sábado, 19 de mayo de 2012

LA AVENTURA DEL CHACO PARAGUAYO.(1) Pepe Hermano Rivera

Las "Aventuras de Pepito en el Chaco"

Estas son algunas de las "aventuras" de mi hijo, José Hermano Rivera, -a partir de aquí y hasta terminar el capítulo "Pepito"- y que tuvieron lugar en el Chaco paraguayo desde mediados de Junio de 1995 hasta septiembre del mismo año. Pepito tenía entonces 7 años, recién cumplidos y hoy, ya con 24, es un sr licen que recibe su Licenciatura de Derecho el día 25 de Mayo de 2012, junto con su hermana María del Mar, que se recibe el mismo día, en el mismo lugar y de la misma Licenciatura.
Sirva este sencillo trabajo festivo como reconocimiento al esfuerzo de ambos para completar su formación, pues si el esfuerzo de mi hijo es encomiable, por sacar todo los cursos sin problemas, lo de Mar, casada, con dos hijos y ayudando en la Empresa por las mañanas, es todo un "ejemplo a seguir". Me siento muy orgulloso  de ellos. Gracias, hijos, por darnos esta enorme satisfacción.

Con Ortiz en el Cartepillar limpiando monte para sembrar arroz.
Esta máquina, en la que Pepe está subido es del año 1947, excedentes americanos de la Segunda Guerra Mundial, y pertenecía a unos menonitas que estaban desmontando un trozo de bosque bajo para preparar el campo de arroz. A su lado Ortiz que, si no me dejaba solo a mi ni un segundo cuando andábamos por los bosques aquellos, podéis imaginar que a Pepito lo tenía supercontrolado, aunque como él está habituado a su madre, aquella supervisión le parecería "un entrenamiento".

Con el transporte de la cosechadora de Pancho.
Esto debía ser en junio, pleno invierno austral, ya que nuestra primera siembra de arroz fue en Enero y a esta cosecha pudo venir Pancho (Juan Francisco Caballero Chavez) ya que no había otro arroz que segar en todo el Paraguay, pues la única zona del país apta para dos cosechas es donde   estábamos nosotros, geográficamente situados en la misma linea del trópico de Capricornio.

Con papá, su amigo Carlitos, Meseguer y la niveladora láser.
Aquí estamos preparando nuevas parcelas para la segunda siembra del año que sería durante junio y Julio. Estábamos segando por un sitio y sembrando por otro, aunque eran superficies muy pequeñas ya que los medios de que disponíamos eran muy limitados.

Arrimando troncos de palmera.
Para el paso por encima de los canalillos de riego y de desagüe hacíamos puentes de troncos de palmera, que eran perecederos, pero bueno, menos duramos nosotros, ya que sembramos dos cosechas pero en un solo año y regresamos a España en Mayo de 1996, una vez que la Isla Mayor contó nuevamente con agua para sembrar.

Con el cuchillo de monte.
Para andar por el monte, con Ortiz, buscando los sitios idóneos para una nueva ampliación del arroz, solía llevar este juego de cuchillos, el que tiene Pepito en la mano más el que tiene en la funda, mucho más pequeño. Con este cuchillo estaba Pepito jugando en unas cuevas de la carretera junto al sitio donde ya habíamos sembrado arroz, pero al otro lado de las carretera y de las pequeñas madrigueras estábamos desmontando para ampliar el campo y justo enfrente había un gran montón de restos de palos quemados, tierra de las raíces y cenizas. Pues a los pocos días de estar nosotros por allí, yo viendo el arroz y Pepito jugando, Antonio Meseguer estaba con el tractor y la trailla retirando el montón de tierras, palos y cenizas, cuando por arriba de la tierras que tenía en el interior de la trailla -en España, cuchara o trailla-aparecieron tres grandes serpientes "yarará" que son el equivalente americano de la Cobra africana. Como las serpientes estaban irritadas - pues para entrar en la traila, que es de arrastre, tuvieron que sufrir muchas magulladuras y golpes entre los palos- se levantaron sobre su cuerpo cerca de un metro  y a un par de metros de distancia de donde estaba sentado Antonio, en la cabina del tractor que siempre llevaba abierta pues no tenía aire acondicionado-, que ante el inminente ataque paró el tractor y se fue corriendo al pueblo, un par de kilómetros , para volver con la escopeta. Cuando regresó sólo pudo localizar y matar a una de ellas. Desde entonces más de una y de veinte noches he dado un bote en la cama al pensar lo que podía haber sucedido si aquel día que Pepito, "hurgando" en las madrigueras, hubiese molestado a alguno de estos terribles reptiles cuya picadura puede matar un caballo en pocos minutos. Todavía en este momento, al contarlo me produce escalofríos.

Pepito y su tirachinos.
Lo primero que hice cuando llegamos a Puerto Casado fue comprarle a Pepito un tirachinos, seguramente rememorando mis años de niño allá en Sueca (Valencia), mi pueblo natal. Como en el pueblo donde vivimos, en España, no se lo dejábamos utilizar allí lo disfrutó y siempre andaba con el tirachinos a mano.

Junto a un tajamar.

Dado que el Chaco disfruta de una temperatura calurosa en verano, pero los inviernos suelen ser suaves y muy secos, hay que preparar reservas de agua, bien con pozos que elevan el agua de lluvia a los tanques australianos, -reservorio de agua realizados construyendo una gran piscina circular con muros terreros de 4 ó 5 metros de altura- y tomando el agua de los préstamos realizados para hacer los muros, elevándola al interior de la piscina mediante una bomba que normalmente funciona con la fuerza del viento.
O también se preparan los tajamares que consiste en cerrar el curso normal de los torrentes mediante la construcción de un muro que convierte el torrente en un pequeño embalse de un metro, poco más o menos, de altura y que debe de contar con un aliviadero para que las avenidas no rompan toda la estructura.

Con los lapachos de fondo.
Aquí Pepito está montado en el capó de la camioneta para poder sacar al fondo los preciosos lapachos que ya están en flor, puesto que en el Chaco florecen un mes antes que en la capital, donde se pueden ver florecidos en Agosto-Septiembre.

El Palo Borracho.
Ceiba speciosa, popularmente llamado palo borracho, es un árbol nativo de la selva tropical y subtropical de Sudamérica. Tiene varios nombres comunes locales: palo borracho, árbol botella, toborochi, árbol de la lana, palo rosado y  samohu -con este nombre se le conoce también en el Chaco-. Pertenece a la misma familia del baobab.

Con el ñandú. 
Este ñandú, -avestruz americana-, sólo se encuentras en Suramérica y generalmente es un ave muy tranquila, pero que huye de la presencia humana. Esta, a la que persigue Pepito, estaba junto a las chozas de la estancia del kilómetro 11. No era un animal doméstico sino que es un animal salvaje que se había acercado tranquilamente hasta las chozas de los Maskoy, que están muy cerca del lugar donde hice la foto. Posiblemente este ave silvestre esté acostumbrada a encontrar algo de comida entre los restos de las comidas de los indígenas y por allí paseaba tranquilamente hasta que Pepito corrió tras ella para cogerla, pero en ningún momento consiguió acercarse más de lo que vemos en la fotografía.

Puente Guajó
Guajó es el nombre de una Estancia que hay que atravesar en el camino a Puerto Casado y este puente atraviesa el Cañadón Reservista, sobre el que hice un estudio completo para averiguar porqué se salaba el agua en el riacho donde desaguaba y que afectaba a nuestra plantación de arroz, puesto que allí estaba instalada nuestra bomba de riego. Podéis observar la estructura del puente, totalmente de madera. Los pilares semi-sumergidos en agua son de Quebracho, sin embargo las vigas y las traviesas son de otras maderas mas flexibles como el lapacho y los tablones están para atravesar encima de ellos y evitar los saltos y repartir el peso entre varios postes. Este es un puente que soporta más de treinta toneladas. Hasta donde aguantó no lo se ya que para la fábrica es posible que haya pasado alguna máquina muy pesada.

Junto al río Paraguay.
Pepito está sobre el muro de contención para evitar las riadas más fuertes del río. Al fondo vemos la preciosa curva del río Paraguay que me recuerda la del Guadalquivir en Coria del Rio. También podemos ver el reflejo del sol por la mañana temprano. Este tramo de río, que pasaba junto a la casa, siempre me desconcertaba pues su recorrido es de Este a Oeste, cuando el río corre de Norte a Sur y cuando miraba a mi Meca, -mi casa-, siempre tenía que pensar que el sol no nacía frente a mi, si no que salía por mi izquierda.

Con uno de "los personales"
No recuerdo el nombre de este peón que allí llaman "los personales", en general, pero si recuerdo que es una persona excelente que nos trataba con cariño. Bueno este trato, afortunadamente, era lo normal y lo contrario sólo lo recuero de un "personaje deplorable" que ya mencionaré a su debido tiempo.

Con cara de "circunstancias"
Esta serie de fotos de Pepito a caballo, casi iguales, no tendrían mucho sentido si no fuera por la expresión de su cara donde se ven reflejadas todas sus sensaciones: miedo, preocupación, satisfacción, alegría.

Con cara de satisfacción, pero intranquilo.
Por más que lo intento no puedo recordar qué se celebraba aquel día, pero sería algo importante pues después vemos fotos, con la misma ropa, donde nos estamos comiendo unos deliciosos "pinchitos" de jugosa carne roja, muy poco hecha. "Casi andando" la pedía yo para Pepito y para mi.

Al fondo la "corrida de toros a la paraguaya"
Aunque aquí sale la primera, esta foto, es de las últimas de la mañana de la corrida de toros y ya se nota "la tranquilidad" que el jinete iba tomando al ver que podía mantenerse montado sin problemas. Las corridas paraguayas que no se parecen ni a las nuestras, ni tampoco  a los "forcados" portugueses, son más un rodeo americano, sin caballo, donde se controla al toro y lo tumban, consiguiendo con ello el objetivo del espectáculo.

Sonriendo por su azaña.
Esta es una de las fotografías que más me gustan de cuantas le hice a Pepito en Paraguay. En ella vemos la expresión de satisfacción por estar sobre el caballo como si fuera un consumado jinete, cuando en realidad hacía muy poco tiempo que había empezado a montar y todavía el miedo no le había salido del cuerpo totalmente.
Con la familia Ortiz.
Ortiz, mi inseparable compañero de correrías a caballo por el Chaco, que está aquí con toda su familia. A su derecha la esposa, a su izquierda, su madre, su hija y su nieta. Si observamos vemos que todos son "morochos" excepto su nieta que es blanca y pelirroja. Es que su padre es menonita, también blanco y pelirrojo.
Guajó
Aquí estamos en la finca limítrofe con la estancia del kilómetro 11 de Casado S.A. y que pertenecía a una familia madrileña. Muy cerquita de la entrada hay una gran charca que mantiene el agua durante casi todo el año y un día seguí hasta allí a los maskoy, que me dijeron que iban a pescar anguilas. El arte de pesca era una cabilla roscada, la misma que se utiliza en el hormigón, de poco más de un metro, con un mango de madera y una punta muy afilada. La pesca se realiza caminando por la charca con los pies separados  y con la lanza en el centro de ambos. Cuando pisan una anguila entre los pies clavan la lanza, con fuerza, entre ellos con la esperanza de ensartarla. Me imagino que un elevado porcentaje de pesca será de negros pies de maskoy. Cuando sacaron la primera anguila, de color marrón con pintitas negras, como un buen c..., se me quitaron las ganas de comer anguilas. Yo sabía que allí no había anguilas, pues el sur de América no está en el periplo de la especie que tenemos en el Atlántico Norte y bajan muy poco del Ecuador.  Cuando hable de la gastronomía de esta zona ya os contaré esta historia tan interesante y enigmática de las anguilas, o de los pescados que aparecen en las charcas en medio del Chaco a kilómetros de cualquier río y cuando hace unos días que ha llovido los ves con un tamaño respetable, o del pez descubierto en el Chaco que tiene "patas" traseras.

Con Eugenio Hermosa.
Hermosa era el capataz general de todas las estancias de Carlos Casado S.A. Su historia de entrega y generosidad con este pueblo ya la contaremos cuando llegue el momento. Estuvo con nosotros durante todo el tiempo que estuvimos en Puerto Casado y no podemos hacer ya otra cosa por él que demostrarle nuestro agradecimiento por sus atenciones y cuidados.
De "vaquero" al cuidado de Ortiz.
Ortiz, incansable, me tenía alas cinco de la mañana los caballos preparados cada vez que le pedía salir a examinar las zonas más interesante para poder ampliar la zona arrocera. Para desayuno solía pedirle que me cortara un cogollo de palmera, que él con su habitual destreza en el manejo del machete lo preparaba en un par de minuto y con solo ocho o diez cortes.

Con Rósula. Al fondo su mamá.
Rósula fue su primera novia, que no su primer amor. Un día, estando en casa de Rósula, donde solíamos ir alguna tarde a tomar un refresco, en su pequeño bar, ella le dio un beso en los labios y "el Pepito" se nos cayó al suelo, "desmayado" por la emoción. Ya "pintaba maneras".

Con una honda preocupación.
Está muy claro que aquí no las tenías todas consigo y es que, como no llegaba a los estribos, cualquier movimiento del caballo, en esas sillas chaqueñas, que no son sillas si no sacos y pieles unas sobre otras y amarradas todas con la cincha, le causaba una preocupante inestabilidad.

Alta concentración.
Aquí se le ve más concentrado que a Fernando Alonso antes de salir en un Gran Premio, con Vettel delante suya y Hamiltón detrás. Ya hemos visto en las fotos anteriores que a lo largo de la mañana logró controlar y relajarse.

En la chimenea con el acha de guerra Guaraní al fondo.
Tras la serie de fotos a caballo pasamos a otra de la Casa Directorio, que era el lugar donde no quedamos mientras estuve en el pueblo. Era la casa de los jefes y salvo los invitados esporádicos nadie se quedaba allí, por eso es de agradecer que nos permitieran a nosotros disfrutar de las comodidades de la misma, que aunque parezca pueril en nuestro tiempo y en nuestras casas, allí era un lujo tener teléfono, luz eléctrica, aire acondicionado, cocinera, "mucamas" y hasta nuestro entrañable Marcial, mayordomo paraguayo, pero enseñado por maestro inglés. Sabía estar en cualquier momento y cualquier situación. También será personaje importante en relatos posteriores.

Rodeado de historia militar.
A la derecha de Pepito vemos un sable de oficial boliviano, tomado como botín en la Guerra del Chaco de 1932 a 1935. Teníamos también en la casa el primer fusil Máuser capturado a un prisionero boliviano en dicha Guerra y dos metralletas de tambor, como las de las películas de Chicago, años 30. A su izquierda vemos el acha guaraní y arriba dos lanzas autenticas de guerreros guaraníes. Los tres rifles Winchester de repetición y el otro rifle, que no se que tipo es, pertenecían a los "personales de las estancias" cuando Casado S.A. llegó a tener 50.000 cabezas de ganado.

Con la escopeta rusa.
Aunque en la casa también teníamos una escopeta de repetición, de cinco cartuchos, tuvimos que comprar otra escopeta para poder espantar a los "periquitos cabeza negra" que se convirtieron en plaga en la siembra de invierno, pues cuando maduró el arroz no había otro tipo de grano en todo el Chaco. No sirvieron de nada las escopetas, ya que podíamos matarlos, pero no asustarlos como era nuestro objetivo. Al final y después de probar todo lo imaginable para repelerlos, tuvimos que recurrir a aparatos emisores de ultrasonidos para poder persuadirlos de que no podían comerse todo el arroz.

Haciendo puntería.
Menos mal que Pepito no disparó con esa escopeta que le hubiese dislocado el hombro. Quien la usaba era Antonio Meseguer y tenía el hombro morado en la zona donde apoyaba la escopeta para disparar, cada tiro era el equivalente a una patada de burro, menos mal que pudimos retirarlas con la construcción de los aparatos de ultrasonidos. Cómo conseguimos el aparato también es un tema muy curioso que ampliaremos en los capítulos siguientes sobre el Chaco.

Con mamá y el amigo  Ibarra.
Ibarra era un joven Licenciado en Medio Ambiente que estuvo allí unas semanas haciendo su tesis doctoral y que fue una agradable compañía durante los días que coincidió con nosotros allí, que no fueron muchos, pues  la mayor parte del tiempo que estuvo en el pueblo nosotros estábamos en la capital, así que no estoy al tanto de sus trabajos.

Entrada de la Casa Directorio.
Estamos en la entrada de la Casa Directorio, justo delante de la escalera de subida, ya que la casa está elevada más de un metro sobre el nivel del suelo para evitar las inundaciones. Junto a la ventana está la puerta de entrada y al otro lado la puerta del cuarto mío que fue el de Pepito mientras estuvo allí. Pues en uno de mis viajes a España, donde solía pasar un mes cada tres o cuatro en Paraguay, me encontré en la pared la piel disecada de una anaconda de cuatro metros y medio, que habían cazado en el tubo que pasa justo bajo la escalera donde estamos fotografiados,  a menos de cinco metros de la puerta de la habitación de Pepito. No fue la única serpiente grande que vimos, Maricarmen me llamó otro día, señalándome un precioso palo que había en el jardin, y que resultó ser otra anaconda de unos tres metros y medio que estaba pasando por el jardín delantero, en el césped, rodeada de pavos que la iban acompañando en su peregrinaje. La tercera y más peligrosas de las anécdotas con reptiles, le pasó a Maricarmen otro día  saliendo de ésta casa y que al girar a la izquierda tenía una puerta y una valla que la aislaban. Junto a la puerta, en el canalito que rodeaba la acera, había una serpiente, posiblemente una yarará, que al verlos venir se asustó y se puso en posición de ataque. Maricarmen tiró hacia atrás de Pepito, que había dado un grito desgarrador que atrajo a la cocinera, con la escoba, que auyentó a la serpiente y resultó un final feliz, pero que a Maricarmen también le causará escalofrios su recuerdo.

Con el papá de su amigo Carlitos Herrera.
Carlos que trabajaba en la fábrica de tanino como tornero, era también el cocinero al que llamábamos cuando teníamos que preparar en la casa algún asado de carne o el pacú a la brasa, ese delicioso pescado, que bien asado durante tres o cuatro horas a las brasas de quebracho, es un manjar excepcional. Aquí estábamos enseñándole a cocinar la paella. Él había preparado el artilugio donde está apoyada, con las instrucciones que le había dado, para poder hacerla más cómodamente.

Preparando la paella.
Esta paella, que por la mala calidad de las dos fotos tengo la seguridad que son del mismo día, es una más de las que hice en el Chaco que por cierto es el único lugar donde yo me he calificado por dos veces con un diez de nota. Es seguro que esta calificación, no repetida nunca en España según mis propias puntuaciones, se debe primero a la leña de quebracho -siempre la madera deja su propia impronta, por eso en Valencia les gusta hacerla con madera de naranjo, si pueden- pero además el pollo era de "escarbadero" -que no de plástico como yo apellido a los normales que compramos ahora, criados con pienso- y el tercer  apoyo para esa puntuación yo se lo atribuyo a la carne de Pecarí,  (jabalí americano) aunque el cochino ibérico "pata negra" que pongo aquí en mis paellas, no le envidia en sabor al Pecarí.

Con una pistola de época.
Con esta foto empiezo la serie en el jardín de la casa de Asunción que Ángel había alquilado a la sexta esposa de uno de los barones Thyssen y que mantuvo alquilada durante los dos años que estuvimos con el proyecto de arroz en el Chaco.


Con la ceja rota.
Junto a este precioso jardín semitropical, estaba el bungalow de cristal donde nos habíamos quedado su mamá y yo en las vacaciones de 1994,  junto a él estaba la sauna y una especie de pub inglés. Bueno totalmente copiado del estilo anglo-sajón hasta en la oscuridad interior. Pues allí se le cayó a Pepito el reloj al suelo y al agacharse a recogerlo tropezó con el pico de una especie de armario-aparador con cajoneras, que tenía la parte baja más ancha que la de arriba, con lo que el niño no midió bien la distancia y se partió la ceja. La madre con un ataque de nervios le lavaba el ojo, una y otra vez, intentando limpiarlo y cortarle el derrame. Al rato le dijo Pepito ¡pero mamá que me estas limpiando el que tengo bueno!
Lo llevamos al hospital y le pusieron la inyección del tétanos y un par de puntos de esparadrapo. Es normal cundo te haces sangre con hierros viejos y también con alguna tipo de madrera se tome la prevención contra el tétanos. También yo en mi primera entrada en el desmonte para arrozal en el Chaco me clave una espina de algarrobo que me atravesó el zapato, de suelas de goma, que calzaba en ese momento y también me pusieron la vacuna contra el tétanos ya que esa espina es venenosa, además de muy dolorosa.

Foto del jardín con Pepito de fondo.
Realmente yo estaba enamorado del jardín, ya que era un césped precioso rodeado de todas las plantas que el jardinero había pillado por allí. Además estaba muy bien cuidado pues aquel hombre también disfrutaba con su trabajo.

La alegría de Pepito.
Estaba feliz. Fue un viaje alucinante el que tuvo ocasión de disfrutar y es una auténtica lástima que no recuerda casi nada de aquellos tres o cuatro meses que pasó en Paraguay. Seguro que las fotos y mis comentarios le ayudarán a recordar las cosas que vio y en las que participó.

Y si el niño estaba feliz, el padre se derretía y era invierno.
De todas las situaciones difíciles por las que tuve que atravesar en aquellos dos años en los que no tenía a mi familia cerca y cuando el resto de cosas tampoco ayudaban a mantener una estabilidad emocional, no había ninguna que me provocara mas desazón que no tener cerca a mi hijo pequeño, cuyos años de niñez me estaba perdiendo y muy especialmente porque él también sufría profundamente mi ausencia. Por eso el día que llegó a Asunción, con su madre, y yo lo esperaba en el aeropuerto, recibí el abrazo más grande que disfruté en mi vida y sólo es comparable con el que me regaló mi nieto Néstor el día que fui a esperarlo en la estación de autobuses de Sevilla, tras muchos meses sin poderlo ver ni hablar con ellos por teléfono. Néstor tenía entonces cuatro añitos. Cuando él me vio en la estación, entre tantos desconocidos, la cara se le transfiguró y con una carrera se acercó a mi saltando a mi cuello en otro abrazo que no quería compartir ni con su madre.

En la locomotora de vía estrecha del Chaco.
Esta es la última locomotora operativa de todas las que tenía Casado S.A. para el transporte de la madera de quebracho, desde su lugar de acaparamiento en el bosque chaqueño, hasta la misma trituradora de madera, especialísima , de la fabrica. En los momentos álgidos de la empresa marchaban varias locomotoras y llegaron a contar con 5.000 bueyes para acarrear los troncos desde los obrajes hasta los lugares donde cargar los vagones.

Utilización de locomotora y vagones para el transporte de tropas y material en la Guerra del Chaco.
La Guerra del Chaco que duró desde 1932 a 1935 y que enfrentó a Paraguay y Bolivia por el dominio del territorio chaqueño del que se sospechaba que era una fuente inagotable de hidrocarburos y cuya disputa entre la Shell, Alemana-Holandesa y la Standard Oíl, Americana, por el dominio de las concesiones llevó a aquellos don empobrecidos países a una guerra cruel y a la ruina más espantosa por el esfuerzo de la misma. Este ferrocarril de vía estrecha fue un elemento fundamental en el desarrollo de la guerra puesto que mientras el ejército boliviano tenía que llevar hombres, a pie, y pertrechos en pequeños camiones sin carreteras, a cientos de kilómetros Chaco adentro,  los paraguayos disponían de un tren que penetraba en el Chaco 145 kilómetros y que les dejaba hombres y material en el Centro Operativo de la Guerra,  a escasos kilómetros del puesto de mando principal, Isla Poí.

Con el maquinista que creo era maskoy.
Siguiendo el razonamiento anterior, hay que entender que 145 kilómetros de Chaco son, en momentos de sequía la diferencia entre la vida y la muerte y durante la época de lluvias, un lugar intransitable como no sea a caballo o sobre la vía del ferrocarril que era la única forma de hacer llegar avituallamiento a las tropas alli acantonadas.. Esta ventaja estratégica le permitía al general Estigarribia, comandante en jefe de las fuerzas paraguayas, concentrar sus fuerzas sobre un solo punto de la defensa boliviana y uno a uno ir apresando sus fortines, generalmente cercados y rendidos por sed y hambre, en lugar de la técnica boliviana de fuertes y sangrientos ataques frontales.

Alimentando el fuego de la caldera con madera de quebracho.
¡Más madera! Esto es la guerra, como en la película de Chaplin que tanto le agrada a Pepito. Estaban preparando la locomotora para darle a Pepito un pequeño paseo por el patio de la fábrica ya que las vías exteriores estaban, ya entonces, bastante abandonadas, hoy, me parece que ya no existen. "Se las robaron todas" "como se dice allí"  y se robaron las máquinas y los útiles, y los aires acondicionados y la jambas de las puertas y ventanas y la chatarra y las traviesas y los rieles y la Biblia en pasta y todo se malvendió como chatarra, cuando en realidad alguna de éstas son un patrimonio nacional irrecuperable.

Apretando la palanca para arrancar.
El paseo fue muy cortito, pero eso era indiferente, a Pepito que nunca había montado en tren,  aquello le parecía una aventura increíble.
Conducir un tren, ¡aunque fuera pequeño!, es algo que casi seguro no tendrá ocasión de repetir. Ni él ni los millones de niños que nacieron ya, en estos últimos años, cuando los trenes de vapor son una curiosidad de museo.

El vagón de pasajeros.
Este era el único vagón de pasajeros que quedaba restaurado, había otro tipo de vagonetas que todavía podían circular hasta el kilómetro veinte, pues a partir de allí los puentes estaban descarnados por el agua de lluvia y no podían soportar el peso de la máquina. Recuerdo el día que llegamos en tren hasta el kilómetro 11 y os aseguro que yo estaba como un niño con un juguete nuevo.

En el Zoo.
Tras la serie de las fotos de tren vamos con las del  día que pasamos con Pepito en el Zoo de Asunción. No es un zoológico especialmente interesante pero había una gran diversidad de aves de la zona y algunos animales traídos de otras tierras, como el hipopótamo.

El padre haciendo travesuras con el hijo.
Cuando veo la foto me pregunto ¡qué puñetas hacía yo allí arriba!, pero claro esta travesura está inmersa en un paquete de emociones contenidas y en unas ganas tremendas de estar con Pepito y compartir con él hasta el último minuto que le quedaba de estar allí conmigo. Cosas de "padrazo"

Con los Tucanes.
El Tucán es un ave típica de la zona, aunque en el Chaco no es muy abundante, aún menos que el resto de aves cuya densidad es muy limitada debido especialmente a la escasa alimentación en la zona chaqueña durante el invierno Austral. En los dos años que estuve allí y tras pasar muchos días por el campo (monte bajo y palmeral con algunos claros para la pastura) solamente vi pasar por encima mía un Tucán cuando estaba en la estancia del kilómetro 11. Allí tienes oportunidad de ver muchos pájaros con un colorido muy especial pero ninguno me impresionó tanto como el "amarillo chillón" que lucía el Tucán, en su pico, que pasó a unos metros sobre mi cabeza. Es una impresión que nada tiene que ver con las mismas aves cuando las vimos en el zoo.

Haciendo el payasillo con el hipo.
Aunque el hipopótamo no está en su hábitat natural, por lo menos el calor y humedad relativa son parecidas a las de sus tierras africanas. Lástima que la cárcel no es buena nunca por muy parecidas que sean las condiciones climatológicas a las habituales.

Estancia Guajó
Esta Estancia, de unos madrileños, les fue "decomisada" o "requisada" (como queráis decirlo) ya que no les han pagado la expropiación y esta semana pasada (Mayo de 2012) fue declarada, la zona expropiada, como "lugar colonial" con lo que esas tierras pasarían a los habitantes que viven allí mucho tiempo. Pero ninguno de estos atropellos tiene el más mínimo sustento jurídico. Esta finca y la que linda con ella, la Estancia San José, se la han repartido y espero que todos estén disfrutando de ellas, no sólo los dirigentes de una cooperativa de Puerto Casado que forzó la expropiación de las tierras para el pueblo y que se repartieron las tierras que habían donado los Moon para evitar la expropiación. Este "atropello jurídico" no es tema para contarlo aquí, "de pasada", pero que quede claro que la corrupción en Paraguay (para gran desgracia de este amado país) no es patrimonio exclusivo de políticos, policías, jueces, aduaneros, hacendados, comerciantes etc. etc. si no que llega hasta el último escalafón. Y sálvense los que puedan, que son más de lo que parece. ¿Y quién sufre las consecuencias? el pueblo llano que no sabe a dónde mirar ni a quién votar. Y por cierto que nadie piense que soy partidario de los Moon, todo lo contrario, pero si soy defensor acèrrimo del respeto a todas las religiones, razas y formas de pensar y por supuesto de la propiedad privada, que es una de las bases de la democracia. 

Entrada a la zona desmontada para ampliación del arrozal.
Aquí estaba prevista la ampliación de la zona arrocera, frente a la existente, pues yo me había resistido a que continuase con la que lindaba porque era una parte más arenosa que tenía grandes árboles y era el hábitat natural de unas cuantas familias de monos. Era una lástima destrozar ese hábitat cuando, frente al sitio elegido, existía otro que aunque más incómodo, era más adecuado por razones ambientalistas.

Sobre un enorme nido de hormigas "come bolas"
Esta hormigas que son el equivalente americano a la Marabunda africana. Es una especie carnívora que no respeta ni a las serpientes cascabel, como me contaba un día Ortiz, que vio como un batallón de hormigas se merendaban, literalmente, a la cascabel, mientras ella hacia sonar su cola y así llegó su final, sonando los cascabeles hasta que la dejaron en los huesos. Si se ensañan con uno de nosotros, por estar indefensos en cualquier circunstancia, a la primera oleada de picaduras, el ácido fórmico que inoculan vuelve loca a la persona atacada y ya después se la meriendan, sin importarles su locura.
Tengo alguna otra anécdota sobe ellas que ya contaré en otra ocasión para no hacerme pesado.


"Pedazo" de pinchito que nos estamos comiendo.
De este asado no recuerdo la fecha ni tampoco el motivo, pero na hacía falta demasiados protocolos para organizar una pequeña fiesta y asar un par de vaquillonas -becerra tierna, con menos de dos años-, donde participaba todo el pueblo. Por cierto, no nos terminamos el pinchito, pero ya entonces empecé a educar el paladar de Don Pepito en las carnes rojas y muy jugosas. Ambos seguimos con esa deliciosa afición aunque lo que allí es habitual, por aquí no es tan corriente.

Pepito de cocinero
De nuevo me da coraje no recordar el nombre de este hombre mayor, paraguayo, que estuvo atento a Pepito casi toda la mañana, primero mientras montaba a caballo, bajo su vigilancia, y después asando las vaquillonas, sin dejar que él no se medio-asara. La cara de felicidad de Pepe no necesita explicación de cómo pasó la mañana.

En la casa de Las Misioneras Salesianas.
Esta fue la casa que le hizo José Casado, hijo de Carlos Casado del Alizal, a su compañera alemana (pues se separó de su esposa que quedó en Argentina, a él lo desterraron y vivió el resto de su vida junto a su nueva compañera) y en ésta casa vivían durante la mayor parte del año, incluidos los años de la Guerra del Chaco, donde tanto él como su esposa fueron personas claves para el resultado final de la guerra. Pasada la guerra esta pareja compartía su tiempo entre el Chaco y París donde también tenían residencia habitual. Para mi es la casa más bonita construida en ese pueblo (en aquella época) y la empresa se la cedió a las Misioneras Salesianas hace ya muchos años. El detalle de los pilares de madera, a la izquierda y derecha de Mari y Pepe, que son de madera de quebracho, tenían casi 100 años y están nuevos, excepción echa de los 10/15 centímetros de la base donde humedad y sequía ha afectado a los anillos externos, pero el corazón está como nuevo. He visto traviesas de quebracho quitadas de las vías del ferrocarril, con más de 100 años, expuestas a la intemperie y las han utilizado para fabricar tanino. Sólo tenían deteriorados los anillos exteriores.

Pepito "enamorado" de su mamá.
Ese día estábamos allí para hacerle una paellita a las monjas, que eran y espero que todavía lo sean, unas personas entrañables, entregadas a la catequización de los indígenas, pero más que ello también a atender dentro de su capacidad, fuerza y medios de que disponían -que eran muy limitados-,las atenciones básicas de las tribus maskoy que estaban desplazadas por el entorno, donde ellas se desplazaban por varios días, y hacían de enfermeras, cocineras, maestras y lo que fuera necesario. Tuvimos que aguantar un par de "exabruptos" de P´ai Zislao, -cura maleducado y comunista trasnochado-, que tampoco vamos a contar, pero que nos reservamos para cuando entremos de lleno en nuestra historia en aquel querido pueblo.

Cuando mamá tiene frío, abriga al niño.
Aquí comprobamos, una vez más,  como cada vez que Maricarmen sentía el fresco, le colocaba un abrigo a Pepito. Una vez, estando con Curro, nuestro amigo Francisco Romero, y que comentó que tenía calor y se quitó su jersey, como yo ya me había quitado el mio y Mari el suyo, comento Pepito: si aquí está claro que el único que tiene frío soy yo. El parachoques del coche me recuerda lo bien que se lo pasaba Pepito cuando íbamos por el pueblo, con sus calles llenas de burros y de vacas, y que a mi -cuando iba con él- me encantaba colocarme detrás y empujarles con el tope, pues los muy burros no se apartaban y es que no estaban acostumbrados a los vehículos. Las calles eran de ellos, ahí vivían, dormían y cagaban y así olía aquel pueblo cuando no caía mucha mucha lluvia y limpiaba calles y cunetas pues los pozos ciegos también desaguaban a los desagües junto a las calles.

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A Pepito le gustaba ir de pie en la parte trasera diciendo adiós a todos los niños que por allí veía, los conociera  no. Y recuerdo otra anécdota de la que no me siento orgulloso, pues podía, sin quererlo, haberle hecho daño a uno de aquellos pollinos cabezotas. Para entrar al recinto de la fabrica había un paso canadiense además de las puertas metálicas para evitar la invasión de burros y vacas en un momento de descuido. Pues un día al salir nos tropezamos con un burro que estaba entre la puerta y el paso de rieles. Le apliqué el morro del coche y empujé muy suavemente, me hubiese gustado grabar la habilidad del burro, que estaba en paralelo con las vías,  pasando de un riel a otro cruzando los pies delanteros y los traseros sin mirar y sin fallar ni uno de de ellos, afortunadamente, pues en caso de haber fallado tal vez le hubiese hecho daño y es algo que no me hubiese perdonado jamás, pues era innecesario forzarlo. Más que nada estaba con la broma que tanto gustaba Pepito y que por suerte terminó con risas. Gracias a Dios.

Con mamá en Guajó.

Monte lindo
Aquí en esta seria de fotos en Monte Lindo, situado entre Asunción y el Cruce de los Pioneros, podemos apreciar la herida que se hizo Pepe cuando intentaba recoger su reloj del suelo en el Pub inglés de la casa de Asunción. Pero su cara de felicidad, nos muestra una y otra vez cómo se los pasó aquellos meses alli con nosotros. ¡Y cómo lo pasamos nosotros con él! A él se le olvidó casi todo, lo cual es normal con su edad, en cambio, a mi no se me olvidó casi nada lo que si sería tan normal con la mía.

Palafito de Monte Lindo
Lo que no termino de entender cómo es que, al lugar, le llaman Monte Lindo cuando todas sus construcciones están sobre pilotes -palafitos-, por estar en zona inundable cada vez que "llueve grande" Debe tener por allí cerca alguno cerrito que no se inunda y que le da nombre.

El restaurante donde comimos.
Esta foto nos la hizo nuestro amigo Curro Romero, que venía desde Casado a Asunción -quiero recordar- que iba a retirar su cosechadora del puerto para llevarla sobre sus propias ruedas a Casado.
Aquí recuerdo que Pepito pidió bistec empanado y casi llora cuando vio la sábana que le habían puesto en el plato que sobresalía cuatro dedos por los lados. Este hecho me trajo a la memoria un día que Susana, siendo más pequeña que él si lloró, en Zaragoza. A mis hijos siempre les he dado libertad para pedir en los restaurantes, con una condición, que se coman todo lo que pidan. Y Susana que había pedido empanado, cuando le sacaron uno como el de Pepito, mucho más grande que el plato, empezó a llorar gimiendo: ¿y todo esto me tengo que comer yo? Lógicamente ese día le dimos permiso para comerse la cuarta parte ya que con aquel empanado habríamos cenado los cuatro.

Con su perrito Hans.

Le regalaron este perrito, ( Hans le pusimos de nombre) cruce de pastor alemán, con Dios sabrá que razas, al que lógicamente tomó mucho cariño que era correspondido y que cuando regresé, años después al Chaco, estaba con Fidelina y por lo menos a mi no me recordaba.

Con Carlitos y tres niños maskoy.
Estos niños maskoy vivían en las cabañas de troncos de palmera como la que se ve en la última foto de este capítulo. Clavaban en el suelo un palo junto al otro y como tejas, colocaban palmeras cortadas por la mitad, a modo de tejas larguísimas y si no llovía no se mojaban, si no había mosquitos tampoco les picaban, y si no hacía frío pues no tiritaban. La malaria, el dengue, la tuberculosis eran las más corrientes pero no las únicas enfermedades que tiene que sufrir estos niños y también sus padres.

Con Carlitos y otros dos amiguitos.
Ese día lo pasamos prácticamente por la calle ya que tras la corrida comimos de la parillada que prepararon para todos los que quisieron participar en la fiesta.

Con Ortiz y los amiguitos de Puerto Casado.

Pepito con las niñas maskoy del kilómetro 11.

Detrás de las niñas podemos ver el estilo de sus cabañas y aunque ésta concrétamente no estaba habitada, pues se usaba de almacén, el resto de cabañas donde vivían los indígenas eran igual, con esas enormes aberturas entre palos que dejaban pasar frío y humedad, que sumado a sus camas de paja en el suelo eran la causa de la gran cantidad de tuberculosis que había entre los indígenas de ese lugar.