, cuando salgo por la puerta dejo dentro todo cuanto aquello pudo haber supuesto para mi. Nunca sentí nostalgia por ninguno de mis cargos, sin embargo, antes de dejar la cooperativa ya notaba el fallo, -por primera y única vez en la vida-, de no haber llevado un diario para, algún día, poder escribir un libro sobre la historia de esta lucha fraticida, injustificada y estéril, y profundizar en la "peculiar" idiosincrasia de nuestra gente. 

Los hombres y mujeres de Las Marismas, somos de un barro especial y bastante complicados de encasillar. Entre todos los miles de libros que he leído sólo recuerdo haberme sentido identificado con los personajes marismeños que descarna James A. Michener, en su libro, La Bahía de Chesapeake, cuando lo lei hace 35 ó 40 años. Me hubiese gustado releerlo ahora, pero se lo presté a alguién.  Otro ejemplo de nuestra "especial" condición me lo recuerda las palabras de Angel Cavanagh, nuestro jefe en Paraguay. Cuando ya estábamos algunos meses por el Chaco, en nuestro proyecto arrocero, me comentó: -Pepe, que amigos más extraños te has traído contigo. Inmediatamente le respondí: - Cómo esperas que sean corrientes unas personas que dejan su pueblo, su familia y sus costumbres para venir al centro de esta selva a hacer para ti un proyecto de arroz. Si fueran normales y corrientes estarían en su casa con su familia. Pues esa es nuestra gente de Las Marismas, los aventureros que dejaron una vida conocida para integrarse en un proyecto de transformación en medio de la nada y con los redaños suficientes para enfrentarse a cualquier adversidad. Ellos, sus hijos y ahora sus nietos son los que han dejado este legado; ejemplo de la conversión de una árida marisma en un vergel. Somos gente difícil de manipular y de conformar solo con palabras. Hemos heredado la vocación aventurera, la tenacidad en la lucha, la constancia en el trabajo y si no hemos desarrollado más este pueblo de Isla Mayor no es por falta de capacidad empresarial sino por la nefasta circunstancia de estar aislados. Somos el apéndice de Europa; el final de un camino. Entre nosotros y África, LA NADA, o sea el Parque Nacional de Doñana. La espada de UN Damocles que hace tiempo sueña con cortar el cordón umbilical en las estribaciones de Colinas y enviar a todos nuestros descendientes a las cafeterías de la costa o a las fábricas alemanas.

Algunas anécdotas desagradables que me obligaron a tomar decisiones drásticas.

La lucha por un matro cuadrado de tierra o por u metro cúbico de agua.

Parcelación  de "La Ermita"

Parcelación de "Cantarita"

Cuando se realizaron las primeras divisiones para delimitar las distintas parcelas de "La Ermita"- "Cantarita" se colocaban los hitos donde tenían que realizarse los distintos almorrones medianeros de las parcelas. Entre todas ellas, había una parcela que, al parecer, se había cambiado por la grava, que teníamos que utilizar tanto para las obras como para engravar los caminos y que no había sido ocupada y sembrada. Cuando se revendió a un agricultor para sembrarla se revisó su superficie y el perito detectó que le faltan algunas áreas de terreno. Para localizar el fallo midió las dos parcelas colindantes y en una de ellas había un exceso de cabida igual a la superficie que a ésta le faltaba. No se cómo se realizaron esas divisiones, a nivel campo, por lo que no podía sospechar de ninguna manipulación consciente pero el fallo era tan evidente que bastaba con correr el almorrón lindero los metros suficientes para que cada parcela tuviera la superficie que cada uno había comprado y que estaba pagando. Tras comunicarle a los implicados el acuerdo del Consejo Rector, de rectificar el error, di la orden de poner la linde en su justo lugar. Sin embargo el agricultor que pensaba que le habíamos quitado la tierra (le concedo el beneficio de la duda) demandó judicialmente a la cooperativa para recuperar el terreno. El abogado, del demandante, al que poco le importaba el tema, más allá su propia minuta, llevó a juicio a la Cooperativa y ganó por un pequeño matiz que nunca más se me olvidará. El Juez nos obligó a devolverle el terreno porque él tenía "la posesión" y ahora había que iniciar otro juicio por la "propiedad". Menos mal que mi abogada no me permitió ir a hablar con "Su Señoría" porque, aquella charla, podía haber terminado con algo más que una amonestación. No entendía, por más que me lo explicaran, que un tema tan claro y evidente nos diera tanta lata. Primero por la cabezonería del agricultor, que no tiene un pelo de tonto, pero que no admitía la evidencia de las mediciones y las superficies que tenía cada parcela y la que debería de tener, según los contratos de compra y la superficie que cada uno estaba pagando. Segundo no aprobaba que un abogado, que sí conoce la diferencia entre Posesión y Propiedad metiera, al agricultor demandante en un gasto doble, pues el primer pleito lo iban a ganar pero el segundo, estaba bastante claro que lo iban a perder. Tercero la "aparente ineficacia" del Juez para resolver de una vez algo que todos sabíamos que tenía que ser así o, en caso contrario, se cometería una grave injusticia. Allí empecé a ver la justicia como algo más amarrado a la burocracia que a la verdadera justicia. Pero también entendí las limitaciones de los Jueces a la hora de tomar decisiones que no les agradaban, pero que aplicar "la justicia" sin ajustarse a Derecho, podía ser perjudicial para la misma, porque la legalidad pasaría por encima de esa "justicia visceral". Pues se tuvo que ir al Juicio por la Propiedad, que ganó el demandante que le faltaba terreno, que estaba en la parcela de al lado, pero el agricultor demandado no se cría lo que le estábamos demostrando y desde luego no tengo ni idea de las "milongas" que le contaría su abogado, cuando aquella irrelevante disputa se debía de haber arreglado a las buenas y en el seno de la Cooperativa.

Pero no penséis que esas disputas eran de esa época y específicas de nuestra gente. Ya en los códices de Hammurabi deben tener recogidas muchas disputas por la tierra y por el agua. En España, los enfrentamientos por robo de agua, están documentados desde hace más de mil años en las Memorias del Tribunal de la Aguas de Valencia. Estas disputas territoriales o de distribución de agua han sido la causa de muchas peleas y asesinatos. Todavía, en la actualidad, algunas lindes se mueven "solas" con el paso de los años. Para evitar conflictos, siempre he sido partidario de colocar unos hitos divisorios, de hormigón armado y bien clavados en la tierra, de forma que no existan sospechas de traslado, pues éste es un problema innato en algunos agricultores, por suerte cada día es más inusual.

También el tema del agua es un asunto “visceral” que parece empujar a algunos agricultores a cometer actos malévolos que, bien mirados, son pura y llanamente, robos descarados. 

Las dos primeras válvulas de la acequia nº 6, donde se "paraban casualmente" trozos de maderas semiflotantes.

La primera parcela que compró mi padre, al llegar a Las Marismas, tenía la ventaja de ser la primera válvula que tomaba agua de una de las acequias secundarias, la nº 6. A continuación de la nuestra, había una docena de válvulas. Pues durante muchísimos años hemos tenido que mirar cada mañana para ver si se había parado algún objeto semi-flotante en la abertura, evitando la entrada de agua. Otras veces la paleta de regulación de entrada “se caía sola” evitando totalmente la entrada de agua con lo que el resto se repartía el agua que nos pertenecía a nosotros. También la de vecino de enfrente, que tenía la toma a la misma altura, sufría el mismo tipo de accidentes. No era ni siquiera denunciable, ya que bien podía ser una casualidad, pero era prácticamente imposible que la casualidad se repitiera tantas veces, de forma continua y especialmente en los momentos que más necesario era mantener un caudal suficiente para controlar la salinidad.

La iniquidad y la falta de solidaridad, en los momentos difíciles, son defectos humanos que afloran bastante cuando el agricultor ve peligrar su cosecha. Dios me libre de meter a todos en el mismo saco, pero aunque; “no creo en las meigas, mais haberlas, haylas”. Tanto es así que en las Comunidades de Regantes existe un órgano interno, El Jurado de Riegos, que se encarga de vigilar el cumplimiento de las normas establecidas y de castigar, generalmente con una sanción económica, la multitud de disputas que se generan cada año en las comunidades (me atrevería a decir de casi todo el mundo).

Pues si en situaciones normales y con agua buena a los Jurados de Riego nunca les faltaba el trabajo, cuando el agua escaseaba el problema se agravaba. Recuerdo los años en que los dirigentes de la Comunidad de Mínima decidieron no reparar las bombas al final de cada campaña, como era habitual, sino solamente arreglarlas cuando se averiaran. Pues uno de esos años, se averiaron dos o tres a la vez y el agua a repartir se tuvo que rebajar a la mitad. Por lo menos en mi parcela de Veta la Mora, esa escasez de caudal, causó una merma en la cosecha de dos mil kilos por ha. A la incompetencia del mísero Sindicato de Riegos, que quería ahorrarse unas pesetas, provocando con su miopía la escasez de agua, se le unía la indudable mala gestión en el reparto, competencia del perito de esa Comunidad. Yo, que en aquel tiempo estaba en todos sitios, menos donde debía estar, cuando observé que mi parcela llevaba un mes sin desaguar, y como consecuencia de ello la parte más alejada de la entrada de agua se estaba salinizando, mi enfrentamiento con el técnico responsable de la distribución fue bastante duro, especialmente porque no creía en su objetividad y buen hacer, ya que otras parcelas, incluidas las mías de otro lugar y de la misma comunidad, si desaguaban.

Para facilitar la comprensión de este proceso de salinización solamente tenéis que pensar en el funcionamiento de las salinas. En esas balsas introducen agua salada y la evaporación va produciendo la concentración de sales hasta que una vez sin agua pueden extraer la sal pura. Pues el agua que entra en nuestras tablas de arroz siempre lleva un poco de sal, -y algunas veces hasta dos y tres grs/litro-. Si el agua que entra, en lugar de pasar a través de la parcela y salir por el otro extremo, se queda en su interior, -ya que la que entra solo repone la evaporación-, en la parte donde entra el agua “fresca” la salinidad será la misma del canal de riego, pero en cuanto te vas alejando de la entrada el nivel de salinidad va aumentando paulatinamente hasta convertirse en un veneno mortal para la planta.


Cuando eso ocurre “por fuerzas mayores” e irremediables es muy duro, pero si es el resultado de una mala gestión sientes una sensación de impotencia, al ver enfermar lentamente tu parcela por la falta de agua y su mala calidad. En la Comunidad de La Ermita esa sensación de impotencia que nos causaba ver morirse la plantación por causa del agua salada, provocada por “la mala baba” de algunos empecinados era mucho más indignante que cuando era provocada por causas externas e incontrolables. Ya de partida y sin que hubiesen existido impedimentos externos y mal intencionados, regábamos con una salinidad medio gramo superior a otras comunidades que tomaban el agua directamente del río. Los agricultores sabemos que en esos casos, en los que el agua ya entra salada, nuestra única defensa en darle la máxima circulación posible a fin de que la evaporación no aumente la concentración de la sal. El estrés sufrido por los comuneros de La Ermita, los primeros años de riego, lo volcaban sobre los hombros de Rafael Ángel Grau, mi querido amigo y técnico responsable de la infraestructura y de la distribución del agua. 

Rafael Angel Grau, dando el bibi a su hijo pequeño (creo) Rafael, hoy ya licenciado y trabajando en EEUU.
Pero él tenía una virtud que en aquellos momentos se convertía en su problema. Cuando alguien le pedía algo más de agua para llenar o para solucionar un problema puntual intentaba resolverlo por todos los medios, pero si el demandante pedía algún beneficio en detrimento de los demás era totalmente inflexible. Esta estricta equidad le acarreó muchos enemigos, ya que los problemas eran graves y las soluciones muy limitadas, por lo que se fue formando un grupo para removerlo de su puesto y suplantarlo por otro, me imagino que más moldeable. No los pude convencer de que Rafael Ángel era un hombre de una ética intachable y que difícilmente encontraríamos otro mejor, al margen de que yo no estaba dispuesto a prescindir de una persona de plena confianza y rectitud absoluta. Ante la insistente petición del Sindicato de Riegos tuve que convocar una Asamblea General Extraordinaria para elevar a votación el despido de nuestro técnico.

Me parece recordar un ambiente muy tenso. Allí disfrutábamos de algunos lenguaraces que se habían explayado los días anteriores, vertiendo el veneno corrosivo de las “medias verdades”, por lo que no tenía claro cuál iba a ser el resultado de la votación. En cambio para mí, el tema era cristalino. No iba a consentir que lo despidieran por no dejarse avasallar y no querer plegarse a las presiones de algunos así que, sobre la marcha, tomé una decisión de la que me alegraré el resto de mi vida. Puse en marcha el proceso de la votación y no recuerdo si fue secreta, por mi forma de ser, la pediría a mano lazada para terminar antes. Pero añadí un pequeño detalle a su petición de expulsar al Rafael Ángel. Les dije –vais a tener suerte con esta votación pues lleva incluido un regalo: si se despide al perito yo entro en el mismo lote. Aunque es cierto que a mí nunca me importó conservar ninguno de los cargos que he ejercido en mi larga vida sindical o cooperativa y por lo tanto no existía ningún sacrificio por mi parte, el vuelco a la situación fue radical: La moción fue rechazada y nunca más plantearon ninguna objeción a su trabajo.

En aquel mismo momento nombramos una comisión encabezada por los principales detractores para que revisasen con el perito cada una de las válvulas de la cooperativa para comprobar que la dotación correspondía a las hectáreas que regaba. Los vigilantes, encargados de dar a cada regante el agua que le pertenecía, llevan una libreta donde tienen anotados los puntos que deben dar a cada válvula en función de la dotación que le pertenecía. Una de las primeras que fueron a revisar fue la de mi cuñado y la mía. Cómo disfruté ese día cuando me dijeron que tras la nueva modulación del caudal, -después de construir un pequeño canal en el interior de mi parcela para poder efectuar una medición más exacta-, tuvieron que darme más agua, aumentando un punto en mi válvula pues estaba regando con menos dotación de la que me pertenecía.
Qué satisfacciónes te da la vida, cuando por detalles tan nimios, provocados por situaciones tan míseras, muestran la mediocridad e iniquidad de algunos de tus detractores. Pero lo malo de esto es que ese tipo de gente no se cansa, aparte de cultivar y atesorar cuanto pueden, tienen pocos alicientes más en su vida diaria, que vayan más allá de la critica destructiva o, por lo menos, mal  intencionada. 
Me recuerdan la fábula de conejo y el alacrán: Tras negarse el conejo a llevar en su espalda al alacrán para pasar el río, por miedo a su picadura, el alacrán logró convencerlo que le ayudara y no temiese. Mas cuando ya iban por la mitad del cauce el alacrán comentó, -lo siento pero no lo puedo evitar-. Picó al conejo y los dos se ahogaron.

Comunicación del canal de toma de La Ermita con el Brazo de Los Jerónimos.
Esta es la última casa de bombas construida en "la Ermita", tras la ampliación de la alcantarilla bajo el canal del Sur de Minima. Con ella aumenta la calidad y cantidad de agua de que dispone la Ermita y desaparecen aquellos graves problemas que tuvimos desde el inicio, fruto del egoismo, la intransigencia y los intereses creados.

Subasta de la parcela de un socio; agricultor y amigo.   

Como ya os he contado en los capítulos anteriores, la Cooperativa de “La Ermita” quedó reducida a una pequeña parte de la Comunidad de Regantes de "La Ermita-Cantarita" y no era otra cosa que una sociedad de garantía recíproca donde la cooperativa avalaba los créditos de cada cooperativista, respaldados a su vez por la propia parcela del socio. Las tierras de la operación “B” (unas 750 has.) eran las únicas que estaban escrituradas a nombre de La Ermita y los agricultores éramos adjudicatarios de la parcela que nos había tocado en el sorteo general realizado al inicio de la compra. Esta operación de escriturar a nombre de cooperativa fue obligatoria para poder acceder el préstamo de BCA. Más tarde aprobamos en Asamblea General, que la cooperativa avalaría, además, una cantidad complementaria (ya que para pedir los préstamos bancarios, el cooperativista que solamente tenía su parcela en Ermita no disponía del aval de su tierra, al estar escriturada a nombre de la coop.) La cantidad máxima  avalada por hectárea, podría variar según los años, el valor de la ha. y el capital amortizado, pero que en total nunca podía sobrepasar un porcentaje del valor de mercado, de la parcela.  Creo recordar que esa cantidad fue fijada en 500.000 Ptas./ha. y que no se cambió nunca.

Cuando un cooperativista no pagaba el préstamo del BCA, a su vencimiento, o el crédito pedido a nivel particular a los bancos, -avalado por cooperativa-, o los gastos de Agua y mantenimiento de la cooperativa y comunidad, ésta tenía que realizar esos pagos por cuenta del socio. Si ese socio ya había dispuesto del máximo de su capacidad de aval, la cooperativa no podía realizar ninguna operación de ampliación de préstamo para liquidar lo pendiente y tenía que hacerse cargo del pago y reclamárselo al socio. Esto no solía acarrear más complicaciones que las de  intentar y conseguir operaciones de crédito, más o menos apoyadas a título personal, que permitiesen un crédito puente hasta la cosecha, momento en el que el socio podía liquidar su deuda. Pero llegó un caso muy complicado por razones que no debo detallar, por ser innecesarias en este contexto y porque podrían levantar susceptibilidades en su familia, ajena a todo el problema. Solo comentaré el problema moral que me planteaba, -como presidente-, puesto que era un buen amigo. Con este amigo había aprendido a distinguir la música moderna de calidad entre la enorme cantidad de grupos ruidosos que teníamos en el mercado en los ´70 y ´80. Habíamos pasado muy buenos ratos escuchando a  Pink Floyd, con su inolvidable Wish You Were Here. The Temptations, Los Beatles, Tubular Bells de Mike Oldfield, el magnífico Eye in the sky de Alan Parsons Project, o de la cantante todo terreno; Ella Jane Fitzgerald y de tantos otros que harían una larga e innecesaria lista que solo pretende poner de manifiesto que había pasado cientos de horas con este amigo, en su casa, tomando un whisky relajados y aprendiendo de él a discernir entre música moderna y algarabía.

Sin embargo, algún tiempo después se separó de su mujer e hijos, iniciando una nueva vida en la que mezclaba la agricultura con su nuevo negocio de clubs, que no siendo indecoroso, sí conlleva una serie de implicaciones que  pueden crear  confusión mental si uno no sabe discernir el negocio de los efímeros placeres de la vida. Junto con su familia, perdió el control de sus gastos y esto le llevó a incumplir sus compromisos de pago, lo que ocurre a veces en cualquier familia, con cualquier negocio. El problema se agravó al esconder la cabeza como el avestruz. La amistad no podía encubrir los impagados a la Comunidad ni a los bancos, a los que hubo que liquidar sus créditos, y tras algunas reuniones con su “gobernanta”, -pues él nunca acudió a ninguna de nuestras  peticiones para buscar y encontrar un arreglo-, no tuvimos otra solución  que solicitar al juez la autorización para subastar su parcela y con ese dinero liquidar todas sus deudas pagadas por la cooperativa, los intereses generados por los impagados, más los gastos de mora que la cooperativa había liquidado  en su nombre.

Cuando el juez nos autorizó a subastar la parcela, pasé a su despacho y le pregunté qué podía hacer la cooperativa con el dinero que sobrase de la liquidación puesto que pensaba que tenía unos hijos que lo necesitaban y dárselo a él podía ser, incluso, contraproducente. El juez contestó que ese tema era otra causa distinta y que llegado el momento tendríamos que plantear cómo se hacía ese reparto. Hasta aquí llegó mi gestión de este caso, que evidentemente ha sido uno de los peores y más “amargos tragos” de mi vida.

En Junio del 93 presenté mi dimisión irrevocable por problemas personales, -que en aquel momento no podía contar-, ya que me veía obligado a vender mi parcela y todo mi patrimonio para pagar las deudas que me había generado la odisea inmobiliaria que tal vez, en otro momento contaré.

Pero aquí no terminaron los amargos tragos de aquel caso. Pasado algún tiempo recibí una citación del juzgado, como Presidente de la Ermita, imputado por no haber devuelto la cantidad sobrante de la liquidación de la parcela. Mi enfado fue tan enorme que le retiré mi amistad al abogado que presentó la querella y que había sido nuestro abogado personal durante muchos años. Él conocía la historia, mis intenciones de devolver el dinero, preferentemente a los hijos, y las instrucciones que había dejado a la Junta Rectora,- que se encargó de la disolución de la cooperativa, que ya había cumplido con su finalidad de apoyar a los pequeños agricultores que difícilmente hubiesen podido hacer frente a los gravísimos problemas económicos que tuvimos-. El abogado de la parte demandante intentó justificarse ante mí diciendo que no tenía otro remedio que empezar por el Presidente que había cuando se inició el proceso de expropiación y que tenía que acudir. Él sabía de sobra que yo iba a ser su “testigo de descargo” pero a mi me había implicado en un caso en el que ya no tenía nada que decir. Entonces fui a ver a los responsables de la coop. y les advertí que habían “metido la pata” y que la tierra no era de La Ermita, aunque estuviese escriturada a su nombre, y por lo tanto el dinero sobrante no lo podían emplear en gastos generales de la coop. sino que tenían que devolverlo a su dueño. Me imagino que llegaron a un arreglo pues ya no me molestaron más por ese tema. Ni sé si ese dinero fue a parar a las manos apropiadas ni, francamente, ése era ya mi problema.
Moraleja: En mi pueblo, el más tonto, en sus ratos libres, construye relojes de precisión.

El episodio del cierre del canal de riego. Consecuencia de la rebelión de los pequeños agricultores a aceptar el recorte de la superficie de siembra.


Después de la campaña de 1983, que fue el primer año que Las Marismas no regaron por falta de agua en los embalses de regulación General, se repiten los graves problemas en el ´87 y ´88 que se riega toda la superficie pero salvamos parte de la cosecha por las lluvias de primeros de otoño.

La nefasta Política Hidráulica llevada a cabo por la Junta de Andalucía, con el beneplácito de la CHG, del IRYDA y de los bedeles que también creo repartían concesiones (si eran del partido) nos iban a llevar al límite de nuestras posibilidades de subsistencia. La problemática del ´82 y del ´83 me había llevado a realizar un trabajo sobre la problemática de los riegos en la Cuenca del Guadalquivir y su posible solución, mediante la construcción del Lago Tarssis. En el estudio dejaba patente que la Cuenca, en esas fechas, tenía ya un déficit de 500 Hm3. No solo no me hicieron ningún caso en el recorte de nuevas ampliaciones, sino que a primeros de los ´90 ese déficit se elevó a cerca de 1.000 hm3 anuales y es una cifra fácil de demostrar si sumamos el agua que hubiésemos necesitado para regar con normalidad desde el ´89 al ´95. Era cierto que habíamos atravesado una época de sequía severa, pero los cálculos de la regulación hiper-anual no tenían ninguna justificación técnica. Solo podía entenderse desde un punto de vista político-partidista y tomando como referencia de la Política Hidráulica las inapropiadas palabras del Consejero de  Agricultura  Miguel Manaute; que afirmaba que prefería que tres agricultores regaran cada dos años, en lugar de que dos regaran durante los tres. En la Marisma terminamos regando 1/3 de la superficie cada dos o tres años.

Con esa filosofía. –propia de un socialismo-maoísta-, de igualar por debajo,  ruina para todos los agricultores, se llevaron a cabo los planes de Nuevos Regadíos, como el Genil-Cabra y los Planes de Reforma Agraria cuyo pilar fundamental descansaba en la transformación de secano a regadío. Y con esta política (le decía al Consejero) que nos quitaba la camisa a unos para darle una camisa incompleta a otros. Y esta desastrosa e impresentable Política Hidráulica nos llevó a los siguientes desastres agronómicos:
El año ´89 regamos 1/3 de la superficie
El  ´90 y ´91 la totalidad pero con muchos problemas de sal (mala cosecha)
El  ´92 sólo pudimos regar 1/2
El  ´93  0/0
El ´94  1/3, que muchos agricultores rechazaron por la problemática de riego.
El ´95  0/0

Imagen satelital de Julio del ´95. Las parcelas verdes del exterior de la Marisma arrocera son las únicas sembradas. Muy pocas de arroz, la mayoria de algodón en la marisma que riega del canal del Bajo Guadalquivir.

Lo que afectaba a la Cuenca General repercutía con virulencia en nuestra Comunidad, por las razones ya explicadas. En la campaña del ´89 tuvimos que tomar otra decisión drástica y contundente y, como Presidente, asumír todas las responsabilidades que pudieran sobrevenir.

Uno de nuestros regantes se ofuscó de tal forma, que se negó a cumplir el acuerdo tomado en la Asamblea General de la Comunidad de regantes de “La Ermita”, de sembrar solo 1/3 de nuestra superficie. Éste nos venía impuesto por la CHG (Confederación Hidrográfica del Guadalquivir) y era de obligado cumplimiento para toda la Cuenca. La Confederación, tras los acuerdos tomados en la Mesa de Sequía, donde se había autorizando 1/3 de la dotación de agua, que le pertenecía a cada regante. Las cantidades totales serían servidas y medidas en la cabecera de los canales principales. En el interior de cada finca el agricultor podía disponer libremente de su dotación de agua y sembrar más superficie tomando él los riesgos de no llegar al final del cultivo. Para la zona arrocera se nos mediría el tercio (más 10 m3 para el tapón salino) en la Presa de Alcalá del Río y se nos limitaba la superficie máxima de siembra al 33% de la que le  pertenece sembrar a cada agricultor o empresa arrocera. En el caso de no cumplir con la orden,  la CHG cumpliría con el estricto mandato de no aumentar el caudal en Alcalá con lo cual, si sembrábamos más de la superficie total autorizada, era seguro que nuestro cultivo no llegaría a término. Al margen de las denuncias por el incumplimiento del Decreto de Sequía, si el sector arrocero no se plegaba a las exigencias de la CHG era imposible llevar la cosecha a buen término, excepto la Comunidad de Puebla del Río, que al estar la primera en la toma del río y la más distante del mar, tenía posibilidades de que alguna tormenta de verano mantuviese el tapón salino por debajo de su casa de bombas.

Por lo tanto, ésta era una decisión inapelable ya que, sencillamente, no teníamos la suficiente reserva de agua en los embalses para poder suministrar las dotaciones mínimas para regar toda la superficie de la Cuenca, ni tampoco para poder dar algún riego de apoyo al sector arrocero en el caso de que la salinidad subiese a niveles mortales en la tomas de agua más cercanas a la desembocadura.
Como representante de la Comunidad de Ermita  y, en esos momentos, ya lo era también de todo sector arrocero, había pedido una y otra vez que no contasen como agua para el arroz, la utilizada para mantener el tapón salino, y argumentado en la CHG que nuestra dotación tenía que ser de 1/3, como a los demás regantes de la Cuenca, más 10 m/seg que se pierden, -en cualquiera de los casos, con más o menos dotación de agua para el riego-, para mantener la salinidad por debajo de las tomas de las bombas finales del río. Otro argumento esgrimido continuamente era que mientras en las tierras con toma directa del canal  del Bajo, con la mitad de agua podían regar la mitad de superficie o lo que quisieran arriesgar los agricultores. En la zona arrocera, la espada de Damocles de la salinidad, nos dejaba en una enorme desigualdad, no solo con los regantes de toda la Cuenca, sino también entre los regantes de la parte superior del estuario y los que tomamos el agua más cerca del mar, por la enormes diferencia de salinidad entre la parte superior y la inferior del tapón salino. Esta discriminación se solventó en parte, al regular de forma alternativa los días que se podía elevar agua de las comunidades arroceras, distinguiendo las bombas de la parte alta del río de las de la parte baja, obligándonos a pararlas por secciones durante dos o tres días a la semana, según que regásemos 1/3  o el 50%. De esta forma cuando paraban todas las bombas de la sección superior, el tapón salino bajaba hasta la altura de las tomas de la sección inferior, consiguiendo con esta medida igualar un poco la gran diferencia de salinidad que existe normalmente. Nuestra Comunidad, “La Ermita-Cantarita”, toma el agua del Canal de los Jerónimos, - casi de las últimas-, y del desagüe de la Comunidad de Mínima. El agua que nos llegaba arrastraba la sal disuelta a su paso por la tierra  de la comunidad de Mínima y a este incremento de salinidad había que sumarle el aumento producido por la evaporación; el agua resultante, ya había sufrido un aumento de salinidad directamente proporcional a la salinidad de la toma inicial en el Guadalquivir.

Este es el punto donde nuestro canal de toma enlaza con el Brazo de los Jerónimos. Nuestras casas de bombas son los edificios que se ven a lo lejos delante del coche.
A esta situación específica de “La Ermita” estaba la pelea interna del sector arrocero, donde los pequeños agricultores exigían el riego de toda su parcela en detrimento de los grandes agricultores. Ellos consideraban de justicia que los grandes, disponían de más capacidad económica para soportar ese déficit, pues tenían mayores ingresos en los años normales.

El tema de una “justa distribución de las superficies a sembrar” fue un dilema que me llevó muchísimas horas de reflexión hasta llegar al convencimiento de que “no existe una forma justa de distribuir la miseria”.
Mientras que en la cooperativa de “la Ermita” logré convencer a los grandes regantes de Cantarita que cediesen su superficie de riego por una pequeña cantidad de arrendamiento y de esa forma ceder su caudal de agua, para que los pequeños pudiesen sembrarlo todo, y así lo hicimos. En el resto de la Zona arrocera no tenía autoridad moral para quitar a unos y darle a otros, ni tampoco legalidad jurídica, ya que la distribución de las superficies nos venía impuesta desde arriba, de acuerdo con nuestro Derecho Constitucional.. Pero, al margen de que tomar decisiones unilaterales no era jurídicamente aceptable, tampoco yo veía la forma de distribuir justamente los derechos de aumentar las superficies de unos agricultores en detrimento de otros. En realidad era imposible decidir, -con equidad y justicia, a quién le hacía más falta, económicamente hablando-, ya que el pequeño agricultor, de 5 a 10 has, no vivía, ni puede vivir hoy  del cultivo de arroz de su pequeña parcela y, por lo tanto, tenía otro ingreso del que dependía el sustento de la familia. Los grandes agricultores, -al margen de que tuviesen la sensibilidad social de ceder su agua a los pequeños (como fue en el caso de La Ermita) tenía que ser por voluntad propia, puesto que legalmente tenían y tienen todo el Derecho a disponer de su agua y también, debíamos tener en cuenta,  su responsabilidad moral de mantener a los trabajadores fijos que tienen empleados en el mantenimiento de la infraestructura de riego y maquinaria, que tanto para los grandes agricultores como para las pequeñas y medianas empresas arroceras, consistía en un capítulo de gastos, proporcionalmente, importante. Tenía la seguridad que quines más iban a sufrir  eran los medianos agricultores, -entre 10 y50 has-, que vivían exclusivamente del cultivo del arroz y que por regla general compartían una sola explotación entre varias familias: hermanos o varias generaciones. Pero defender esa postura era políticamente inviable ya que parecería que estaba defendiendo mi situación particular y la de la mayoría de los afiliados a Jóvenes Agricultores. Así que nuevamente opté por defender la solución salomónica, es decir, defender que cada uno de nosotros regase el 33% de su superficie que, siendo una mala solución, era la menos mala y jurídicamente hablando, la única posible. Las demás opciones se limitaban a defender intereses particulares de un sector, más débil desde el punto de vista de propiedad agrícola, utilizando como arma la misma demagogia tantas veces usada para realizar proselitismo.

Para facilitar los riegos y poder concentrar las parcelas, autorizamos a los regantes para que pudiesen unirse y sembrar conjuntamente en las parcelas que quisieran, siempre y cuando fuera concentrando todas las superficies en los primeros canales y en las mejores tierras, lo que nos permitió cerrar los últimos canales secundarios de Cantarita.

Pero uno de los socios de nuestra comunidad, cuyo nombre sinceramente no recuerdo, (si lo recordara tampoco lo mencionaría) se empecinó en sembrar toda su superficie sin pagar nada por derechos de siembra, de la superficie que no le pertenecía sembrar. No admitía otra opción que no fuese sembrar toda su parcela y no tuve  otra alternativa razonable, para evitar enfrentamientos, que ordenar la destrucción de diez metros del canal de riego secundario desde el que él tomaba el agua y que después situaran la retroexcavadora encima del corte para evitar que el regante en su desesperación hiciese a palín un pequeño canal por donde pasase agua suficiente para poder regar él solo. Para evitar un problema de enfrentamiento con los vigilantes o un ataque a la máquina, contratamos a un guarda de seguridad, que impusiera respeto a fin de evitar cualquier “locura transitoria”,  hasta que el regante entrase en razón y comprendiese que a nadie le gustaba la medida impuesta por la CHG. Tampoco nos agradó la drástica medida de destrozar un canal de riego, -para evitar el enfrentamiento en la válvula que es fácil de manipular, rompiendo el candado-, y provocando el enfrentamiento con vigilantes y Jurado de Riegos.

La zona arrocera en general y la Ermita, en particular, no podía romper la disciplina de riegos impuesta por la CHG, por ser los últimos regantes de Río. Si se rompe algún día la Unidad de Cuenca, podemos darnos por fastidiados, ya que si cada uno toma el agua del río a su paso, sin obedecer  las decisiones generales, poca agua nos iba a quedar a los últimos en tomar el agua fluyente.

Para comprender, en profundidad, el alcance de esta decisión es conveniente conocer los problemas de riego que tienen las Marismas, nuestra situación geográfica dentro de las mismas y la importancia de la Unidad de Cuenca para nuestra supervivencia. Una completa información sobre todas las connotaciones de la Cuenca del Guadalquivir y la problemática de nuestros riegos,  la ofrezco en estos cuatro capítulos sobre la problemática del riego y de la salinidad en el estuario del Guadalquivir.


La mortandad de patos en Doñana y en Las Marismas del Guadalquivir.


Otro desagradable capítulo con el me tocó lidiar fue la gran mortandad de patos que sufrimos en Las Marismas en el verano del 86.

F.Rafael Molina. Este es el paraíso de los patos cuando están en el arrozal. Agua limpia, comida abundante, sexo a la demanda y prohibido cazarlos. Algunos ecologistas están convencidos que los arroceros tuvieron la culpa de la mortandad por envenenamiento. Pero ninguno de ellos aceptó el reto público que les hice a TODOS a traves de la prensa (ABC de Sevilla) de que yo bebía agua del arroz si ellos bebían de donde yo afirmaba que venía el problema.

He revisado este post sobre la mortandad, -una de tantas que ha sufrido el Parque Nacional de Doñana, hasta que los conservacionistas  han aprendido cómo manejar el agua de los lucios, para evitar el botulismo, y los arroceros hemos aprendido a utilizar los pesticidas correctos, tras ser informados debidamente por la Administración-, y tras su lectura veo que tendría que repetir prácticamente los mismos argumentos del capítulo por lo que os ruego que antes leáis el post, arriba reseñado, y después el resumen que hago a continuación, que no cambia nada, puesto que los hechos son los mismos, aunque hoy ya parece que exista más gente se lo crea. No todos, pues para algunos ecologistas radicales solo el hecho de nacer como hombres, ya es atentar contra la ecología.

Aquel verano la Fundación José María Blanc, -creada en 1982, para la Defensa de la Naturaleza y cuya finalidad es: conservar la naturaleza por medio del estudio e investigación de la fauna y flora silvestre, y el aprovechamiento integral de los recursos naturales, sean agrícolas, forestales, cinegéticos, recreativos y turísticos, con fines de interés general-, había solicitado autorización para mantener agua en un lucio, al final de entre muros, pues había allí unas cuantas parejas de gaviotas pico-finas, -una especie en peligro de extinción-, que estaban en pleno proceso de cría en el momento que normalmente hay que secar los lucios de Doñana para evitar la reaparición del botulismo que es endémico en la zona. Pero estaban esperando una visita muy importante, en cuestión pecuniaria, lo que aconsejaba mantener el agua el tiempo suficiente para que terminasen su desarrollo. Pero aquel fue un año seco y el Guadiamar no aportó ni una gota de agua al final del cauce, donde estaba la “bandada de gaviotas” y el agua estancada empezó con un lógico proceso de eutrofización “pudriendo literalmente esas aguas” y provocó la activación de la bacteria Clostridium botulinum, endémica en todas Las Marismas del Parque, donde no se renuevan las aguas en verano, a pesar que hay unas magníficas instalaciones de bombeo al acuífero 27, (el mayor acuífero de Europa de aguas fósiles) que podrían terminar para siempre con el problema. Pero no; los ecologistas quieren conservan el Parque lo más natural posible. Me parece muy bien: pero si ”la cagan” que no nos culpen a los que sufrimos su constante presencia en nuestro hogar. Hogar que ya estaba allí antes que los salvadores del mundo nos cargasen con la losa de su mantenimiento.

Y con este “introito” -“literario, que no ginecológico, como algunos les hubiese gustado”- nos llegaron dos Land Rover cargados de patos enfermos, con nocturnidad y alevosía, y los repartieron por la zona cercana al origen de la epidemia: Cantarita. Los patos los vimos a los largo de los caminos, enfermos, muy enfermos o muertos. Los primeros se salvaron una buena parte pero la mayoría ya estaban totalmente envenenados por la toxina botulínica y no pudieron salvarse. Pero los guardas del ICONA, los trajeron, quiero creer que con la intención de salvarlos y no de “colgarnos el muerto” (por lo menos uno tengo identificado, por un testigo para mí totalmente fiable). 
Cuando salió en prensa el truculento ataque al Patronato de Doñana, presidido entonces por Alfonso Guerra, ya tuve la certeza que aquellas muertes iban a recaer directamente sobre el sector arrocero. ¡Cómo iba a permitir el todopoderoso Guerra que se le murieran los patos!

El País, 30 de Septiembre de 1986. Titulares: Un insecticida prohibido en las marismas andaluzas causó el desastre de Doñana.
Entre este titular, en primera plana de la mayoría de periódicos españoles y el articulo siguiente,  7 años después, escondido en la sección de ecología de El País y en el resto de periódicos, perdido entre los “rollos interiores” pues ya no era noticia, habían transcurrido casi siete años, durante los cuales esas muertes estaban cargadas en la “cuenta negra” de los arroceros.

ECOLOGÍA
Absueltos los arroceros acusados de la mortandad de patos en Doñana.
Juan Méndez. Sevilla 14 JUL 1993
La Sección Cuarta de la Audiencia de Sevilla ha confirmado la absolución de los 30 arroceros, dos vendedores de productos fitosanitarios y dos funcionarios de la Junta de Andalucía, procesados por un delito ecológico como responsables de la mortandad de más de 30.000 patos en el entorno del parque nacional de Doñana en 1986.La sentencia, que desestima los recursos de apelación de las acusaciones representadas por las asociaciones ecologistas Andalus y CODA, concluye que el producto plaguicida empleado por los arroceros "era inocuo para las aves" y que no ha quedado probado "el riesgo concreto que se corría con su uso" en el tratamiento de los cultivos.

Entre aquellos siete años, “varios terremotos personales” habían sacudido mi apacible vida anterior a los ´80: había pasado de ser un “tranquilo agricultor y feliz padre de familia” a un atareado sindicalista-agrario que intentó y consiguió liderar grandes cambios en el Asociacionismo de Las Marismas y que cuando ese campo se me quedó pequeño e intenté cambiar la fisonomía de mi pueblo me estrellé de bruces contra el muro de la papelera donde se quedó todo mi patrimonio y buena parte de mi estabilidad síquica.

La discusión con Joaquín Verdugo... fin de mi misión en “La Ermita”


Si me permito nombrar al agricultor que utilicé para justificar mi dimisión, es precisamente porque realmente no fue el responsable, solo el detonante; la escusa que aproveché para abandonar uno de los cargos donde más debía justificar mi abandono. Mi relación con la generalidad de los regantes de la Comunidad había sido siempre excelente. Nadie, que yo supiera, había puesto nunca mis cargos en duda y yo por “las buenas no podía decir, me voy que ya estoy cansado”. Sin embargo, hacía un año que quería salirme de todos mis puestos de responsabilidad pues no veía la forma racional de evadir la avalancha que se me venía encima, consecuencia de una nefasta inversión inmobiliaria, -larga de explicar-, en la que me había embarcado, junto con Federico Clar, y de la que ya veía muy claro que no íbamos a poder salir con la elegancia con que habíamos entrado. Tenía muy claro que el terremoto económico que se me venía encima quería atravesarlo solo, sin cobijarme a la sombra de mis cargos institucionales, representativos al más alto nivel en las cooperativas, como “La Ermita” y Veta la Mora o en asociaciones agrarias, como FAS y CNJA.

Tampoco podía explicar mi situación personal, ya  que hubiese provocado la precipitación de la crisis, evitando con ello, que por lo menos mi caída no arrastrara a algunos de los amigos que habían confiado en mi, dándome tiempo para malvender mi patrimonio y liquidar las deudas de los proveedores y esperar que los bancos nos diesen tiempo a que se repusiera el sector y no tuviésemos que liquidar a 1 lo que valía 3 o 4. Pero esta reflexión pertenece al capítulo de 2ª Generación, que tal vez también le llegue el momento de desentrañarlo.

Joaquín era una persona muy seria, formal y cumplidora, con el que no tenía una relación cercana, pero era un hombre que me caía muy bien. Por desgracia ya no está entre nosotros. La nuestra, era la relación normal entre dos regantes que saben respetar sus distancias. Pero como él era algo mayor que yo, un día, junto a la puerta de su casa, me saludó y me dijo que quería comentarme un tema privado. Por supuesto siempre estaba dispuesto a escuchar y a intentar solucionar los problemas que estuviesen en mi mano arreglar.
El año anterior, el ´92, habíamos tenido que reducir la superficie al 50% y si no recuerdo mal, los propietarios grandes de Cantarita, ya no eran tan grandes y su tierra podía producir con normalidad. En el ´89 los convencí con el argumento de que la salinidad de sus tierras les daba pocas garantías de obtener media cosecha, en un año tan problemático como aquel, en el que ni siquiera teníamos garantía de poder terminar la cosecha, especialmente en las tierras nuevas. Pero en el ´93   los propietarios quisieron arriesgarse y además sabían que tenían que regar para conseguir ir rebajando el grado de salinidad de sus tierras y, que yo recuerde, nadie cedió sus derechos de agua y todos sembraron su 50%.

Pues esta medida restrictiva, que afectaba a todos por igual,  limitando al 50% la superficie a sembrar, a Verdugo le pareció un atropello que yo había permitido en beneficio de los grandes agricultores. Después de casi 14 años razonándoles y explicándoles en las Asambleas Generales, en las que intentaba imprimir ciertas dosis didácticas sobre democracia, conocimiento del Nuevo Orden Constitucional y los Derechos de cada persona a su propiedad, tanto material como intelectual, me daba cuenta que no era mucho lo que había conseguido. En aquella situación en la que me encontraba totalmente “roto en mi fuero interno”, viendo cómo mi vida entraba en una espiral de desastres totalmente imparable no era, desde luego,  mi mejor momento para aguantar una “Catilinaria” en defensa de unos intereses particulares, tan discutibles como los que pretendía atropellar en su propio beneficio.

¿Hasta cuándo, Catilina, abusarás de nuestra paciencia?
¿Hasta cuándo esta locura tuya seguirá riéndose de nosotros?
¿Cuándo acabará esta desenfrenada audacia tuya?

Pido perdón por el inciso, que no todos entenderán ni compartirán, pero aunque no sea Cicerón, tengo derecho a cansarme y también a sentirme dolido.

Aquella fue la gota que colmó el vaso de mi aguante emocional y en aquel mismo momento tomé la decisión de presentar mi dimisión irrevocable, que por otra parte tenía los días contados, aunque podía haber aguantado hasta la siguiente Asamblea General pero, por desgracia, cuando pongo la raya soy más cabezota que Pizarro.

1 comentario:

  1. Mi campadre y amigo Angel Boix me envia por e´mail este agradable comentario que aunque está tocado por "la gracia de la amistad" no por ello deja de ser auténtico:
    LA ERMITA
    ¡Eso si que fue sufrir! Lo de la Ermita. Esa lucha para hacer rendir una tierra de arroz, sin agua.
    La de peripecias que mi compadre tuvo que hacer, no tiene calificativo adecuado. Nunca suficientemente agradecido por las partes. Solo una cabeza tan preclara y firme podía aguantar esa lucha tan desigual y despiadada. Solo él frente a bancos, a propietarios a los que se les iba a revalorizar su “lucio”, su coto y a otros arroceros envidiosos.
    Hoy, con la perspectiva que da la distancia en el tiempo, adquiere mucha más importancia la contienda encarnizada, cuyos inquietantes resultados estaban preñados de incógnitas e incertidumbres.
    Siempre se ha dicho que el mundo es de los valientes, pero también los cementerios están repletos de ellos.
    A mi amigo, si algo le sobraba era intrepidez. Claro que tenía al lado la compañera ideal que era la que más creía y cree en él. Toda una suerte.
    Ya entonces, tenía la sospecha de que la Isla se había repartido con un tiralíneas. Y se habían escriturado cauces públicos naturales e incluidos en fincas privadas.
    La Ley, no contaba y los caciques de entonces hacían lo que les daba la gana, o dicho de otra forma, lo que les salía de los “compañones”.
    Lo que caía dentro de un polígono del mapa, era de D. fulano o de D. mengano. Los límites eran difusos y caprichosos. Basados en esa tónica, decidimos hacer el campo de fútbol del Villafranco C.F. y estadio San Rafael. No preguntamos, ni siquiera medimos. A ojímetro. Y creo que nos quedamos cortos. Lo municipalizamos. Para asegurarnos de que los vencedores de la guerra civil no lo requisaran para darlo a la Falange.
    Así que ahí está. Lo hicimos entre todos, siguiendo la táctica de que piano-piano se llega lontano y política de hechos consumados.
    Creo que ya tenemos enmarcados los momentos que se vivieron entonces y que tan magistralmente describe mi compadre.
    Pero no quiero eludir una anécdota que me ocurrió allí, precisamente en el Coto de caza la Ermita.
    Cuatrocientas y pico hectáreas con agua. Había patos y gallaretas, entre otras aves; incluyendo ocas silvestres. Bandos y bandos.
    Nosotros cazábamos por fuera. En los arrozales circundantes que servían de comederos. Teníamos que cambiar de sitios porque los pájaros, que no son tontos, aprenden donde está el peligro. Pero en nuestros desplazamientos, descubrimos cómo entraba el agua en el Coto. Por un desagüe que cortaban y la desviaban a dentro. No la dejaban seguir su curso legal que era devolverla al río. Del agua solo se tiene el derecho al usufructo, previo pago. Luego hay que devolverla.
    Nos fuimos al casino. Requerimos la presencia de varios testigos, incluyendo al comandante de puesto de la Guardia Civil. Lo denunciamos.
    El número de Coto era falso. No pagaba los derechos. Todo era un fraude. Una mentira. Su propietario decía que servía para invitar a cazar a personalidades y así conseguir ayudas y ventajas para el desarrollo de la comarca! Qué bueno!
    Lo que más le jorobó fue que un medicucho, como dijo, le hubiera denunciado. Estuvo a punto de recibir un garrotazo de mi suegro.
    Creo que fue un detonante más para que pusiera en venta su paraíso particular.
    Entonces, los caciques, habían conquistado sus prebendas con el filo de sus bayonetas. ¡Habían ganado la guerra!
    Ahora son más golfos; agarran lo que quieren con la venia de sus señorías, sin arriesgar nada.

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